jueves, 29 de diciembre de 2011

Final de libro!!

Ya he terminado este libro, que es el 3º. A partir de ahora podréis disfrutar del siguiente libro pinchando sobre la imagen:
El Ejército de la Nada:
(www.elejercitodelanada.blogspot.com)
Y podéis seguir disfrutando de toda la información sobre Código Lyoko en: www.codigolyoko4ever.blogspot.com

Epílogo

                                                EPÍLOGO



La cuna de cristal descollaba en el centro de la plaza, cerca de la fuente. Dentro de ella, Eva Skinner recordaba a una especie de bella durmiente post-punk. Sus rubios cabellos le enmarcaban el rostro, maquillado con precisión, con los ojos contorneados de fucsia y carmín oscuro en los labios. En las muñecas llevaba brazaletes de cuero con el logotipo de los Ceb Digital, una rosa con el tallo en forma de guitarra eléctrica, que también se repetía en el estampado de la cazadora.
Jeremy separó la cara del reluciente cristal y se giró hacia Ulrich.
—¿Tú qué crees que deberíamos hacer ahora? —No lo sé... ¿Tratar de despertarla? Jeremy suspiró. Su amigo tenía toda  la razón. Desde luego, no podían dejarla ahí. Pero una parte de él se preguntaba qué sentido podría tener, a fin de cuentas. Por el momento Eva estaba a salvo, durmiendo tan tranquila. Y una vez que la hubiesen despertado, ¿qué iban a hacer? No podían volver a la realidad a menos que Hannibal Mago quisiese traerlos de vuelta, pero seguro que el jefe de los terroristas tenía cosas bien distintas pasándole por la cabeza en aquel momento, entre el ejército de robots, XANA y todo lo demás.
El muchacho apoyó las manos contra la burbuja de cristal y trató de empujarla con todas sus fuerzas, pero no se movió ni un milímetro. La cuna no tenía ni una sola juntura, y formaba una unidad indivisible con su base, que la sostenía como el tronco de una planta.
Ulrich intentó ayudarlo, y resoplaron y jadearon juntos durante unos minutos.
—Así no vamos a ningún lado.
Jeremy se arrodilló, sintiéndose de lo más abochornado dentro de sus leotardos de elfo, y empezó a estudiar la cuna palmo a palmo. El cristal transparente se iba volviendo opaco a medida que se acercaba a la base para luego adquirir tonalidades azuladas que componían un degradado. A un lado, tan pequeños que de un primer vistazo resultaban casi invisibles, estaban dibujados los círculos y las franjas que formaban el ojo de X.A.N.A.
—Me has dicho que este chisme lo construyó X.A.N.A., ¿correcto? —dijo Jeremy mientras señalaba aquel símbolo.
—Me parece que sí —masculló Ulrich—. Para ser sincero, en ese momento yo estaba un pelín confuso, y no...
—Vamos a probar con esto.
Jeremy rozó con la punta de los dedos el ojo de X.A.N.A., y luego lo pulsó con fuerza, como si se tratase de un botón.
Levantó la cabeza. El cristal que protegía a Eva Skinner se desvaneció, cayendo sobre la muchacha dormida y resbalando sobre su piel como una lluvia de cristales plateados.
—¿Y ahora qué vas a hacer, cerebrín? —comentó Ulrich, soltando una risilla—. ¿Vas a ver si funciona lo del beso?
—N-no hace falta... —respondió Jeremy, sonrojándose—. Ya se está despertando.
La boca entreabierta de la muchacha tembló para después abrirse en un sonoro bostezo. Una de sus manos se cerró en un puño, y Eva comenzó a refregarse los ojos. Otro bostezo.
Jeremy y Ulrich se quedaron observando, embelesados, cómo la muchacha empezaba a moverse, al poco abrió los ojos y se incorporó, apoyándose en un codo, hasta quedar sentada. Su rostro, maquillado como si fuese el de una estrella del rock, tenía una expresión entre perpleja y divertida.
—Who... who are you?—preguntó.
—¿Eeeein? —le preguntó a su vez Ulrich.
—Está hablando en inglés, ¿no? —comentó Jeremy con una sonrisa—. Acuérdate de que cuando llegó a Francia estaba poseída porX.A.N.A., así que no se acordará de nada... ni siquiera de nuestro idioma.
—Ejem... helio! —comenzó el muchacho, tratando de desempolvar su mejor inglés—. My ñame is... Jeremy. And this is my friend Ulrich.
Eva se llevó una mano a la frente, confusa.
—Where am I? I was attending Ceb Digital concert but... I don't remember anything else. I must have been dreaming.
Jeremy se giró hacia Ulrich.
—Dice que recuerda que había ido a un concierto —le tradujo—, y luego nada más. Cree que ha debido de soñarlo todo.
—Ah, perfecto —comentó Ulrich—. Mejor así, mira. Sólo que... ¿y ahora?
Jeremy permaneció unos instantes en silencio, meditabundo.
—Pues ahora le contamos la verdad —respondió después—. Por algún lado habrá que empezar.
Jeremy se sentó con las piernas cruzadas en el adoquinado de la plaza. Pensó en aquella pobre chica, despertándose de golpe y porrazo en un mundo desconocido, frente a un elfo y un samurai. ¡Debía de estar asustada!
Trató de tranquilizarla con una buena sonrisa, y luego, siempre en inglés, empezó a contarle...



