sábado, 3 de diciembre de 2011

Capítulo 6

                                                     6
                   LA MÁQUINA EXTIRPARRECUERDOS

Odd estaba acurrucado en el suelo con los ojos cerrados, y su tórax casi no se movía. Pero por lo menos seguía vivo.
<<¿Dónde narices estás, Jeremy?>>, pensó Yumi.
Necesitaba ayuda para poder salir de aquella terrible situación, y en lugar de eso, por primera vez se encontraba totalmente aislada en un mundo virtual.
Tenía a X.A.N.A. ante ella, con los puños apoyados en las caderas. La boca del muchacho estaba contraída en una mueca desafiante.
-La última vez me hicisteis mucho daño: inyectasteis un virus en el núcleo de Lyoko. No sabes lo doloroso que ha sido ir reconstruyéndome pedazo a pedazo... y todavía no he terminado. Por eso he entrado aquí dentro contigo y ese ridículo humano -X.A.N.A. señaló con un gesto de cabeza el cuerpo de Odd, tirado en el suelo, antes de continuar-. Para recuperar toda mi potencia necesito volver a Lyoko... Y, mira tú por dónde, justo delante de nosotros tenemos precisamente el superordenador, y en el piso de arriba están las columnas-escáner. Mi misión ya casi está cumplida.
Yumi  titubeó, con el cerebro trabajando a velocidad de la luz. Al final decidió tratar de desafiarlo. Se echó a reír.
-No pillaste lo que nos dijo Jeremy la otra noche, ¿verdad? ¡El diaro de Hopper es una sandbox! Está aislado del sistema centrar del superordenador. Los objetos de aquí pasan a través de nosotros. ¡No podemos hacer nada de nada! ¡Aquí no hay ningún Lyoko!
-Estúpida niñata -le respondió X.A.N.A. con una sonrisa desafiante-. No deberías infravalorarme. He examinado detalladamente el mundo del Mirror en el que nos encontramos... ¿Ves ese destornillador que hay en el suelo?
La muchacha asintió con la cabeza.
-Sosten el mando de navegación con una mano y agarra el destornillador con la otra. Vamos, inténtalo.
Yumi obedeció. Para su sorpresa, sus dedos envolvieron aquel objeto, sintiendo claramente su volumen, y logró levantarlo. O, para ser más exactos, logró levantar una copia perfecta. Ahora había un destornillador en el suelo, en la posición original, y otro que estaba apretando dentro de su puño. Ambas herramientas parecían tan reales... Yumi podía sentir en su mano el peso, la consistencia y la forma exacta del destornillador. Asustada, la muchacha abrió los dedos... y el objeto, en lugar de caer, se limitó a quedarse flotando en el aire para después ir volviéndose transparente y esfumarse como si nunca hubieran existido, dejando solo el original, que en ningún momento se había movido ni un solo milímetro.
-¿Ves? -le explicó X.A.N.A.-. El mando es la interfaz que permite interactuar con este mundo. Como es obvio, no podemos modificar nada... De ahí que el destornillador se haya duplicado, dejando el original en el suelo. Lo bueno es que en realidad ni siquiera hace falta ese mando: ¡me basta con enviar el comando digital directamente al ordenador de Mirror!
Mientras aquella criatura iba hablando, Yumi se había metido el mando dentro del obi, llevándose luego las manos a la espalda para empuñar con fuerza los abanicos que guardaba enfundados en la faja.
Los abrió con un movimiento fluido de sus dedos y los arrojó hacia delante. La medialunas de metal salieron disparadas en dirección a X.A.N.A., girando sobre si mismas y cortando el aire con un agudo silbido.
El muchacho flexionó velozmente las rodillas, agachándose para esquivar ambos proyectiles sin esfuerzo aparente, pero aquella fracción de segundo de distracción era justo lo que Yumi estaba esperando. Saltó hacia un lado y rodó por el suelo de la fábrica hasta llegar junto al cuerpo inconsciente de Odd.
Lo agarró por una mano. Los dedos del muchacho estaban helados. Yumi volvió a empuñar el mando a distancia mientras lanzaba un suspiro y oía cómo X.A.N.A. gritaba <<¡Quieta...!
No le hizo caso, sino que pulsó dos veces seguidas el botón Avance, y el mundo comenzó a disolverse a su alrededor.

