viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 5

                                                     5
                                   REUNIÓN FAMILIAR

Waltern Stern había visto cómo el chaval huía dentro del garaje.
Al principio, mientras cortaba los cables de la luz de La Ermita, había pensado que no eran más que imaginaciones suyas, pero después se había percatado de las huellas de zapatillas deportivas que recorrían el barro desordenadamente. Y de otras pisadas de pies más pequeños. Chiquillos.
Suspiró. Por lo menos no se trataba de hombres de Hannibal Mago. Por un instante Walter pensó en dejar su arma en la pistolera. Llevar una pistola lo ponía nervioso. Luego se lo pensó mejor y la empuñó, aunque sin quitarle el seguro.
Si había niños allí, se habrían llevado un buen susto, y seguramente pondrían pies en polvorosa. Así que el tendría suficiente tiempo como para asegurar La Ermita.
Walter llegó al garaje y comprobó la manija de la puerta basculante. Estaba abierta.
Se preparó para el asalto.

Ulrich le hizo una señal a Eva y observó como la muchacha se escondía detrás de la hoja de la puerta que comunicaba el garaje con la casa. Él, por su parte, se quedó agazapado tras el pequeño sofá que ocupaba la pared del fondo. A sus pies tenía alineados varios globos de goma que Jeremy había llenado con asquerosidades químicas que habían encontrado en los sótanos de La Ermita.
Ulrich suspiró. Eva y él iban a ser la primera línea de defensa contra los hombres de negro, mientras que Jeremy, Richard y e maltrecho Kiwi vigilarían la entrada principal, listos para dar la señal de alarma en caso de necesidad.
El muchacho cogió el walkie-talkie que formaba parte del equipo especial de Jeremy y lo encendió.
-La puerta del garaje acaba de moverse -murmuró-. Está a punto de entrar. Cambio y corto.
Después agarró el primer proyectil y contuvo la respiración.
Debía tener mucho cuidado. Aquellos hombres podían ir armados. El plan era bien sencillo: atacar al intruso con los globos y aprovechar el factor sorpresa para saltarle encima e inmovilizarlo con unas cuerdas.
Era peligroso, pero Ulrich era un experto en artes marciales y, sobre todo, no tenían más remedio. Con Yumi y Odd atrapados en el Mirror no podían dejar La Ermita en manos enemigas. Era una cuestión de vida o muerte.
La puerta del garaje se estaba levantando muy lentamente. Ulrich ya podía ver los pies del enemigo. Llevaba unos zapatos de caballero negros y brillantes, de una cierta elegancia. Después vislumbró los pantalones, también de color negro.
Le indicó a Eva que estuviese preparada. Teníam que esperar a ver el rostro del hombre, para poder alcanzarle directamente en la cara.
Volvió a concentrarse en la puerta, que seguía levantándose, dejando entrar en el garaje la luz lechosa de aquella tarde de invierno.
Ulrich hizo rodar el arma arrojadiza en el hueco de su mano. Era un pequeño globo de goma de color verde claro, y su volumen cedía y se adaptaba blandamente al chocar con los dedos del muchacho. Ahí estaban los hombros del enemigo, su barbilla. Un segundo más... ¡Fuego!
Se puso en pie como accionado por un resorte, y echó hacia atrás el brazo como si fuese una catapulta, listo para lanzar su proyectil. Con el rabillo del ojo vio cómo Eva salía, perfectamente sincronizada con él, de su escondite. El hombre de negro estaba erguido ante ellos. Contra la luz que provenía del exterior, no era más que una silueta oscura en la que se recortaban los perfiles de las hombreras de la americana, las gafas de sol...
-Papá... -susurró.
El proyectil de Eva, por el contrario, voló rápidamente por los aires y alcanzó a su objetivo en plena cara.
-¡Quemaaaah! -gritó Walter Stern mientras retrocedía trastabillando.
-¡PAPÁ! -chilló Ulrich, corriendo hacia él.
No daba crédito a sus ojos ¿Qué estaba haciendo allí su padre, vestido de aquella manera y con una pistola en la mano?

Ulrich observó a su padre, que se estaba secando la ropa y la cara con un pañuelo. El el salón de La Ermita solo quedaban ellos dos. Una vez digerido el estupor inicial, Jeremy y Aelita habían ido a empalmar los cables de la luz que Walter había cortado, mientras que Richard y Eva habían decidido dejarles un poco de privacidad a padre e hijo.
Los amigos de Ulrich se habían quedado todos de lo más sorprendidos, aunque mucho menos que él mismo. Su padre siempre había sido un hombre frío y distante, grave y severo. Pero la mera idea de que estuviese implicado en aquel absurdo asunto... ¡y que encima fuese nada menos que un hombre de negro!
Ulrich reconoció a los tres siniestros canallas que los habían perseguido a Yumi y a él por las calles de Bruselas: Lobo Solitario y sus dos esbirros, Comadreja y Hurón. ¿Los conocía su padre?
-Demonios -dijo Walter Stern mientras volvía a doblar el pañuelo y lo dejaba sobre la mesa-. Menos mal que llevaba gafas de sol, que si no, ese potingue me podía haber dejado ciego.
-Es una mezcla que ha preparado Jeremy -dijo Ulrich, encogiéndose de hombros-. Nos aseguró que el efecto sería pasajero. Ya te has lavado la cara, así que no deberías tener más problemas.