Aelita se acurrucó bajo las sábanas de la enorme cama de su padre en La Ermita.
Se había quedado sola. X.A.N.A. había desaparecido hacía ya muchas horas, y ella había vuelto a recorrer todo el Mirror en su busca, reviviendo todos y cada uno de los capítulos del diario. A cierta altura había perdido la esperanza, había pulsado el botón de exploración libre del mando y había vuelto a casa, a La Ermita, para descansar.
Pero ahora no conseguía conciliar el sueño. Todo aquel asunto seguía bulléndole dentro como el agua de una olla a presión. El profesor Hopper era un científico, y no hacía nada por casualidad. Así que, ¿por qué había orquestado todo aquel laberinto, pistas tras pistas que no llevaban a ningún lado? ¿Quería ayudarla a comprender para que ella hiciese algo...? Pero ¿el qué? No tenía ni la más remota idea.
Y además, había un acontecimiento que todavía le resultaba inexplicable. Aelita se había visto a sí misma hablando con su padre, prometiéndole que lo ayudaría. Y, más tarde, cuando ella estaba en el sofá con fiebre alta, poco antes de que los hombres de negro asaltasen el chalé, él había dicho que nunca antes había usado la máquina extirparrecuerdos al contrario.
De modo que era por eso por lo que Aelita se encontraba mal: era culpa de la máquina que su padre había inventado. ¿La había utilizado con ella para borrar algún recuerdo demasiado peligroso, o tal vez al revés, para introducir en su mente nuevos recuerdos?
—Si eso fue lo que hiciste —murmuró la muchacha—, tu plan no ha funcionado, papá. No me acuerdo de nada.
A veces le parecía que su cerebro estaba dividido en dos, y que una parte de él era tan inexpugnable e inaccesible como una caja fuerte. Desde que Jeremy la había despertado de su sueño dentro de Lyoko, Aelita había sido víctima de constantes ataques de amnesia. Los recuerdos se le escurrían entre los dedos como las gotas de agua dentro de una clepsidra.
La muchacha siguió dando vueltas en la cama. El dormitorio de su padre estaba sumido en la oscuridad, con las ventanas abiertas para dejar entrar un
poco de corriente en medio de aquel sofocante aire veraniego.
Aelita se encontraba a diez años de distancia de sus amigos... y del mundo real.
¿Qué estarían haciendo Jeremy y los demás en ese momento?
Hacía ya varias horas que habían dejado de comunicarse con ella. Tenía que haberles pasado algo, y ella se sentía atrapada en una prisión virtual.
Pero debía tener fe. De algún modo, todo terminaría saliendo bien.
La muchacha se encogió en posición fetal, con las manos apretadas contra la cara. Después, sus dedos se deslizaron hacia su cuello, enroscándose alrededor de la cadenita que llevaba. Acarició con las yemas el colgante de oro, sintiendo las letras en relieve. W y A, Walter y Anthea.
«Mamá —pensó—, ya verás, de alguna forma conseguiré encontrarte, y luego estaremos de nuevo juntas, y volveremos a ser una familia». De la mano de aquel pensamiento, por fin consiguió encaminarse hacia las profundidades del sueño.