La profesora Hertz estaba inclinada sobre su escritorio, y se sujetaba la cabeza con las manos. Jeremy sintió una punzada de compasión al verla en aquel estado.
Se habían presentado en su despacho en sin previo aviso. Todos ellos, incluido Walter. La profesora había mirado a los ojos a su antiguo enemigo y lo había entendido todo.
-Lo habéis descubierto -susurró al final.
Jeremy se levantó de la pila de revistas sobre la que se había sentado. El despacho de la profesora parecía el laboratorio de algún antiguo alquimista, con libros desperdigados por todas partes y extraños aparatos amontonados en los estantes y desperdigados por el suelo. Había probetas llenas de líquidos de colores raros, un osciloscopio a medio desmontar y el busto de un esqueleto humano de plástico que usaba para las clases de anatomía.
El muchacho avanzo, esquivando todos aquellos cachivaches, llegó hasta la profesora y ley apoyó una mano sobre el hombro.
-En el fondo es mejor así, ¿no?
Los ojos de Hertz se posaron sobre Aelita. Jeremy vio cómo una sonrisa triste se iba abriendo un camino por su rostro.
-La hija de Hopper -dijo casi con un suspiro-. Cuando te apuntaste a mis clases, no me creí ni por un instante que fueses una prima de Odd. Sabía que eras realmente tú, que habías conseguido escapar de Lyoko. Pero una parte de mí no quería creérselo, de modo que nunca os dije nada. Me quedé a la expectativa. Tenían la esperanza de evitarte más dolor.
Aelita también se acercó a la profesora.
-No sabía que usted fuese una amiga de mi padre.
-Y de tu madre, Anthea. Pues sí, yo era amiga suya. Aunque no conseguí ayudarlos como me hubiera gustado.
-Así que... -dijo Jeremy mientras se rascaba la nariz con ademán pensativo- usted no perdió la memoria. ¿Correcto?
Walter, Ulrich, Eva y Richard seguían de pie en medio de la habitación, un poco cohibidos.
La profesora los invito a ponerse cómodos antes de empezar con sus explicaciones.
-Waldo y yo necesitábamos un método para introducir en Lyoko todo cuanto hacía falta: los árboles y las piedras las llanuras heladas, la arena del desierto, etc. Decidimos que lo más rápido era recoger esas imágenes directamente de entre nuestros recuerdos y volcarlas en el superordenador. Así que construimos la máquina extirparecuerdos. No fue hasta más tarde cuando descubrimos que la máquina también podría utilizarse al contrario, y con varios niveles de intensidad, para borrarle la memoria a la gente. Alguien -y los ojos de la profesora se clavaron en Walter Stern- le había vendido a Green Phoenix y a los hombres de negro los planos de nuestra máquina. Comprendimos que esa persona podría revelarles también donde se encontraba el superordenador de Lyoko, de modo que yo misma usé la máquina con él para borrar de su memoria toda la información relevante al respecto.
-¡Pero a lo mejor -intervino Walter en ese momento- puede invertirse el efecto! ¡A lo mejor todavía es posible devolverme mis recuerdos!
-Lo lamento -le respondió la profesora, sacudiendo la cabeza-. Es totalmente imposible después del tratamiento al que fuiste sometido. Emplee la máquina a su máxima potencia. Me temo que tu memoria se perdió para siempre.
-¿Y luego? -preguntó Jeremy-. ¿Qué fue lo que pasó?
-Le habíamos parado los pies a Walter antes de que pudiese revelar donde se hallaba el superordenador. A continuación les borre la memoria a todas las personas implicadas, nuestros colaboradores, porque quería que tanto ellos como sus familias estuviesen a salvo. Pero, de todas formas, Walter ya había hablado demasiado... Los hombres de negro sabían dónde se encontraba Waldo. Asaltaron La Ermita, y ese refugió en Lyoko junto con Aelita. Como yo les había borrado la memoria a Walter y a nuestros compañeros, ni Dido ni Green Phoenix sabían dónde estaba el superordenador. Durante meses estuvieron rastreando las cloacas, pero ahí abajo y un auténtico laberinto. Así que, al final, los terroristas de Hanníbal Mago se vieron obligados a darse por vencidos, y los hombres de negro decidieron borrar de la memoria a la única persona que aún recordaba algo... Es decir, a mi -Hertz hizo una pausa, tomo aliento y se pasó los dedos por entre sus grises cabellos antes de seguir hablando-. Sólo que no habían tenido en cuenta el pequeño detalle de que era yo quien había construido la máquina extirparecuerdos. Al cabo del tiempo localicé algunos apuntes y conseguí rediseñarla a partir de cero... y utilizarla conmigo misma. Así fue como recuperé la memoria.