Por primera vez, padre e hijo se miraron a los ojos. El chico se dio cuenta de que su padre era un hombre cansado. Su rostro mostraba los implacables zarpazos de las arrugas, y entre sus cabellos de abría paso un ejército de canas.
-¿Se puede saber qué andas haciendo por aquí? -dijo el muchacho tras volver a suspirar.
-Podría hacerte la misma pregunta.
Ulrich apretó los dientes. Su padre y él siempre había mantenido una relación accidentada, y puede que hubiese llegado la hora de cambiar la situación y hacerle comprender que ya no era un niño pequeño.
-Mira que ya he entendido un montón de cosas -exclamó-. Lo de Lobo Solitario, por ejemplo.
Wlater no respondió, pero Ulrich notó que por un instante sus ojos habían estado a punto de salírsele de las órbitas.
-Tengo que hacer una llamada importante -murmuró su padre mientras rebuscaba en los bolsillos de su chaqueta.
Ulrich se inclinó sobre la mesa que los separaba e hizo un esfuerzo por sonreír.
-Primero tú y yo deberíamos aclararnos un par de cositas, ¿no te parece? Tú me contarás tu historia y yo haré lo mismo. Y a lo mejor nos viene bien a los dos.
Hasta el mismo se quedó sorprendido de sus palabras. Aquellas frase contenía cierta sabiduría, y era más bien el tipo de enunciado que podría haber hecho Jeremy. O Yumi. Al final iba a ser verdad que se estaba volviendo mayor.
Tras unos instantes de silencio, Walter Stern empezó a contar su parte de la historia.
-Antes de nada tengo que decirte que lo he olvidado todo. Y en especial las cosas importantes. Usaron una máquina... bueno, eso ya te lo contaré más tarde. Era solo para advertirte que no podré explicarte lo que se dice todo. Tengo bastantes lagunas, y no puedo hacer nada al respecto.
Ulrich asintió sin decir nada. ¿Una máquina que borraba los recuerdos? Había demasiados puntos de contacto con lo que le había pasado al padre de Odd y a los padres de Yumi.
-En los años noventa -continuó su padre- trabajaba para una gente muy peligrosa, una organización criminal. Por aquella época yo vivía aquí, en la Ciudad de la Torre del Hierro, mientras que tu madre vivía contigo en otra ciudad. Tú aún eras muy pequeño. Y no sospechabas nada. No sabía que yo... no era un buen padre. Conocí a un profesor que me dijo que se llamaba Hopper. Me dieron dinero, mucho dinero, y a cambio yo iba a esperar a que Hopper completase sus experimentos para pasarles después los resultados a los criminales.
Ulrich siguió en silencio, pero se estrujó la frente con las manos. No sabía que decir. ¿Quién era su padre, en realidad?
-Aunque no resultó tan sencillo -prosiguió Walter-. A cierta altura, una agencia gubernamental que estaba siguiéndole la pista al profesor se puso en contacto conmigo. Hopper... verás, con el paso del tiempo nos habíamos hecho amigos. Y a pesar de eso yo acepté venderlo, revelar dónde se ocultaba. Y lo traicioné.
Walter Stern estaba llorando.
Ulrich apartó los ojos de él, enfada y sin saber qué decir. Su padre era un traidor. ¿Qué podía ser peor que eso?Teía ganas de irse de allí y no volver a verlo jamás.
-Me dijeron que acabaría en la cárcel, que pasaría allí el resto de mi vida, que no os volvería a ver ni a mamá ni a ti. Era eso o ayudarlos, cambiar de vida y confiar en que ellos me protegiesen de los criminales con los que trabajaba. De modo que acepté. Pero después alguien me borró la memoria. No sé cómo acabaron ni Hopper ni ninguno de los que trabajaban con él. No recuerdo nada más que mi culpa. De la noche al día me encontré sin nada de lo que tenía, ni aun mis propios recuerdos. Ni tan siquiera sabía que había vivido por aquí. Ese recuerdo no había vuelto a salir a las superficie hasta esta mañana, cuando me han ordenado que volviese a la acción.
-Y entonces... ¿por qué decidiste apuntarme precisamente a Kadic?
-No lo sé. A lo mejor se me había quedado algo de todo eso dentro, en algún nivel de mi subconsciente... No lo se, de verdad.
Walter se estaba sujetando la cabeza con las manos, y Ulrich lo miraba sin saber qué decir. Se le estaba pasando la rabia. ¿Quién podía haberle hecho eso? Borrarle fragmento enteros de su vida, dejándole solo la culpa y el remordimiento. Durante más de diez años su padre había cargado con el peso de aquel gran secreto encerrado en su pecho.
-De modo que conoces a Aelita -dijo.
-¿Quién?
-La hija de Hopper.
-No... -le respondió su padre mientras le lanzaba una mirada plagada de dudas-, no sabía que tuviera una hija. O, mejor dicho, a lo mejor lo sabía, pero... todo es tan confuso...
-Vente conmigo -lo exhortó Ulrich.

El muchacho dejó a su padre con sus amigos y salió de la casa. Necesitaba quedarse a solas para reflexionar. En aquel momento le habría gustado tener a Yumi a su lado: ella habría sabido decirle las palabras adecuadas. Pero la muchacha no estaba allí, sino atrapada en un mundo virtual del que no podía salir... por culpa de su padre.