El rostro de Yumi estaba iluminado por la pequeña vela que Odd había encendido en el suelo de la habítación, a medio camino entre su cama y el lecho vacío de Ulrich.
Afuera estaba la noche, oscura y silenciosa. Ya debían de ser por lo menos las cuatro de la madrugada. Dentro del cuarto, la llamita de la vela parecía reducir aún más el poquísimo espacio que mediaba entre los dos muchachos, levantando una pequeña barrera entre ellos y el resto del mundo.
Estaban cubiertos por un par de mantas bien gordas, con la cabeza cargada de preocupaciones y los ojos sitiados por unas oscuras ojeras de cansancio. Al cortar la electricidad, Odd también había hecho saltar el circuito de control del termostato que ponía en marcha las calderas, y ahora en todo el Kadic hacía un frío tremendo. En vez de volverse a sus cuartos, casi todos los estudiantes habían preferido dormir juntos en el laboratorio de ciencias, entre montones de ropa y cálidos edredones pescados por aquí y por allá.
La profesora Hertz y el resto de los adultos seguían haciendo rondas de guardia, por si Green Phoenix decidía volver al ataque.
Y luego estaban ellos dos, Yumi y Odd, solos en la residencia desierta, reflexionando.
—¿Tú crees que los demás estarán bien? —aventuró Yumi.
Decía «los demás», pero en realidad quería decir «Ulrich». Por lo que Odd podía recordar, esos dos jamás habían estado separados durante tanto tiempo. El muchacho se esforzó por sonreír.
—¡Cómo no! ¡Fijo que están de maravilla! —exclamó después—. Seguro que tienen menos problemas que nosotros con toda esta movida de los robots.
—Sí, pero... —lo contradijo ella—. Los tienen prisioneros X.A.N.A. y Green Phoenix en los mundos virtuales...
Odd estiró una mano bajo las mantas que los cubrían y apretó con fuerza la de la muchacha.
—Los sacaremos de ahí, Yumi —la animó—. Te doy mi palabra.
—Aja... —comentó su amiga, enarcando una ceja con sarcasmo—. ¿Y cómo lo haremos, si puede saberse?
Odd abrió los brazos de par en par, haciendo que las mantas se cayesen al suelo.
—¡Puedes estar segura de que algo se nos ocurrirá! Y me juego lo que quieras a que Jeremy ya tiene listo algún plan y una manera de hacernos llegar sus instrucciones. Ya lo conoces: ese cabezota siempre tiene un plan cuando hace falta. Por no hablar de cuando no hace falta...
—Bueno —dijo Yumi con una débil sonrisa—, tampoco es que nosotros nos las hayamos arreglado demasiado mal hasta ahora... —observó.
—¡Y que lo digas! ¡Hemos estado genial, venga, admitámoslo! La ¡dea de cortar la corriente ha sido realmente brillante. ¡Han salido corriendo como alma que lleva el diablo!
El silencio volvió a interponerse entre ambos muchachos.
Tenían un montón de problemas que resolver: el secuestro de Jeremy, Ulrich y Eva atrapados en la Primera Ciudad, Aelita encerrada dentro del Mirror... y Green Phoenix... y los hombres de negro... y, sobre todo, X.A.N.A.
¿Cómo iban a conseguir detenerlos? En el fondo ellos no eran más que unos chiquillos.
Pero, por alguna razón, Odd se sentía lleno de confianza a pesar de todo. Se levantó dando un respingo felino y se alejó de la luz de la vela, acercándose a la ventana cerrada. El cristal estaba helado, y afuera las copas de los árboles oscilaban al ritmo de los desordenados bailes del viento. No envidiaba para nada a los que andaban por ahí montando guardia.
—¿Sabes lo que te digo, amiga mía? —sentenció al final mientras ponía los brazos en jarras—. Que hemos estado realmente de miedo. Vale que a lo mejor
todavía no hemos ganado la guerra, pero la batalla de esta noche ha sido un triunfo. La «GRAN BATALLA DEL KADIC» permanecerá para siempre en los anales de este colegio, y la cantarán y la recordarán por los siglos de los siglos...
Mmmm. Como siempre, estaba exagerando. Pensó que tal vez fuese mejor dejarlo ahí.
El muchacho se giró hacia Yumi y volvió a su lado, acuclillándose para mirarla cara a cara.
—Todavía nos quedan mogollón de misterios por resolver, pero estoy seguro de que pronto conseguiremos volver a reunir a toda la pandilla. Les echaremos el guante a los malos y haremos que todo regrese a la normalidad. Somos guerreros de Lyoko, qué narices. Nuestra misión ha sido siempre la de salvar el mundo, ¿no?
—Gracias, Odd —le dijo Yumi con una cálida sonrisa.
—Oye, oye, tampoco exageres —se escabulló él, azorado—. Yo soy el bufón del grupo, ¿te acuerdas? ¡No te me pongas demasiado seria, que me aturullas!
—Vale, vale —dijo Yumi con una risita—. Pero gracias de todos modos.
Odd se inclinó hacia la muchacha, con la llama de la vela a pocos centímetros de la cara.
—Venga —susurró—, vamos al  laboratorio con los demás. Aquí hace demasiado frío para dormir. Y apagó la luz de un soplido.

Capítulo 17

                                                      17
                                             ¡RETIRADA!



El portón de la residencia no había aguantado más que unos minutos, y los robots también habían logrado entrar allí con facilidad. Enseguida habían ocupado el primer piso, mientras que los muchachos se habían atrincherado en el segundo junto con los señores Ishiyama y el padre de Ulrich, Walter.
—Voy a bajar por las escaleras... —susurró Yumi nientras abrazaba a su madre, tratando de infundirse valor— para hacer un reconocimiento.
Nadie trató de detenerla: estaban todos demasiado asustados. Los estudiantes del Kadic, dispersos por aquí y por allá a lo largo del pasillo, la observaron fijamente con los ojos hinchados de sueño, pálidos como fantasmas.
«No están preparados —pensó Yumi—. Nunca han estado en Lyoko, y nunca se han enfrentado a
XAN.A. No puedo contar más que conmigo misma».