Jeremy estaba boquiabierto, y tardo un poco en encontrar las palabras para continuar.
-Usted acaba de decir que borró la memoria de todos los colaboradores del profesor. Pero ¿quiénes eran esas personas? ¿Las conocemos?
-Ah, sí -respondió Hertz mientras esbozaba una sonrisa cansada-, las conocéis pero que muy bien. El equipo que ayudó a Waldo a construir Lyoko estaba formado por mi, naturalmente, además de por Walter, que se encargaba de financiarlos, Takeho y Akiko Ishiyama, Robert Della Robbia y, finalmente, Michel Belpois.
-¿Mi padre? -prorrumpió Jeremy, que de repente se sintió sin fuerzas. ¿Su padre había ayudado a Hopper?
-Tu padre -le confirmó Hertz, asintiendo con la cabeza- y el padre de Odd. Y los padres de Yumi. Y el padre de Ulrich. Nosotros éramos el equipo de Waldo, tal y como vosotros formáis ahora el de Aelita.
Jeremy se derrumbó; se quedó sentado en el suelo como un títere con las cuerdas cortadas.

Hannibal Mago había hecho que sus hombres montasen el bajo de la fábrica una jaima de color verde esmeralda y la había llenado de cómodos cojines y ricas alfombras decoradas con complicados arabescos. En una de sus esquinas había un ordenador con tres enormes pantallas que le permitían controlar sus negocios alrededor del mundo.
Mago estaba sentado con las piernas cruzadas sobre un tapiz con esmeraldas entretejidas. Todavía llevaba su traje y su sombrero de ala ancha, todo de un intenso color morado, pero se había quitado los zapatos, dejándose sólo los calcetines -morados, por supuesto, y, por supuesto, de seda-. Sus dedos, cubiertos de anillos, sobrevolando y picoteaban un cuenco de cuscús con verdura que comía a la usanza árabe, sin cubiertos, pero empleando solo el pulgar, el índice y el corazón. <<Este cucús está insípido -pensó-. Tendría que haberme traído a mi cocinero personal.
-¿Puedo pasar, señor? -preguntó Memory desde el exterior de la tienda.
-Por supuesto, querida.
La mujer entró con paso firme. Llevaba el cabello pelirrojo en un moño que resaltaba su esbelto cuello y el colgante de oro que lo adornaba. Vestía con una bata de laboratorio sobre su impecable traje de chaqueta, y tenía un profundo cansancio escrito en los ojos.
-He terminado con mis comprobaciones, señor. Ya está todo listo.
-¿Y el superordenador?
-Aún está apagado. Lo estamos esperando a usted para encenderlo. He controlado todas las conexiones, desde las del tercer nivel subterráneo, donde se encuentra el superordenador, pasando por el segundo, hasta el primero, donde está situado el centro de control. Estamos listos para ponerlo todo en marcha en cualquier momento.
-Estupendo -asintió Mago con complacencia-. ¿Y los voluntarios para el primer experimento?
-También ya están listos.
Los dos salieron de la jaima y atravesaron la planta baja de la fábrica, hacia el ascensor que conducía al subsuelo. Por todas partes había soldados en uniforme de guerra que entrechocaban los tacones de sus botas en un rígido saludo marcial cuando pasaban junto a ellos.
El ascensor era una sencilla caja metálica controlada por un simple mando que colgaba de un grueso cable. Descendieron hacia las entrañas de la fábrica.
-Hazme un resumen de la situación -ordenó Mago.
-He empleado nuestros aparatos más sofisticados -respondió la mujer rápidamente-. En primer lugar, he restaurado los sistemas eléctricos secundarios para activar el pequeño teclado oculto del ascensor, que permite acceder a todos los niveles del laboratorio subterráneo. A continuación he perdido bastantes horas examinando con atención el hardware. Puedo afirmar sin lugar a dudas que Hopper actuó tal y como habíamos previsto: para neutralizar el arma que contiene la Primera Ciudad aisló completamente ese entorno. A todos los efectos, es como si la Primera Ciudad se hallase en un superordenador diferente que no estuviese conectado a éste. Al excluirla de la red, la volvió inutilizable.