Una vez en el jardín, Ulrich empezó a realizar un Kata, un ejercicio de artes marciales que preestablecía una serie de movimientos que había que concatenar en un orden muy concreto. Eligió su favorito, que se llamaba Heian Sandan, el tercer Kata de la mente en paz. Por lo general aquel ejercicio lo relajaba y le permitía ver las cosas con mayor claridad.
Su padre trabajaba para los hombres de negro. Su padre era Walter Stern, el traidor.
Sin previo aviso, volvió a venirle a la cabeza lo que Yumi le había dicho tan solo unas horas antes. El hombre de los perros había atacado al padre de Odd, que más tarde, en el hospital, no había dejado de farfullar cosas acerca de un tal Walter que lo había traicionado, que lo había despedido.
¿Había algún otro secreto por detrás de ése? ¿Algo que relacionaría a su padre con los de Odd, y tal vez incluso con los de Yumi?
Ulrich separó los pies y cargó su peso sobre las rodillas, tomando la postura de Kiba-dachi, el jinete de hierro. Y luego se quedó helado, sin lograr descargar el siguiente golpe.
Tenía que volver adentro y hablar con Jeremy.

Jeremy se limpió los cristales de las gafas con el jersey, y luego volvió a ponérselas, ajustándoselas sobre el puente de la nariz.
Aelita, Richard, Eva, el padre de Ulrich y él se habían encerrado en la cocina de La Ermita, con Kiwi echado en el suelo, totalmente concentrado en un cuenco de leche. Ulrich, por su parte, había salido al jardín. Después de haber escuchado la historia de Waltern Stern, Jeremy entendía perfectamente el porqué.
Desde el comienzo, Lyoko había sido su aventura personal. Suya y la de Aelita. Después, poco a poco, se había ampliado al grupo formado por el resto de sus amigos. Pero ahora todo era bien distinto: el padre de Ulrich había conocido a Hopper, y lo había traicionado.
Era como si de golpe aquel asunto hubiese empezado a quedarles grande. ¿Cómo podían enfrentarse a agentes secretos y organizaciones criminales totalmente por su cuenta?
Observó a Aelita. La muchacha estaba inmóvil como una estatua, con los ojos rebosando de lágrimas. Para ella todo eso debía de haber sido un choque tremendo. Y el padre de Ulrich también estaba inmóvil, abrumado por la idea de que la hija de Hopper solo aparentase trece años.
Ambos tenían un montón de cosas que decirse, pero habría de ser en otro momento. Lo que ahora hacía falta era reflexionar y racionalizar.
Y en ese tipo de cosas Jeremy era invencible.
-¿Cómo se llamaba la organización criminal para la que trabajabas? ¿Te acuerdas? -le preguntó a Walter.
-Lo he descubierto hoy al llegar a la ciudad -asintió el hombre-. Su jefe se llama Hannibal Mago, y el grupo terrorista, Green Phoenix.
Green Phoenix. Ese nombre misterioso que estaba escrito en las alcantarillas y las puertas de acceso a la fábrica. Todo estaba empezando a cobrar sentido.
-Y ellos no saben dónde se encuentran el superordenador, ¿verdad? Tú eras el único que lo sabía, y lo olvidaste.
-No -contestó Walter, sacudiéndose la cabeza-. Yo... Yo no revelé a nadie dónde estaba la fábrica: ni a los terroristas ni a los hombres de negro. Es una de las pocas cosas que recuerdo con claridad. Querían saberlo, por supuesto, pero mi memoria fue borrada antes de que pudiese hablar.
Jeremy estaba a punto de relajarse sobre su sillas, satisfecho con la respuesta, pero Walter siguió hablando.
-Pero, ahora tantos los agentes como los hombres del Fénix conocen la posición del ordenador. Green Phoenix ha llegado a la fábrica esta mañana. He visto a Hannibal Mago, y a un individuo con dos perros que llevaba una camioneta roja. Y a un montón de soldados.
-No puede ser -exclamó Jeremy-. Si hubiesen sabido dónde se encontraba el ordenador, ¿por qué iban a esperar todo este tiempo para actuar?
-No tenía ni la menor idea -le respondió Eva- hasta que se lo dijimos nosotros. ¿Te acuerdas de la tecnología del hombre de los perros, la que conseguía desaparecer de los vídeos de nuestras cámaras de circuito cerrado? Me apuesto lo que quieras a que nos tenía a todos bajo vigilancia, y debe de habernos seguido sin que nos diésemos cuenta mientras íbamos allí.
Jeremy soltó un puñetazo contra la mesa de la cocina. ¿Qué podían hacer?
En ese preciso momento Ulrich entró en la habitación y se volvió hacia él.
-Se me acaba de ocurrir una idea -exclamó.

Hannibal Mago sonrió.
Los tres hombres de negros estaban tirados en el suelo, atados de pies y manos con las bocas selladas por unas tiras de cinta americana.
-¿Dónde te los has encontrado? -preguntó Mago.
Grigory Nictapolus señaló con el dedo más allá del portón de la fábrica, en dirección al puente que conectaba el pequeño islote con la tierra firme.
-Los han descubierto mis cachorrillos -dijo mientras se le dibujaba media sonrisa en el rostro-. Estaban espiándonos.