La muchacha se caló hasta las cejas la capucha negra de su sudadera favorita y dobló la esquina. Acto seguido dio unos pocos pasos pegada a la barandilla de las escaleras y miró hacia abajo.
Un robot estaba avanzando por el pasillo con paso firme. Al observarlo a plena luz, Yumi se percató de un detalle que hasta entonces se le había escapado: en la placa pectoral izquierda había un símbolo, que recordaba vagamente un ojo estilizado, hecho de círculos y rayitas. Yumi lo conocía demasiado bien. ¡Eso era el ojo de XANA! ¡Los robots eran criaturas de Lyoko!
El autómata llegó hasta el primer peldaño de las escaleras, y luego se dio media vuelta y empezó a recorrer el pasillo en dirección opuesta, como un militar de ronda.
Yumi notó que ahora su armadura parecía más delgada, casi transparente. Conseguía entrever el reflejo de las luces de los tubos fluorescentes a través del coloso, como si se hubiese transformado en un fantasma translúcido.
El robot se paró de golpe en medio del pasillo, y su extraña cabeza llena de luces amarillas comenzó a dar vueltas sobre sí misma, en busca de algo. Al notar una toma de corriente que había casi al nivel del suelo, el gigante se acercó, y sus cabellos se alargaron
hasta sus pies. En cuanto uno de los enchufes que tenían en las puntas llegó a la altura de la toma, se enchufó en ella. Una descarga eléctrica amarillenta recorrió el robot, que de inmediato empezó a parecer más sólido.
Yumi sonrió. De modo que aquellos monstruos tenían un punto débil... Necesitaban electricidad. Y ella sabía dónde se encontraba el cuadro de luces general de la escuela: en los sótanos del edificio de administración. Tenía que avisar a Odd y a Richard.
Una mano de acero atravesó la puerta del despacho de la profesora Hertz. La mano vaciló un instante, y luego se dobló hacia atrás, alcanzó la manija y trató de girarla. Cerrada.
—Uyuyuy... —murmuró Odd—. Estamos perdidos.
En la habitación estaban solos Richard y él. Su padre y la profesora ya se habían refugiado en las aulas de ciencias. Pero el muchacho había insistido en pasar por el despacho. Quería poner a salvo el expediente con el Código Down.
Mientras apretaba contra su pecho la carpeta rebosante de papeles, Odd empezó a sospechar que, al fin y al cabo, no había sido una gran idea.
—¿Qué tal vamos de bombas? —preguntó.
—Sólo nos queda una de humo —murmuró Richard tras hurgar rápidamente en el bolsón que tenía a sus pies.
—Sácala y prepárate.
Ya que no resultaba posible abrir la puerta por las buenas, el robot decidió usar métodos más expeditivos. Un hombro acorazado se abalanzó contra el bastidor, haciendo saltar algunos trozos del revoque de la pared. Al segundo empellón la puerta salió disparada hacia el interior del despacho, aterrizando con estruendo sobre el caos de revistas y cachivaches científicos.
Tres robots se agolparon en el umbral. Estaban tan cerca que Odd podía contarles las tuercas. El muchacho le ordenó a Richard que abriese fuego y saltó como un resorte contra sus adversarios.
El aire se llenó de un humo denso que hizo toser a Odd mientras apretaba bien fuerte el expediente y bajaba la cabeza. Pero terminó por chocar contra algo que hizo un sordo dong.
Uno de los robots lo agarró por el cuello, le arrancó el expediente de las manos y arrojó a Odd contra la pared del pasillo.
El muchacho cayó al suelo ya sin aliento. Vio cómo Richard salía del despacho gateando bajo las piernas de un robot el doble de alto que él.
—¡Huyamos de aquí, venga! —dijo mientras lo ayudaba a levantarse.
—Pero... pero... el expediente...
Odd no conseguía despegar la mirada de la puerta derribada del despacho. Allí dentro los tres gigantes estaban destrozándolo todo, moviéndose con las luces rojas de los yelmos destacando entre la niebla oscura.
En aquel momento el móvil de Richard empezó a sonar. El muchacho cogió la llamada y escuchó en silencio durante unos segundos.
—Cambio de planes —le dijo a Odd después de colgar—. Enséñame por dónde se va al semisótano.



Yumi llegó junto a sus padres con el aliento entrecortado a causa de su alborotada carrera.
—Vienen para acá —susurró—. Se están reuniendo a los pies de las escaleras, y dentro de no mucho los tendremos aquí. ¿De qué armas disponemos?
Walter Stern señaló los escasos objetos que tenían amontonados en el suelo: bates de béisbol, raquetas de tenis y tubitos rojos y azules llenos de mejunjes químicos preparados por Hertz. También había otro arco igual que el de Jim Morales y algunos balones medicinales de tres kilos alineados contra la pared.
Yumi suspiró, agarró el arco y trató de tensarlo. Estaba muy duro.
—Espera —le dijo Jim, acercándose a ella—. Si lo regulamos aquí y ahí, podemos reducir la desmultiplicación para que sea más fácil de utilizar.
La muchacha le dio las gracias y se giró hacia sus padres.
—Juntad a los demás estudiantes al fondo del pasillo. Jim, Walter y yo nos quedaremos aquí y trataremos de defendernos.
—¡Nosotros podemos serte útiles! —protestó su madre.
Yumi negó con la cabeza.
—Vosotros tenéis que tranquilizar a los chicos, que están muy asustados. Walter, por favor, ve a la habitación de Ulrich. Debajo de su cama deberían estar las armas que usa en los entrenamientos: espadas de bambú para el kendo, nunchakus y cosas por el estilo. Jim, tú acompáñame al cuarto de Jeremy. Si no recuerdo mal, en el armario tiene un buen muestrario de cables eléctricos y otros chismes que podrían resultarnos de utilidad.
Yumi estaba sorprendida de sí misma: había asumido el mando con naturalidad, y ahora estaba dándoles órdenes a sus profesores y al resto de los adultos. Pero era justo que fuese así, porque ella conocía a X.A.N.A. y sabía combatir.
Con el arco de aluminio bien agarrado con ambas manos, echó a correr hacia la habitación de su amigo Jeremy.