-Sigue.
-Entrar directamente en la Primera Ciudad resultaría inútil: nos encontraríamos bloqueados y sin posibilidad de actuar. Por eso, virtualizaremos un comando de nuestros hombres dentro de Lyoko, que a diferencia de la Primera Ciudad está conectado con la red y los aparatos electrónicos de nuestro mundo. Desde Lyoko el comando tendrá que legar al núcleo, el quinto sector, y encontrar el pasaje que comunica Lyoko con la Primera Ciudad. Una vez que esté abierto ese <<puente>> podremos acceder al arma y volver a ponerla en funcionamiento, usándola finalmente en el mundo real.
El ascensor se detuvo en el tercer piso subterráneo, y ante ellos se abrió una puerta corredera.
Hannibal Mago y Memory entraron en una sala espaciosa ocupada casi por completo por un imponente cilindro que llegaba hasta el techo. El superordenador. La sala estaba a oscuras, pero los hombres de Mago había colocado alrededor del cilindro unos potentes focos. Una decena desoldados se encontraba alineada a lo largo de las paredes. Cuando vieron llegar a su comandante se pusieron firmes de golpe.
Memory lo condujo hasta el cilindro y le señaló una palanca que había a un lado de la máquina.
-Al bajarla reactivaremos por completo el superordenador. Después nos desplazaremos a la sala de control para transferir a Lyoko a nuestros hombres. Si quiere hacer los honores...
Mago apoyó las manos sobre la palanca. Sintió cómo un escalofrío le recorría la piel de los pies a la cabeza, dejándole un ligero sabor a electricidad en la boca.
-Como suele decirse -dijo con cierto sarcasmo-, es un pequeño paso para el hombre, pero el dominio del mundo para Green Phoenix.
Bajó la palanca con un tirón seco.
Hubo un pequeño chispazo azul, y después, nada más.
Tras una par de minutos de espera, Mago parecía más bien irritado, pero Memory le hizo un gesto indicándole que aguardase un poco más. Fue ese preciso instante, mientras Memory aún tenía la mano suspendida en el aire, cuando las paredes de la sala se iluminaron y de la base del cilindro empezaron a subir por su superficie ejércitos de jeroglíficos de un intenso color dorado.
El superodenador volvía a estar en marcha.

En la terraza del último piso de la residencia de estudiantes hacía bastante frío. La luna estaba cubierta por unas nubes de algodón de azúcar negro, y el aire cortaba como un cuchillo.
Aelita se ciñó un poco más el grueso chaquetón, tiritando, pero no conseguía decidirse a volver a entrar. Los cascos de su reproductor de mp3 le ametrallaban los oídos con las notas de las Variaciones Goldberg, del compositor Johann Bach, en una de las revolucionarias versiones que el pianista Glenn Gloud grabó en su juventud. Aelita era una buena pinchadiscos, y por lo general prefería escuchar música discotequera, más moderna y más rítmica. Pero no aquella noche. La melodías de Bach le traían a la mente un pasado que había tenido sepultado durante demasiado tiempo en lo más hondo de su memoria: imágenes de ella, de niña, sentada ante un piano, mientras su padre contemplaba con una sonrisa cómo tocaba.
La muchacha acarició la medallita de oro que llevaba al cuello. Tenía grabadas dos letras, una W y una A, también, justo debajo de ellas, un nudo de marinero. Waldo y Anthea, unidos para siempre. Sus padres, que sin embargo, nunca iban a volver a estar juntos.
Aelita suspiró. Sus amigos estaba abrumados por la avalancha de revelaciones que les había echado encima la profesora Hertz, pero para ella resultaba aún más difícil. El padre de Ulrich era el hombre que había vendido a su padre.  Sin él tal vez las cosas habrían ido de otra manera.
Al abandonar el despacho de la profesora, Ulrich la había observado fijamente con una mirada lúgubre, sin decir ni una sola palabra, y no se había presentado en el comedor a la hora de la cena. Se sentía avergonzado y pesaroso, y a Aelita no se le había ocurrido nada que decirle. En aquel momento lo odiaba un poco, y odiaba a Walter Stern...