Mago asintió y se dio media vuelta. Se hallaban justo al otro lado de la entrada, sobre una pasarela colgante de metal. La fábrica era una gigantesca nave de ladrillo rojo que tenía una pared repleta de ventanas con los cristales mugrientos. En el piso que había varios metros por debajo de ellos se cumulaban tuberías, manojos de cables enrollados y una gran variedad de maquinaria cubierta por una gruesa capa de polvo. Y luego estaba el ascensor que llevaba a los niveles subterráneos del superordenador.
-Dido ha hecho su jugada, tal y como habíamos previsto -sentenció Mago-. Pero nos ha subestimado. Si pensaba que estos tres imbéciles podía colarse ante nuestras narices... estaba pero que muy equivocada.
-¿Quiere que los haga desparecer? -murmuró Grigory mientras señalaba con un gesto la pistola que asomaba por la cintura de su pantalón.
-No. Eso haría estallar una guerra, y tenemos demasiadas cosas que hacer como para andarnos con distracciones. Mete a estos tres caballeros en tu camioneta y descárgalos en algún descampado, lejos de la ciudad. Antes o después, alguien los encontrará.
Mago se inclinó hacia el que tenía pinta de ser el jefe del trío, de nariz aquilina y pelo negro y corto. Se le acercó hasta que su boca estuvo a pocos centímetros de su cara.
-Dile a Dido -le susurró- que no se entrometa. Si vuelvo a veros otra vez por aquí...
No le hizo falta terminar la frase: el agente lo había entendido a la perfección.

-No responde. Tiene el teléfono apagado -dijo Walter, cerrando de un golpe la tapa del móvil.
Jeremy lo miró y asintió con la cabeza. El hombre de los perros había demostrado ya que conocía bien su oficio, y era más que probable que se pudiera decir lo mismo de su jefe.
-Lobo Solitario me había dicho -continuó Walter- que si él no respondía, mi misión sería asegurar el perímetro de La Ermita y ponerme inmediatamente en contacto con Dido.
-Espera -lo detuvo Jeremy-. Si los hombres de negro también quieren proteger la fábrica, podrían estar de nuestra parte, ayudarnos.
-¿Y qué pasa con mi idea? -los interrumpió Ulrich, que parecía estar impaciente.
-Precisamente.
Jeremy volvió a sentarse en la mesa de la cocina.
-Por lo que hemos podido entender -dijo, inclinándose hacia Walter Stern-, hace tiempo tú trabajaste con Robert Della Robbia, el padre de Odd. Y puede, que de alguna forma, los padres de Yumi, los señores Ishiyama, también tengan algo que ver con todo esto. Pero, antes de decidir cuál será nuestra próxima jugada, nos gustaría saber quién más está implicado. A lo mejor alguien podría ayudarnos.
-No sois más que unos chiquillos... -lo contradijo Walter, sacudiendo la cabeza.
-Unos chiquillos -intervino Aelita, que todavía tenía los ojos enrojecidos y se había quedado en silencio durante mucho tiempo, desde que había averiguado que el hombre que tenía delante era quien había traicionado a su padre. Pero ahora su voz reflejaba un tono firme- que han encendido un superordenador y se han enfrentado a los peligros de Lyoko: X.A.N.A. y otro montón de cosas que tú ni siquiera podría imaginarte. Nosotros hemos sido muy maduros. Ahora te toca a ti decidir si vas a luchar a nuestro lado o no.
Sus palabras habían dado en el blanco. Jeremy observó a Walter, que los estaba mirando uno a uno a la cara, reflexioando. Al final miró fijamente a Ulrich y esbozó una sonrisa triste.
-Sé que he cometido grandes errores que me persiguen desde hace años, pero ahora todo es diferente, y puede que ésta sea la oportunidad de compensarlos. Estoy de vuestra parte, chicos.
-¿Y esos nombres? -insistió Jeremy.
-Tan solo recuerdo quién era la persona que me borró la memoria tras descubrir que yo era quien había traicionado a Hopper. Se trataba de su colaboradora... la prfesora Hertz.
-¿La profe? -preguntó Jeremy mientras se llevaba una mano a la boca. Pero... ¡eso es totalmente imposible!
-Claaaro... -dijo Aelita mientras asentía una y otra vez con la cabeza-. Por eso me sonaba tanto esa tal mayor Steinback que vi en el diario de mi padre. La verdad es que se le parecía bastante, pero ni yo misma podía creérmelo.
Ulrich se puso de pie sin decir una palabra, se acercó a su padre y lo abrazó.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Capítulo 4

 4
   FRAGMENTOS DEL PASADO
Yumi miró a su alrededor, un tanto perpleja.
La muchacha estaba convencida de ser una auténtica experta en mundos virtuales. Después de todo, había vivido muchísimas aventuras en Lyoko, y había estado hacía poco en La Primera Ciudad gracias a los extraños aparatos de Bruselas. Pero aquel sitio era raro de verdad. O, mejor dicho, era normal.
No tenía los colores vivos típicos de un dibujo animado, ni el cielo era una pátina azul y un poco irreal. La muchacha se encontraba en una calle de una ciudad de lo más normal. Su ciudad. Yumi había reconocido rápidamente aquel callejón estrecho rodeado de edificios altos. No quedaba muy lejos de la academia Kadic.
-Bienvenida -la saludó Odd.
Su amigo tenía el aspecto de chico.gato que adoptaba habitualmente en Lyoko. Iba vestido con un mono morado, llevaba las manos cubiertas por unos guantes dotados de garras y tras él ondeaba una larga cola.