Richard observó a Odd y enarcó una ceja.
—¿Y tú quieres atravesar la barrera de robots con... eso?
—Con esto... y con mi agilidad innata —dijo Odd con una sonrisa irónica.
El muchacho terminó de llenar el cubo de plástico con el detergente, y luego usó la fregona para revolver bien la mezcla de agua y jabón.
Richard y él habían atravesado sin problemas toda la planta baja del edificio, y luego habían bajado a los subterráneos, pero allí había un pequeño grupo de robots bloqueándoles el paso, de modo que se habían refugiado en la primera habitación con la que se habían topado: el trastero de las escobas.
Odd agarró el cubo, giró la manija de la puerta y asomó la cabeza.
El largo pasillo terminaba en la puerta metálica que conducía a los subterráneos del Kadic. Justo donde estaban alineados tres enormes robots. No estaban haciendo nada en particular. Simplemente, permanecían inmóviles delante de la puerta. Uno de ellos tenía los cables de la cabeza tan largos que serpenteaban por el suelo y... sí, acababa de enchufar uno de ellos a una toma de corriente. ¡Menudos calambrazos que tenía que dar eso!
Richard, situado detrás de él, había agarrado dos grandes escobas, y las estaba blandiendo ante sí como si fuesen dos lanzas. Odd le sonrió y asintió con la cabeza.
Salió del refugio del trastero. Los yelmos metálicos de los robots se giraron al instante en su dirección. El que estaba enchufado a la corriente eléctrica arrancó el cable de la pared, y sus cabellos volvieron a acortarse y moverse desordenadamente sobre la cabeza.
Odd contuvo el aliento, y luego lo lanzó fuera de los pulmones, gritando a voz en cuello «¡¡¡¡¡BANZAAAAAIIII!!!!!».
Traspasó el pasillo corriendo como un poseso mientras huía del mismísimo diablo, con el cubo lleno de agua y jabón en una mano y la fregona en la otra, con Richard siguiéndolo a rebufo.
Los robots echaron a caminar hacia él a paso lento, con las armaduras de caballeros chirriando.
Odd se agachó, flexionando las rodillas, dejó que el cubo patinase sobre el pavimento de baldosas blancas y negras y luego lo volcó, derramando toda el agua por el suelo.
—¡Ahora, Richard! —gritó—. Patinaaaaaaaa...
Soltó el cubo y agarró la fregona con ambas manos, manteniéndola derecha ante sí. En cuanto alcanzó el charco de agua que se estaba extendiendo por las baldosas se dejó caer, deslizándose hacia la puerta con los pies por delante, como un futbolista decidido a robarle el balón al delantero del equipo contrario.
También los robots se encontraban ahora sobre el agua llena de jabón, y Odd oyó cómo sus pies de acero se escurrían y perdían el equilibrio... Apretó los dientes y golpeó con todas sus fuerzas en el tobillo al que le quedaba más cerca.
El robot se estampó contra el suelo con un estruendo de chatarra mientras Odd terminaba de deslizarse hasta la puerta. La abrió de par en par, oyó cómo otro de los robots se caía al suelo y vio a Richard, que llegaba en dirección a él a toda velocidad. Sólo le quedaba un mango de escoba, y estaba partido en dos.
El muchacho se precipitó al otro lado de la puerta, y con el impulso que llevaba recorrió sobre su trasero el pequeño tramo de escaleras que conducía al semisótano. Odd se apresuró a cerrar la puerta y seguirlo.
Richard y él cruzaron a toda prisa el estrecho pasillo del subterráneo entre tuberías que goteaban y calderas tan grandes como armarios. Odd localizó las cajas de los cuadros eléctricos. Tras una portezuela de plástico transparente cubierta de polvo podía verse una serie de palanquitas oscuras.
—Date prisa —le susurró Richard—. Los vamos a tener encima en un pispas.
El muchacho asintió en silencio, abrió una de las portezuelas y empezó a bajar las palancas una tras otra.