Un par de manos se apoyó sobre sus hombros, y la muchacha se sobresaltó. Se quitó los auriculares de inmediato y se dio media vuelta.
-Aelita -le dijo Jeremy, a punto de echarse a reír-, te he estado llamando, pero no me has oído.
El muchacho estaba embutido en un grueso plumón que tenía la capucha orlada de un abundante pelo blanco que ocultaba casi por completo su rostro. Parecía un esquimal, y le arrancó una breve sonrisa.
Jeremy la estrechó en una afectuoso abrazo.
-Me imagino cómo debes sentirte -susurró-. Para ti es mucho más complicado que para todos nosotros. Lo que hemos descubierto hoy es increíble. Y difícil de aceptar.
-He estado pensando -respondió la muchacha tras un largo suspiro- cosas bastante feas, ¿sabes?
-Acuérdate de que "agua pasada mueve molino", y ya no hay nada que podamos hacer al respecto. Pero el futuro, por el contrario, sí que podemos cambiarlo. Estás rodeada de un montón de amigos, e incluso de nuevos aliados. Walter...
-¡Ni me lo menciones, por favor!
Jeremy se acarició una mejilla, pero no renuncio a terminar la frase.
-Waltern Stern está arrepentido de lo que hizo. Hace diez años que no hace otra cosa que arrepentirse. No se acuerda de nada, aparte de sus errores y el dolor que causó con ellos. Ahora está de nuestro lado. Es un hombre distinto. Y Ulrich siempre ha estado con nosotros.
Aelita no dijo nada. Jeremy tenía razón, por supuesto, pero le resultaba muy difícil acallar el tumulto que sentía en su interior.
-Y ahora, ¿qué debemos hacer? -preguntó tras unos minutos.
-Yumi y Odd todavía siguen encerrados en el Mirror, y tenemos que sacarlo de ahí. Además, sabemos que los de Green Phoenix se han adueñado de la fábrica.
-Quieres tratar de contactar con la comandante de los hombres de negro, ¿no es así? Esa tal Dido.
Jeremy asintió con la cabeza.
-No podemos enfrentarnos tanto a Green Phoenix como a los agentes secretos. Y, además, quiero volver a La Ermita con la profesora Hertz para intentar reparar el escáner. Ayudaremos a nuestros amigos a salir de este universo virtual. Y salvaremos el mundo.
Aelita soltó una risilla burlona. Jeremy era la única persona que conocía capaz de decir cosas como ésa con total seriedad. E iba totalmente en serio.
-¿Y cómo piensas salvar el mundo esta vez?
-Los códigos secretos de Hopper, el expediente de la Hertz y todo lo demás. Son importantes, y puede que la profe consiga entender qué significan.
-Bueno, vale, me apunto -dijo Aelita, estrechándole la mano-. Le pediremos a Dido que se alíe con nosotros. Pero sólo con una condición.
-¿Cuál?
-Que sea yo quien hable con ella por teléfono.

Eva Skinner llamó a la puerta del despacho de la profesora Hertz. No le respondió nadie. Ya eran las nueve de la noche, pero ni siquiera se le pasó por la cabeza la duda de que tal vez se hubiese vuelto a su casa. No después de todo lo que había pasado aquella tarde.
A Eva le bastó con rozar ligeramente la cerradura con un dedo para que un diminuto relámpago saliese de la punta de su uña,  haciendo que se desbloquease. La puerta se abrió, y la muchacha asomó la cabeza a otro lado.
La profesora no estaba.
X.A.N.A. sintió cómo lo invadía la rabia. Una parte de él se encontraba encerrada dentro del Mirror, y su comunicación con ella iba empeorando cada vez más. Si la cosa seguía así, al día siguiente perdería ya por completo el contacto. Estar dividido en dos cuerpos distintos le causaba una extraña sensación, a pesar de ser una inteligencia artificial enormemente sofisticada y estar acostumbrado a hacer varias cosas a la vez y razonar simultáneamente en diversos planos de pensamiento.
Lo que de veras lo preocupaba era otra cosa. Los niñatos habían descubierto que Hertz había sido la asistente de Hopper. Y eso significaba que antes o después iban a tratar de resolver el enigma de los misteriosos códigos que el profesor había dejado tras de sí antes de desaparecer.