Yumi también había experimentado una transformación. Llevaba el pelo recogido y sujeto con unos palillos, su rostro estaba cubierto de maquillaje blanco e iba vestida con un quimono corto. Tenía los pies enfundados en los calcetines japoneses tradicionales, los tabi, y calzaba un par de sandalias geta de madera. De la falda obi que le rodeaban la cintura asomaban los vértices de sus abanicos, afilados como navajas de barbero.
-¿Tú te has enterado de dónde estamos? -le preguntó Odd mientras saltaba de un lado a otro con la agilidad de un felino.
Yumi frunció el ceño. Puede que Ulrich tuviese razón: hacía ya algún tiempo que Odd se comportaba de una forma un tanto rara. ¿Cómo era posible que no hubiese reconocido aquella calle?
La muchacha le hizo un gesto para que la siguiese y se encaminó afuera del callejón, desembocando en una amplia avenida. El cielo estaba casi a oscuras, como si el sol hubiese salido poco antes. El amanecer.
Yumi se acercó a un peatón con los ojos hinchados de sueño que estaba abriendo un periódico recién comprado.
-Disculpe...
Por un instante se mordió la lengua. ¿Qué iba a decir aquel hombre al verla vestida de geisha? Pero él la ignoró por completo, como si no existiese.
Insegura, Yumi fue a tocarle el codo para llamar su atención, pero sus dedos pasaron a través de él sin rozarlo siquiera. ¡Se había convertido en un fantasma?
-No puede verme ni oírme -mumuró.
Odd se acuclilló ante aquel hombre para poder echarle un vistazo a la primera página del diario.
-Ahora ya sabemos en qué día estamos: el 1 de junio de 1994. ¿Te dice algo?
Yumi se tapó la boca con las manos.
-¡Hasta tu tendrías que entenderlo, botarate! Dentro de cinco días, Hopper va a llevarse a Aelita a Lyoko para refugiarse con ella ahí dentro. ¡O sea, el origen de todas nuestras aventuras!
-¿Me estás diciendo que esto es una reconstrucción de ese momento?
-Eso parece -asintió Yumi-. A lo mejor Hopper quería enseñarle a Aelita algo importante. Por cierto, ¿y ella, dónde está? ¿Por qué no ha llegado todavía aquí?
-La comunicación con los demás se ha bloqueado -dijo Odd, sacudiendo la cabeza-. En La Ermita se les ha ido la electricidad, y la transferencia de Aelita se ha visto interrumpida.
Yumi se quedó mirándolo a la cara fijamente, desconcertada. ¿Cómo podía saber él esas cosas?
Odd pareció darse cuenta de que se había ido de la lengua.
-Me lo ha comunicado Jeremy justo después de que llegases aquí... -se apresuró a añadir-. Y luego se ha cortado la comunicación. Pero ésa... -el muchacho estiró un dedo-garra, apuntando al otro lado de la calle-. ¿Ves a aquella señora que camina a paso ligero? ¿No te parece igualita que la profesora Hertz?
Se trataba de ella, sin duda alguna, aunque parecía más joven, con el pelo castaño ligeramente entreverado de gris. Iba vestida con una camiseta y unos vaqueros, y tenía el físico esbelto y nervudo de una deportista. No parecía la tranquila profesora que los muchachos conocían.
Yumi y Odd cruzaron la avenida, pero la mujer siguió caminado sin percatarse de su presencia. Avanzaba con la cabeza gacha y una expresión de preocupación en la cara.
-Esto no es más que una grabación -observó Yumi-. Es lo mismo que le pasó a Aelita cuando visitó el primer nivel del diario. No podemos hacer ni decir nada, sólo ver lo que pasó hace más de diez años. 
La profesora Hertz llegó a un pequeño bar que había en una esquina. El propietario estaba limpiando la barra, y el olor de los cruasanes recién horneados empezaba a propagarse en el aire.
Yumi estaba conmocionada, en el bar había otra persona: una mujer con el pelo rubio cortado à la garçon y un par de enormes gafas de sol oscurísimas que le tapaban la mayor parte de la cara. Estaba sentada a una mesa, sola.
-Mayor Steibark -saludó la mujer mientras se ponía en pie.
-Agente Dido -respondió la profesora con un tono neutro y cara de póquer-. Cuanto tiempo.
Hertz no parecía estar nada contenta de aquel encuentro. Le pidió un café al camarero y ocupó la silla que había al otro lado de la mesa, frente a la desconocida. Odd y Yumi se sentaron en el suelo, cerca de las dos mujeres, para escucharlas.
-La ha llamado Steinbark... -murmuró la muchacha-. ¿Te acuerdas de lo que vio Aelita en el primer nivel? ¡La profesora Hertz es la misma mujer que ayudó a Hopper a escaparse de Cartago!
Yumi no daba crédito: ¡la profesora Hertz era una oficial del ejército!
El camarero llevó el café, y al hacerlo pisó a Yumi, pasando a través de ella. La muchacha se estremeció: todo aquello era una locura... Tenía la esperanza de que Jeremy diese señales de vida lo antes posible. ¡Quería salir de ella!
Dido le dio un par de sorbos a su café en medio de un silencio sepulcral.
-Has estado bastante ocupada a lo largo de estos años -dijo luego mientras se inclinaba hacia delante y clavaba sus ojos en los de Hertz.
