jueves, 29 de diciembre de 2011

Epílogo

                                                EPÍLOGO



La cuna de cristal descollaba en el centro de la plaza, cerca de la fuente. Dentro de ella, Eva Skinner recordaba a una especie de bella durmiente post-punk. Sus rubios cabellos le enmarcaban el rostro, maquillado con precisión, con los ojos contorneados de fucsia y carmín oscuro en los labios. En las muñecas llevaba brazaletes de cuero con el logotipo de los Ceb Digital, una rosa con el tallo en forma de guitarra eléctrica, que también se repetía en el estampado de la cazadora.
Jeremy separó la cara del reluciente cristal y se giró hacia Ulrich.
—¿Tú qué crees que deberíamos hacer ahora? —No lo sé... ¿Tratar de despertarla? Jeremy suspiró. Su amigo tenía toda  la razón. Desde luego, no podían dejarla ahí. Pero una parte de él se preguntaba qué sentido podría tener, a fin de cuentas. Por el momento Eva estaba a salvo, durmiendo tan tranquila. Y una vez que la hubiesen despertado, ¿qué iban a hacer? No podían volver a la realidad a menos que Hannibal Mago quisiese traerlos de vuelta, pero seguro que el jefe de los terroristas tenía cosas bien distintas pasándole por la cabeza en aquel momento, entre el ejército de robots, XANA y todo lo demás.
El muchacho apoyó las manos contra la burbuja de cristal y trató de empujarla con todas sus fuerzas, pero no se movió ni un milímetro. La cuna no tenía ni una sola juntura, y formaba una unidad indivisible con su base, que la sostenía como el tronco de una planta.
Ulrich intentó ayudarlo, y resoplaron y jadearon juntos durante unos minutos.
—Así no vamos a ningún lado.
Jeremy se arrodilló, sintiéndose de lo más abochornado dentro de sus leotardos de elfo, y empezó a estudiar la cuna palmo a palmo. El cristal transparente se iba volviendo opaco a medida que se acercaba a la base para luego adquirir tonalidades azuladas que componían un degradado. A un lado, tan pequeños que de un primer vistazo resultaban casi invisibles, estaban dibujados los círculos y las franjas que formaban el ojo de X.A.N.A.
—Me has dicho que este chisme lo construyó X.A.N.A., ¿correcto? —dijo Jeremy mientras señalaba aquel símbolo.
—Me parece que sí —masculló Ulrich—. Para ser sincero, en ese momento yo estaba un pelín confuso, y no...
—Vamos a probar con esto.
Jeremy rozó con la punta de los dedos el ojo de X.A.N.A., y luego lo pulsó con fuerza, como si se tratase de un botón.
Levantó la cabeza. El cristal que protegía a Eva Skinner se desvaneció, cayendo sobre la muchacha dormida y resbalando sobre su piel como una lluvia de cristales plateados.
—¿Y ahora qué vas a hacer, cerebrín? —comentó Ulrich, soltando una risilla—. ¿Vas a ver si funciona lo del beso?
—N-no hace falta... —respondió Jeremy, sonrojándose—. Ya se está despertando.
La boca entreabierta de la muchacha tembló para después abrirse en un sonoro bostezo. Una de sus manos se cerró en un puño, y Eva comenzó a refregarse los ojos. Otro bostezo.
Jeremy y Ulrich se quedaron observando, embelesados, cómo la muchacha empezaba a moverse, al poco abrió los ojos y se incorporó, apoyándose en un codo, hasta quedar sentada. Su rostro, maquillado como si fuese el de una estrella del rock, tenía una expresión entre perpleja y divertida.
—Who... who are you?—preguntó.
—¿Eeeein? —le preguntó a su vez Ulrich.
—Está hablando en inglés, ¿no? —comentó Jeremy con una sonrisa—. Acuérdate de que cuando llegó a Francia estaba poseída porX.A.N.A., así que no se acordará de nada... ni siquiera de nuestro idioma.
—Ejem... helio! —comenzó el muchacho, tratando de desempolvar su mejor inglés—. My ñame is... Jeremy. And this is my friend Ulrich.
Eva se llevó una mano a la frente, confusa.
—Where am I? I was attending Ceb Digital concert but... I don't remember anything else. I must have been dreaming.
Jeremy se giró hacia Ulrich.
—Dice que recuerda que había ido a un concierto —le tradujo—, y luego nada más. Cree que ha debido de soñarlo todo.
—Ah, perfecto —comentó Ulrich—. Mejor así, mira. Sólo que... ¿y ahora?
Jeremy permaneció unos instantes en silencio, meditabundo.
—Pues ahora le contamos la verdad —respondió después—. Por algún lado habrá que empezar.
Jeremy se sentó con las piernas cruzadas en el adoquinado de la plaza. Pensó en aquella pobre chica, despertándose de golpe y porrazo en un mundo desconocido, frente a un elfo y un samurai. ¡Debía de estar asustada!
Trató de tranquilizarla con una buena sonrisa, y luego, siempre en inglés, empezó a contarle...