La batalla estaba teniendo lugar en el tramo de escaleras que había entre el primer y el segundo piso de la residencia. Y ellos iban perdiendo.
La flecha de Yumi salió volando de su arco con un agudo siseo. Alcanzó a uno de los robots justo en la juntura entre el cuello y la coraza, y allí se quedó ensartada. El robot titubeó, dio un paso más hacia la muchacha, tropezando con un cable eléctrico tensado de un lado a otro de la escalera, y cayó de bruces en el suelo.
—Buen tiro —exclamó Jim, que había renunciado al arco para echar mano de los balones medicinales—. Tienes un talento natural.
—Por desgracia, no es suficiente —le respondió Yumi con una media sonrisa—. Son demasiados.
Y era cierto. Pese a que, tal y como había adivinado la muchacha, con cada golpe que se les asestaba los gigantes tendían a volverse transparentes, el ejército enemigo era demasiado numeroso. Evidentemente, consumían energía para mantenerse en un estado sólido durante la batalla, pero cada vez que un robot estaba a punto de volverse invisible, retrocedía hasta la retaguardia para enchufarse a una toma de corriente, y otro de ellos tomaba su puesto de inmediato.
Lentamente, los robots habían empezado a ganar terreno. Subían por las escaleras evitando los cables tendidos de lado a lado en algunos escalones, así como el resto de las trampas que les habían preparado. Cada vez estaban más cerca de los escritorios que Jim y Walter habían volcado en lo alto de las escaleras a guisa de barricada de última defensa.
Yumi lanzó otra flecha, y después metió la mano en su aljaba. Sus dedos pinzaron el vacío hasta encontrar un delgado astil de aluminio. La muchacha se detuvo para echar un vistazo por encima de su hombro. Ésa era la última. Se le habían acabado las flechas.
—¿Cuánta munición nos queda? —preguntó.
—Por desgracia estamos bajo mínimos —le jadeó Walter a la oreja.
Yumi disparó su última saeta. Luego dejó caer el arco y se volvió en busca de una nueva arma. Tirado en el suelo encontró un par de nunchakus de Ulrich. Se trataba de dos palos de metal lustroso unidos en uno de sus extremos por una corta cadena. Podía servirle.
Agarró uno de los dos palos e hizo girar el otro con un rápido movimiento de la muñeca para darle velocidad. A continuación saltó por encima de los escritorios de protección y se lanzó al ataque escaleras abajo.
La muchacha le asestó un varazo a uno de los robots a la altura del estómago, logrando que se tambalease hacia atrás, y luego flexionó las piernas, agachándose para golpear a otro detrás de las rodillas. Una mano enorme la agarró de la sudadera y la lanzó hacia atrás. Yumi exhaló todo el aire que tenía en los pulmones mientras un latigazo de dolor le destrozaba la espalda.
Trató de volver a ponerse en pie. Oyó a Jim gritar, y después un estallido ensordecedor llenó el aire, haciéndole daño en los oídos.
Era un disparo. Walter había sacado su pistola.
Yumi agarró bien fuerte sus nunchakus para golpear la mano del robot antes de que pudiese volver a aferraría, oyó un nuevo disparo y se aplastó contra la
barandilla para que Walter pudiese apuntar mejor. Sin embargo, un puño la golpeó en un costado, y el nunchaku se le escurrió de entre los dedos y cayó en el hueco de la escalera para terminar chocando contra el suelo de la planta baja con un ruido sordo. Estaba desarmada.
La muchacha se dispuso a combatir con las manos desnudas.
En ese momento se fue la luz.



Los subterráneos estaban sumidos en la más completa oscuridad. Odd y Richard se habían aplicado en su labor, desconectando primero la corriente general para después bloquear los interruptores del generador de emergencia... y de todo aquello con lo que se habían topado allá abajo. Ahora ya no veían a un palmo de sus narices, pero ningún robot había venido a capturarlos, y eso era sin lugar a dudas una buena señal.
—¿Tienes un mechero?—preguntó Odd.
—No, pero tengo mi móvil —tras unos instantes de silencio, Richard suspiró—. Nada, no lo encuentro. Debe de habérseme caído durante la pelea con esos monstruos...
—No te preocupes: nos queda el mío—dijo Odd.
Se oyó un clic, y por fin pudo ver la cara pálida de Richard, iluminada por el resplandor blancuzco de la pantalla del móvil.
—¿Va todo bien? —le preguntó el muchacho.
—No pasa nada, gracias. Me parece que lo hemos conseguido.
—Ya.
Guiándose con la triste luz de su teléfono, desanduvieron sus pasos hasta llegar al pasillo que poco antes había estado infestado de robots. Reinaba el silencio, y aquel lugar parecía completamente desierto.
—Se han ¡do —comentó, incrédulo, Richard.
Odd buscó en el listín de su móvil el número de la profesora Hertz. Habló con ella rápidamente. En el laboratorio de ciencias había tenido lugar una dura batalla. Habían herido al director Delmas en la cabeza, y necesitaba una buena bolsa de hielo, pero nadie se había hecho daño de verdad. Ahora los robots se estaban batiendo en retirada.
Yumi tenía razón: ¡sin electricidad, aquellos cobardes habían tenido que salir huyendo!
Demasiado exhaustos como para dar saltos de alegría, Odd y Richard salieron del edificio.
Era una noche húmeda y fría, con el aire opaco a causa de la bruma. Era la primera vez que veía el colegio de esa forma, sin una sola luz, ni siquiera en las entradas principales.
Recorrieron a paso lento el vial que llevaba hasta la residencia y atravesaron la puerta de la entrada, que los robots habían derribado, dejándola tirada y abarquillada en el suelo como un amasijo de acero y brillantes trocitos de cristal.
«Espero que se encuentren todos bien», pensó Odd.
Richard y él subieron las escaleras y llegaron al primer piso. Por todas partes había señales de la batalla, tomas de corriente arrancadas de las paredes, manchas de sustancias químicas en casi todas las superficies y puertas reventadas, formando un paisaje desolador. En una esquina había una camiseta rosa pisoteada y abandonada al lado de un par de calcetines desparejados. Pero tampoco por allí había ningún robot, y eso era, a fin de cuentas, lo más importante.
Después los dos muchachos comenzaron a oír las voces: murmullos, llantos, susurros apagados.
—¡Ey! —llamó Odd.
Apretó el paso. Richard y él embocaron el tramo de escaleras que llevaba al segundo piso. Tuvieron que sortear una barricada de escritorios, un par de los cuales estaban partidos por la mitad. Luego vieron las luces: mecheros, cerillas, pantallas de móviles y de portátiles...
—¡Yuu-ju! —volvió a gritar—. ¿Estáis todos bien?
Una sombra se movió hacia él a toda velocidad. Era Yumi, desgreñada y con un arañazo bastante serio que estaba cubriéndole lentamente de sangre la mejilla.
—¡Lo has conseguido, Odd! —dijo la muchacha.
Le saltó al cuello y lo abrazó.