-¿Qué estás tratando de decir?
-Lo sé todo. Sé que ahora Hopper y tú vivís aquí, y que habéis seguido trabajando en el proyecto Cartago. Sé que habéis reconstruido la Primera Ciudad. Y no solo eso: también sé cómo entrar en ella. Dispongo de los códigos de acceso, y utilizando los viejos proyectos hemos construido en Bruselas los aparatos necesarios para conectarnos a ella. Cuando salisteis huyendo os dejasteis detrás un buen puñado de apuntes...
Hertz estaba temblando. Volcó su taza sobre la mesa, y el líquido oscuro goteó hasta el suelo. Yumi se puso de pie de un salto para evitar mancharse, pero las gotas la atravesaron sin dejar ni rastro . Había sido aquella mujer, Dido, la que había creado los escáneres del apartamento de Bruselas. No había sido cosa de Hopper, sino de Dido y sus hombres de negro.
-De todas formas -exclamó la profesora-, no os servirá de nada. Los adultos no pueden usar los escáneres.
Dido asintió y corrió un tupido velo sobre aquel asunto, como si no le interesase.
-Te he pedido que nos viésemos -murmuró- para dejar bien clara una cosa: no quiero declararos la guerra ni a ti ni a Hopper.
-¿En serio? -contestó su interlocutora tras estudiarla, insegura, durante unos instantes.
-Las cosas han cambiado -dijo Dido-. Tras la caída del muro de Berlín, la guerra fría ha terminado. El proyecto Cartago nos ha costado un potosí, y hasta ahora que ha creado a sido un millón de problemas. Creo que los peces gordos están empezando a cogerle miedo: la Primera Ciudad ha demostrado ser incontrolable, y si comienza a ser operativa podría salirnos el tiro por la culata. En realidad, el preoyecto entero es demasiado arriesgado.
-¿Y entonces?
-Cuando os escapasteis de nuestra base, Hopper destruyó el prototipo de la Primera Ciudad. A continuación yo misma les borré la memoria a los científicos que había colaborado con vostros.
-Querrás decir la gente que transformó el proyecto Cartago en un arma.
-Ya no queda nada de aquellos recuerdos -respondió Dido, haciendo un vago gesto con la mano en el aire, como si el asunto no tuviese importancia-, y yo quiero que el mundo se olvide para siempre de la existencia de Cartago y la Primera Ciudad.
-¿Qué es lo que quieres de mi, Dido? -dijo Hertz, poniéndose en pie.
-Habla con Hopper. Decidme dónde se encuentra el superordenador que habéis construido y dejadme que lo destruya. Borraré de vuestras mentes cierta información confidencial, sólo los datos más peligrosos, y os dejaré vivir en paz. A vosotros dos y a Aelita. Os estoy la salvación.
-¡Ni hablar! -estalló Hertz.
-Piénsatelo bien -insistió Dido-. Ya sabes lo peligrosa que puedo llegar a ser.
Algo cayó sobre la cabeza de Yumi. La muchacha se volvió hacia Odd echando chispas por los ojos.
-¡Pero bueno! ¿Te parece el momento de ponerte a tirarme cosas encima?
-Yo no he hecho nada... -protesto el muchacho.
Yumi miró a sus pies, donde había aterrizado el objeto que acababa de golpearla.
Se trataba de una cajita de plástico azul celeste que se parecía mucho a un mando a distancia. Bajo una minúscula pantalla había tres botones rojos. Dos de ellos tenían forma de doble flecha, y apuntaban uno a la derecha y otro a la izquierda, como las teclas de rebobinado y avance rápido de un DVD. El tercero, por su parte, tenía un pequeño texto: EXPLORACIÓN LIBRE.
De pronto Yumi notó que el café derramado por el suelo había impregnado la tela de su quimono, empapándoselo. Molesta, se levantó y le pasó el mando a Odd para tratar de limpiarse, pero la mancha empezó a secarse a toda velocidad y se desvaneció en unos segundos.
-¡Ey! -gritó Yumi, sorprendida.
Odd ni siquiera se volvió para echarle un vistazo. Parecía ensimismado en sus pensamientos.
-Este mando a distancia -dijo al final- es una interfaz de grabación. Hopper programó su diario para que resaltase los acontecimientos más importantes. Nosotros podemos desplazarnos por toda la ciudad y a lo largo de todos los días que están grabados. Eso es la <<exploración libre>>. O bien podemos saltar directamente a las cosas interesantes, o volver hacia atrás si nos hemos perdido algo.
La muchacha no daba crédito a sus oídos. Su amigo nunca había entendido ni papa de tecnología. ¿Por qué parecía ahora tan seguro de sí mismo, tan sabelotodo?
-Éstas siguen de cháchara, y no dicen nada interesante... Yo propongo que le demos al avance rápido, a ver qué pasa.
Antes de que Yumi tuviese tiempo de protestar, Odd pulsó el botón, y el mundo comenzó a deshacerse a su alrededor. Dido y la profesora Hertz empezaron a transparentarse para después desaparecer por completo. Las paredes y el techo, por el contrario, se volvieron más oscuros, y al final les llovieron encima como una cascada de colores.
Yumi empezó a sentir vértigo, y se concentró en Odd, y su ropa morada y su cola de gato, que eran lo único que seguía siendo sólido y real.
-Odd... -murmuró, cayendo de rodillas.