Aelita se acurrucó bajo las sábanas de la enorme cama de su padre en La Ermita.
Se había quedado sola. X.A.N.A. había desaparecido hacía ya muchas horas, y ella había vuelto a recorrer todo el Mirror en su busca, reviviendo todos y cada uno de los capítulos del diario. A cierta altura había perdido la esperanza, había pulsado el botón de exploración libre del mando y había vuelto a casa, a La Ermita, para descansar.
Pero ahora no conseguía conciliar el sueño. Todo aquel asunto seguía bulléndole dentro como el agua de una olla a presión. El profesor Hopper era un científico, y no hacía nada por casualidad. Así que, ¿por qué había orquestado todo aquel laberinto, pistas tras pistas que no llevaban a ningún lado? ¿Quería ayudarla a comprender para que ella hiciese algo...? Pero ¿el qué? No tenía ni la más remota idea.
Y además, había un acontecimiento que todavía le resultaba inexplicable. Aelita se había visto a sí misma hablando con su padre, prometiéndole que lo ayudaría. Y, más tarde, cuando ella estaba en el sofá con fiebre alta, poco antes de que los hombres de negro asaltasen el chalé, él había dicho que nunca antes había usado la máquina extirparrecuerdos al contrario.
De modo que era por eso por lo que Aelita se encontraba mal: era culpa de la máquina que su padre había inventado. ¿La había utilizado con ella para borrar algún recuerdo demasiado peligroso, o tal vez al revés, para introducir en su mente nuevos recuerdos?
—Si eso fue lo que hiciste —murmuró la muchacha—, tu plan no ha funcionado, papá. No me acuerdo de nada.
A veces le parecía que su cerebro estaba dividido en dos, y que una parte de él era tan inexpugnable e inaccesible como una caja fuerte. Desde que Jeremy la había despertado de su sueño dentro de Lyoko, Aelita había sido víctima de constantes ataques de amnesia. Los recuerdos se le escurrían entre los dedos como las gotas de agua dentro de una clepsidra.
La muchacha siguió dando vueltas en la cama. El dormitorio de su padre estaba sumido en la oscuridad, con las ventanas abiertas para dejar entrar un
poco de corriente en medio de aquel sofocante aire veraniego.
Aelita se encontraba a diez años de distancia de sus amigos... y del mundo real.
¿Qué estarían haciendo Jeremy y los demás en ese momento?
Hacía ya varias horas que habían dejado de comunicarse con ella. Tenía que haberles pasado algo, y ella se sentía atrapada en una prisión virtual.
Pero debía tener fe. De algún modo, todo terminaría saliendo bien.
La muchacha se encogió en posición fetal, con las manos apretadas contra la cara. Después, sus dedos se deslizaron hacia su cuello, enroscándose alrededor de la cadenita que llevaba. Acarició con las yemas el colgante de oro, sintiendo las letras en relieve. W y A, Walter y Anthea.
«Mamá —pensó—, ya verás, de alguna forma conseguiré encontrarte, y luego estaremos de nuevo juntas, y volveremos a ser una familia». De la mano de aquel pensamiento, por fin consiguió encaminarse hacia las profundidades del sueño.