No tenían ni la más remota posibilidad de conseguirlo.
Cuando Eva robó el expediente de la habitación de Jeremy, a X.A.N.A. le había bastado un solo vistazo para memorizar cada página con una precisión fotográfica. Ahora podía recordar cada símbolo y cada palabra, pero no había encontrado ningún significado lógico en aquellos papeles. Por eso, unos días antes, se los había devuelto a la profesora para que no se percatase de su desaparición. Tal vez aquella mujer, interrogada de manera adecuada, pudiese proporcionarle una clave de lectura. Esos códigos podían representar la ocasión de recuperar todos sus poderes sin necesidad de pasar por Lyoko. Y ahora que las cosas habían empezado a precipitarse, había llegado el momento de actuar.
Eva entró en el estudio de la profesora y apoyó las manos sobre el ordenador que había encima del escritorio.. Le bastaron unos pocos instantes para acceder a la red interna de la escuela y encontrar la información que estaba buscando: en aquel mismo momento había un ordenador conectado a internet en el laboratorio de química. Hertz debía estar allí.
Eva salió del estudio y volvió a accionar la cerradura. Después abandonó el edificio y caminó a través de los pequeños viales del parque hasta llegar al edificio en el que se hallaban los laboratorios científicos. La puerta de entrada estaba abierta. Atravesó el umbral.
Para X.A.N.A. habría resultado mucho más fácil salir del cuerpo de la chiquilla para amenazar a Hertz. Pero no sabía que le estaba pasando a su otro yo en el Mirror, y tal vez Eva representase su última posibilidad de entrar en Lyoko. Recuperar sus poderes era algo demasiado importante, y no podía cometer errores. En su cerebro electrónico se iban alineando las probabilidades y los movimientos necesarios como en un inmenso tablero de ajedrez. Todas las simulaciones coincidían en un punto: tenía que interrogar a Hertz, pero todavía no había llegado el momento de revelar que él se encontraba dentro del cuerpo de Eva.
Llegó al laboratorio de química y encendió la luz.
-¿Profesora? -preguntó con una voz de niñita inocente-. ¿Puedo hablar con usted?
Una pequeña puerta que había justo detrás de la cátedra se abrió, y por ella asomó la nube de cabello plateado de Hertz.
-¿Eva? ¿Cómo es que andas por aquí a estas horas?
-Tengo que hablar con usted -dijo la muchacha, encogiéndose de hombros.
El laboratorio era una sala grande con una cátedra sobre una pequeña tarima de madera en un extremo y un montón de enormes mesas llenas de microscopios y otros instrumentos en su centro. De una de las paredes colgaban cuatro pizarras verdes cubiertas de fórmulas matemáticas que se agolpaban como hormigas en plena fiebre recolectora.
Hertz se sentó en la cátedra y trató de sonreír. X.A.N.A. se dio cuenta de que no podía preguntarle por el expediente. Ella no sabía que había desaparecido, ni que había sido Eva quien se lo había devuelto. Tal vez lo mejor que podía hacer era acercarse a la profesora, besarla y apoderarse de ella. En el fondo, nadie se iba a dar cuenta, y la mente de aquella muchacha estaba repleta de información importante.
Análisis de probabilidad de éxito: 87%
El cálculo apareció al instante ante los ojos de Eva, que sonrió. Dio un paso hacia la profesora.
-Bueno, yo... -murmuró.
Puso una cara que expresaba una mezcla de preocupación y turbación. La sonrisa de Hertz se volvió más cálida y comprensiva. Eva dio otro paso y estiró los brazos, como pidiéndole a la adulta que la abrazase y consolase.
-Yo... -repitió.
-¡Profesora Hertz! -chilló Jeremy al entrar en el laboratorio-. No la he encontrado en su despacho, así que he pensado que estaría aquí, en el laboratorio. ¿Tiene un minuto?
Aelita entró justo detrás con él con las mejillas enrojecidas por la carrera, y Eva se apartó de la mujer. Había faltado tan poco... ¡nada más que un instante!
-¡Y yo que esperaba tener un ratito de tranquilidad! -bufó la profesora.
-No hay tiempo para la tranquilidad -le objetó Jeremy con una sonrisa-. Tenemos que ponernos en contacto con Dido inmediatamente.

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