Capítulo 16

                                                  16
                            LA BATALLA EN EL KADIC



Jeremy estaba observando con atención el macizo edificio hexagonal, negro como el espacio profundo.
—Es la proyección virtual de un centro de cálculo avanzado que se apoya directamente en los procesadores multi-core del superordenador... —le explicó a Ulrich.
—¡JA, JA, JA, JA, JA, JA!
—¿Se puede saber a qué le encuentras tanta gracia?—le espetó, molesto, el muchacho a su amigo, volviéndose hacia él.
—Nada, nada... —le contestó Ulrich, secándose las lagrimas de los ojos—, ¡es que es de lo más desternillante ver a un elfo que habla como un ingeniero informático!
Jeremy suspiró con resignación. No era culpa suya si en Lyoko adoptaba un aspecto tan ridículo.

El muchacho se acercó un poco más al castillo y rozó su oscura superficie. Observó las chispas que le envolvían las manos, causándole un leve cosquilleo.
—Un cortafuegos —observó—. El muro de la ciudad es un cortafuegos de protección del sistema que llega hasta el castillo, rodeándolo por completo.
—¿Y eso qué significa? —preguntó Ulrich.
—Hopper trataba de proteger Lyoko de la Primera Ciudad. Mientras el cortafuegos siga activo, el centro de cálculo del castillo no podrá utilizarse —le explicó Jeremy.
—Pero ahora el muro está abierto.
Jeremy le dirigió a su amigo una mirada triste.
—Ya. Y no sé qué es lo que puede pasar.
En aquel mismo instante vieron un relámpago de luz cegadora. El castillo onduló por un momento, como la pantalla de un televisor que pierde la sintonización y se llena de puntitos grises y blancos.
—¡¿Qué ha pasado?! —gritó Ulrich.
—Oh, oh... —murmuró Jeremy.
Volvió a tocar la pared, y la película negra del cortafuegos volvió a desvanecerse, aunque esta vez durante algo más de tiempo. Después le pareció que las murallas del castillo empezaban a vibrar con una nota sorda y tenebrosa.
—¿Tú también lo estás oyendo? —le preguntó a Ulrich.
—Un ruido—dijo el muchacho mientras asentía con la cabeza—. Como el de la maquinaria de una fábrica.
—Nada de maquinaria. El castillo es una estructura virtual, ¿te acuerdas? No, el problema es el cortafuegos. Alguien lo está craqueando... ¡Nuestro amiguito X.A.N.A. está destruyendo la protección que Hopper había creado! —prorrumpió Jeremy, impaciente, al ver que Ulrich no lo entendía—. ¡Está a punto de volver a poner en funcionamiento este cacharro! ¡Y nosotros no podemos hacer nada para detenerlo!
El cielo se tiñó de un matiz oscuro y amenazador. Un rayo azul golpeó el castillo justo en su torre más alta, sacudiéndolo hasta los cimientos, y una cascada de chispas serpenteantes se desprendió del edificio, bajando hasta el suelo de la Primera Ciudad para luego desperdigarse en todas direcciones.
Los dos muchachos cayeron al suelo, pero Ulrich consiguió ponerse de rodillas y agarró a Jeremy de un brazo.
—¡Venga! —gritó—. ¡Tenemos que pirarnos de aquí!
Otro rayo se abatió sobre el castillo, y esta vez el efecto de interferencia duró más tiempo. El edificio entero estaba cubierto de chispas y cambiaba de color continuamente, pasando del negro al rojo, y luego a un blanco deslumbrador.
Jeremy reculó a gatas, sin perder de vista lo que estaba sucediendo ante ellos. Ulrich le señaló un murete bajo, y ambos muchachos se parapetaron tras él. A su alrededor restallaban minúsculos relámpagos parecidos a pequeñas culebras que se les colaban debajo de la ropa, provocándoles un picor insoportable.
Jeremy asomó la cabeza por encima de su parapeto para echar un vistazo. El castillo que tenía ante sus ojos había cambiado. La superficie negra que lo recubría se había desvanecido, y ahora el castillo tenía el mismo color azul claro que el resto de las construcciones de la Ciudad. Las hileras de ladrillos negros también habían desaparecido.
Un último rayo se precipitó contra el edificio, y después la densa nube de tormenta se dispersó tan de golpe y porrazo como había llegado, devolviéndole al cielo su habitual color indefinible.
—¡Mira tú por dónde! —exclamó Ulrich—. Ahora resulta menos inquietante, ¿verdad?
—Puede que lo sea en apariencia, pero ahora el castillo vuelve a estar operativo. A saber qué es lo que puede pasar de aquí en adelante...
La respuesta les llegó un par de minutos más tarde. Una parte del muro que tenían justo delante de ellos se
separó del resto, inclinándose más y más hacia la calle. Estaba anclada con grandes cadenas oscuras, y recordaba el puente levadizo de un castillo de verdad.
Los dos muchachos empezaron a oír un ruido lento y cadencioso. Parecían...
—... pasos —dijo Ulrich.
—De soldados marchando —asintió Jeremy con expresión grave.
Los robots medían más de dos metros de altura, y eran increíblemente robustos. Llevaban armaduras de bronce como de caballeros medievales, verdaderos rompecabezas de planchas relucientes y junturas, y en la cabeza tenían una máscara de hierro oscuro con una hilera de lucecitas amarillas en lugar de ojos. De la punta de sus yelmos sobresalían largos cables que terminaban en enchufes eléctricos comunes y corrientes y se retorcían en el aire como tentáculos.
—Son mogollón.
—Yo ya he contado por lo menos cuarenta, y siguen saliendo.
Los robots caminaban con las piernas rígidas, haciendo el paso de la oca con aire marcial. Salieron en filas compactas por el puente levadizo y se encaminaron con decisión por una calle que se perdía entre las casas.