-Solo será un momento -dijo Odd, tendiéndole una mano-. No es más que una actualización del sistema.
-¡¿Ein?! ¿Desde cuándo hablas como Jeremy?
Después las imágenes recuperaron la nitidez, y Yumi vio que en torno a ellos todo había cambiado.
Se encontraban en la vieja fábrica del islote. Para ser más exactos, estaban en el tercer piso subterráneo, el que quedaba más bajo, el más secreto.
La sala era grande y resplandecía con una pálida luz azul. Casi todo el espacio disponible lo ocupaba un cilindro de metal oscuro cuya superficie se hallaba cubierta de extraños jeroglíficos dorados. Aquello era el superordenador del que dependía la existencia del mundo virtual de Lyoko.
Yumi se había acostumbrado hasta tal punto a ver el ordenador apagado y a oscuras que ahora sintió un escalofrío de emoción que le recorrió todo el cuerpo como un latigazo. Se giró hacia Odd con una sonrisa en los labios y vio que el muchacho tenía los ojos como platos y temblaba como un flan.
-¿Estás bien? -le preguntó.
-Mira -le respondió él-. Hopper.
Oculto tras la columna de metal del ordenador, el padre de Aelita estaba acuclillado, trabajando con un gran destornillador en la mano y un portátil a su lado, apoyado en el suelo. Vestía una bata de laboratorio y llevaba barba larga y un par de gafas redondas. Tenía la cara muy seria, y parecía demacrado por el cansancio.
Se oyó un ruido, y Hopper alzó la cabeza. Alguien más acababa de entrar en la habitación usando el ascensor que ponía en contacto los pisos subterráneos con la planta baja de la fábrica.
Era la profesora Hertz, e iba vestida con la misma ropa que tenía durante el encuentro con Dido.
Yumi miró el mando a distancia que Odd tenía bien sujeto entre las manos: en la pantalla había aparecido el texto 01/06/1994 - 16:30 h.
De modo que aún se encontraban en el msmo día, y solo habían dado un salto adelante de unas pocas horas.

Dentro del cuerpo de Odd, X.A.N.A. se estremeció. Se había esforzado tanto, actuando y ocultándose... Y ahora estaba tan solo a un paso del triunfo.
Por fin se encontraba ante el superordenador, el puente hacia Lyoko. Era un Lyoko distinto, un Lyoko de 1994, pero tal vez desde allí fuese posible superar las barreras de la sandbox y acceder al verdadero mundo virtual, en el que podría recobrar sus fuerzas.
Desde la realidad, la parte de X.A.N.A. que habitaba en el cuerpo de Eva Skinner le aconsejó que esperase un poco más y estuviese bien atento. Yumi había estado a punto de descubrirlo cuando se había dejado llevar por las emociones y había comprendido demasiado deprisa cómo funcionaba la interfaz de navegación del Mirror. Debía tener en mente que Odd era un cabeza de chorlito.
Pero faltaba tan poco... ¡Lyoko! Y si sus cálculos eran correctos, Hannibal Mago estaba a punto de llegar a la fábrica real, al superordenador real. X.A.N.A. se había dado cuenta inmediatamente de que el Kadic estaba bajo vigilancia de sofisticadísimas microcámaras espía, y había llevado a cabo un par de averiguaciones. Sus capacidades dentro de internet eran casi ilimitadas, por lo que no había tardado mucho en descubrir hasta el mínimo pormenor de Mago y su Green Phoenix. Obviamente X.A.N.A. había preferido no decirles nada a los muchachos, ya que en un futuro Green Phoenix podría llegar a convertirse en un valioso aliado.
Aquella estúpida chiquilla, Yumi, lo agarró del brazo, obligándolo a concentrarse en Hopper y Hertz.
El profesor había escuchado un par de frases, y después se había puesto de pie, agitando el destornillador en el aire como si se tratase de un arma.
-¡No es posible! -gritó-. No hay forma de que Dido sepa que hemos reconstruido la Primera Ciudad. Hemos mantenido el más absoluto secreto... ¡Ésta era nuestra única esperanza de transforma el proyecto en un instrumento de paz!
-Debemos pensarnos muy bien nuestros próximos pasos -dijo Hertz mientras rozaba el hombro del profesor-. A Dido se le ha escapado un indicio muy importante: ha dicho que les borró la memoria a sus hombres. ¿No te resulta levemente familiar?
-Nuestra máquina extirparrecuerdos -susurró Hopper-. Alguien le ha vendido los planos de nuestra máquina.
-Ya -confirmó Hertz-. Nosotros la construimos para llenar el mundo virtual de información real... Pero si se usase con la polaridad invertida, su efecto sería precisamente el de borrar la memoria de la gente. No puede ser una mera coincidencia que Dido tenga un aparato similar. Solo había una persona más que supiese de la existencia de  la sandbox de la Primera Ciudad y la máquina extirparrecuerdos...
-Y esa persona es...
-Walter. Walter Stern.
Yumi se levantó de un salto, llevándose las manos a la boca, horrorizada.
-¿El padre de Ulrich? -gimió-. ¡Pero eso no es posible! Tiene que haber un error. No me lo creo. ¡NO PUEDE SER!
Odd también se puso en pie.
-Mira, Hopper está flipando.
El profesor había empezado a recorrer la sala del superordenador dando zancadas y con el rostro ensombrecido por una expresión grave y siniestra.