El rostro de Yumi estaba iluminado por la pequeña vela que Odd había encendido en el suelo de la habítación, a medio camino entre su cama y el lecho vacío de Ulrich.
Afuera estaba la noche, oscura y silenciosa. Ya debían de ser por lo menos las cuatro de la madrugada. Dentro del cuarto, la llamita de la vela parecía reducir aún más el poquísimo espacio que mediaba entre los dos muchachos, levantando una pequeña barrera entre ellos y el resto del mundo.
Estaban cubiertos por un par de mantas bien gordas, con la cabeza cargada de preocupaciones y los ojos sitiados por unas oscuras ojeras de cansancio. Al cortar la electricidad, Odd también había hecho saltar el circuito de control del termostato que ponía en marcha las calderas, y ahora en todo el Kadic hacía un frío tremendo. En vez de volverse a sus cuartos, casi todos los estudiantes habían preferido dormir juntos en el laboratorio de ciencias, entre montones de ropa y cálidos edredones pescados por aquí y por allá.
La profesora Hertz y el resto de los adultos seguían haciendo rondas de guardia, por si Green Phoenix decidía volver al ataque.
Y luego estaban ellos dos, Yumi y Odd, solos en la residencia desierta, reflexionando.
—¿Tú crees que los demás estarán bien? —aventuró Yumi.
Decía «los demás», pero en realidad quería decir «Ulrich». Por lo que Odd podía recordar, esos dos jamás habían estado separados durante tanto tiempo. El muchacho se esforzó por sonreír.
—¡Cómo no! ¡Fijo que están de maravilla! —exclamó después—. Seguro que tienen menos problemas que nosotros con toda esta movida de los robots.
—Sí, pero... —lo contradijo ella—. Los tienen prisioneros X.A.N.A. y Green Phoenix en los mundos virtuales...
Odd estiró una mano bajo las mantas que los cubrían y apretó con fuerza la de la muchacha.
—Los sacaremos de ahí, Yumi —la animó—. Te doy mi palabra.
—Aja... —comentó su amiga, enarcando una ceja con sarcasmo—. ¿Y cómo lo haremos, si puede saberse?
Odd abrió los brazos de par en par, haciendo que las mantas se cayesen al suelo.
—¡Puedes estar segura de que algo se nos ocurrirá! Y me juego lo que quieras a que Jeremy ya tiene listo algún plan y una manera de hacernos llegar sus instrucciones. Ya lo conoces: ese cabezota siempre tiene un plan cuando hace falta. Por no hablar de cuando no hace falta...
—Bueno —dijo Yumi con una débil sonrisa—, tampoco es que nosotros nos las hayamos arreglado demasiado mal hasta ahora... —observó.
—¡Y que lo digas! ¡Hemos estado genial, venga, admitámoslo! La ¡dea de cortar la corriente ha sido realmente brillante. ¡Han salido corriendo como alma que lleva el diablo!
El silencio volvió a interponerse entre ambos muchachos.
Tenían un montón de problemas que resolver: el secuestro de Jeremy, Ulrich y Eva atrapados en la Primera Ciudad, Aelita encerrada dentro del Mirror... y Green Phoenix... y los hombres de negro... y, sobre todo, X.A.N.A.
¿Cómo iban a conseguir detenerlos? En el fondo ellos no eran más que unos chiquillos.
Pero, por alguna razón, Odd se sentía lleno de confianza a pesar de todo. Se levantó dando un respingo felino y se alejó de la luz de la vela, acercándose a la ventana cerrada. El cristal estaba helado, y afuera las copas de los árboles oscilaban al ritmo de los desordenados bailes del viento. No envidiaba para nada a los que andaban por ahí montando guardia.
—¿Sabes lo que te digo, amiga mía? —sentenció al final mientras ponía los brazos en jarras—. Que hemos estado realmente de miedo. Vale que a lo mejor
todavía no hemos ganado la guerra, pero la batalla de esta noche ha sido un triunfo. La «GRAN BATALLA DEL KADIC» permanecerá para siempre en los anales de este colegio, y la cantarán y la recordarán por los siglos de los siglos...
Mmmm. Como siempre, estaba exagerando. Pensó que tal vez fuese mejor dejarlo ahí.
El muchacho se giró hacia Yumi y volvió a su lado, acuclillándose para mirarla cara a cara.
—Todavía nos quedan mogollón de misterios por resolver, pero estoy seguro de que pronto conseguiremos volver a reunir a toda la pandilla. Les echaremos el guante a los malos y haremos que todo regrese a la normalidad. Somos guerreros de Lyoko, qué narices. Nuestra misión ha sido siempre la de salvar el mundo, ¿no?
—Gracias, Odd —le dijo Yumi con una cálida sonrisa.
—Oye, oye, tampoco exageres —se escabulló él, azorado—. Yo soy el bufón del grupo, ¿te acuerdas? ¡No te me pongas demasiado seria, que me aturullas!
—Vale, vale —dijo Yumi con una risita—. Pero gracias de todos modos.
Odd se inclinó hacia la muchacha, con la llama de la vela a pocos centímetros de la cara.
—Venga —susurró—, vamos al  laboratorio con los demás. Aquí hace demasiado frío para dormir. Y apagó la luz de un soplido.

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