-Entonces, solo hay una cosa que pueda hacer -declaró al final-. Preparar un plan de huida.
-¿De qué estás hablando? -le preguntó Hertz, clavándole intensamente la mirada.
-Aelita y yo tenemos que irnos de aquí. Cogeré el Código Down y lo dividiré en varias partes para impedir que alguien consiga recomponerlo. Y luego huiré junto con mi hija.
-¿El Código Down? -susurró Yumi-. Y eso, ¿qué será?
X.A.N.A. no tenía ni la más mínima idea. Siguió escuchando atentamente a Hertz.
-¡No puedes hacer eso! Todo lo que hemos conseguido hasta ahora... la creación de Lyoko y el Código Down... se perdería por completo.
-Dejaré algunas pistas. Esconderé información que solo Aelita y yo seamos capaces de rastrear.
-¿Por qué Aelita? -preguntó Hertz al tiempo que sacudía la cabeza-. ¡Todavía es muy pequeña!
-Piénsalo bien -sonrió Hopper-. Los hombres de negro quieren encontrarme, y no sé de cuánto tiempo más dispondremos. Podrían capturarme, pero estoy seguro de que seré capaz de salvar a Aelita de una manera u otra. Así, cuando sea algo más mayor, podrá entender lo que ha pasado. Tengo la intención de construir un diario vitual. Usaré mis recuerdos, los tuyos... cualquier información que pueda necesitar para trazar un <<mapa>> que Aelita sea capaz de interpretar.
Hertz asintió con  la cabeza, preocupada.
-¿Y yo? -preguntó-. ¿Yo qué tengo que hacer?
-Llama a los amigos que trabajan con nosotros y convoca una reunión -dijo Hopper tras reflexionar un instante-. Invéntate cualquier excusa... Por ejemplo, que Walter quiere despedirnos a todos. Cuando estéis reunidos, usa con ellos la máquina extirparrecuerdos. Se olvidarán de todo: Lyoko, la fábrica, el ordenador... Estarán a salvo. Una vez hecho esto, tú y yo hablaremos cara a cara con Walter... y, para terminar, yo huiré bien lejos de aquí.
-¿Y qué vamos a hacer con Lyoko? -le preguntó Hertz.
-Lo apagaré. No me queda otra opción: X.A.N.A. se está volviendo demasiado peligroso. El virus que introdujeron en la Primera Ciudad podría hacer que enloqueciera de repente. Es un bug, un error de programación, y es posible que X.A.N.A. no se haya visto afectado... pero todo el adiestramiento <<humano>> al que lo hemos sometido durante estos meses podría también terminar en agua de borrajas. Y entonces... no sé lo que podría pasar.
X.A.N.A. se había quedado escuchando con la boca abierta, oculto dentro de la versión virtual del cuerpo de Odd. ¿Virus? ¿Error de programación? ¿Adiestramiento? ¿De qué estaba hablando Hopper?
Después, sin previo aviso, una imagen de muchos años atrás retornó a su mente. Por lo general mantenía aquellos recuerdos bien lejos y a buen recaudo, escondidos en un remoto rincón de su memoria digital. Pero de golpe volvió a ver ante sus ojos una imagen de Aelita, aunque no la chiquilla a la que había conocido en la realidad, la amiga de Eva Skinner, sino la Aelita con la que se había encontrado mucho tiempo antes, la que jugaba con él en la gran ciudad desierta.
X.A.N.A. tenía por aquel entonces un aspecto muy distinto, y jugaba con Aelita en los parques, se transformaba en multitud de animales divertidos y la esperaba en las puertas de la muralla. Todas las tardes. Hasta que Aelita había dejado de ir a jugar con él.
Por eso aquel día de hacía tantos años su amiga no había acudido a su cita de siempre: Hopper se lo había impedido.
X.A.N.A. se enfureció.

Yumi sintió un violento empellón que la lanzó hacia un lado. Ante ella, Hopper y Hertz seguían diciendo las mismas frases que había pronunciado más de diez años antes. Pero la muchacha ya no estaba en condiciones de escucharlos.
Se giró. Su amigo Odd había caído de rodillas, y se sujetaba la garganta con ambas manos. Parecía como si se estuviese ahogando. De su boca salía humo negro tan denso que había embestido a Yumi, tirándola al suelo.
-X.A.N.A... -murmuró sin terminar de creérselo.
La muchacha conocía demasiado bien aquel humo: era el mismo que había visto saliendo de la boca de William Dunbar, uno de sus compañeros de clase, cuando X.A.N.A. se había hecho con el control de su cuerpo.
Odd se desplomó. La humareda comenzó a condensarse en un vertiginoso remolino que fue tomando forma, hasta volverse sólido.
La muchacha se puso en pie de un salto.
El mando había caído al suelo. Debía recuperarlo y hacer avanzar la grabación para desplazarse hasta otro momento, lejos de allí. Tenía que huir. Pero...
-Ni siquiera se te ocurra moverte -la heló una voz inhumana.
El humo se había desvanecido, y en su lugar había aparecido un chico. Era clavado a William Dunbar: con el pelo oscuro y algo largo, la nariz recta y una expresión autosuficiente. Era algo más alto que Yumi, y tenía un físico atlético.-¿Qui... quién eres?
-Ya has dicho mi nombre antes. Tú me conoces. Soy X.A.N.A., y he vuelto.