De repente, a Ulrich se le iluminó la cara.
—Mira —exclamó, excitado—, están yendo hacia el muro, pero se desplazan por tierra, sin coger las carreteras sobrealzadas. Van a tardar un montón... ¡podemos adelantarnos y cerrarles la puerta en las narices!
—¡Pero nos van a ver! —protestó Jeremy.
—Ni se fijarán en nosotros. ¿No lo ves? —dijo su amigo mientras se dibujaba en su rostro una media sonrisa sardónica—. Parecen estúpidos.
Los dos muchachos salieron de detrás del múrete y corrieron a la carretera dorada que se elevaba hacia el cielo, rodeando el castillo.
Pasaron rápidamente a través de Hopper, que siguió inmóvil. La imagen del profesor estaba congelada en una posición divertida, con el índice estirado, señalando algo que había por debajo de él. Parecía un juguete con las pilas gastadas.
—¿Estás seguro de lo que haces, Ulrich? —preguntó Jeremy con aprensión—. Nos estamos moviendo en sentido opuesto a ellos.
—¡Tú fíate!
Ulrich saltó, describiendo un arco tremendamente alto y largo. Aterrizó con gracia en la segunda carretera sobrealzada, la de color rojo rubí, y miró hacia abajo, en dirección a Jeremy.
—¡Haz lo mismo que yo! —le gritó a su amigo.
—Pero yo no soy capaz...
—Es fácil. Es como tener cohetes bajo la suela de las zapatillas. ¡Sólo tienes que intentarlo!
Jeremy obedeció. Dobló las rodillas lo más que pudo, y luego se lanzó. No pudo evitar gritar mientras su cuerpo se proyectaba hacia el cielo con un impulso desmesurado. Trazó mal su trayectoria y pasó muy por encima de la carretera roja en la que lo esperaba Ulrich. Pero su amigo debía de haber previsto algo por el estilo, porque él también saltó, lo agarró de una mano en pleno vuelo y tiró de él hacia abajo hasta que ambos aterrizaron sanos y salvos.
Ulrich se echó a reír.
—Ya te había dicho que estaba chupado, campeón. Lo único que hay que hacer es practicar un poco.
Los dos echaron a correr por la cinta translúcida de la carretera, que atravesaba la Primera Ciudad. Jeremy oía cómo el paso marcial de los robots retumbaba entre los edificios con un ritmo obsesivo. Al muchacho le estaban entrando ganas de vomitar: ¡él era quien había abierto el acceso! ¡Si aquellos monstruos llegaban a destruir el mundo real, sería totalmente culpa suya!
—Ahí está el puente que lleva hasta Lyoko —le indicó Ulrich sin bajar de velocidad—. Pero...
De repente, ambos muchachos se quedaron de piedra.
El muro que rodeaba la Ciudad había desaparecido, se había desintegrado. Podía verse el puente suspendido y luego, mucho más allá, el cilindro que permitía acceder al núcleo de Lyoko. Por lo demás, parecía como si la ciudad flotase en el vacío. Era una isla de casas, parques y farolas levitando en el aire.
—Estamos perdidos —dijo Jeremy mientras se dejaba caer en la carretera, desmoralizado.
El ejército del castillo estaba atravesando las calles y avenidas en dirección al puente, y los primeros robots comenzaron a recorrerlo a grandes zancadas.
—¡Se están yendo! —gritó Ulrich al tiempo que empezaba a soltarle puñetazos al aire, furibundo.
Jeremy lo miró con severidad.
—¿Y qué es lo que querrías hacer? ¿Enfrentarte a todo un ejército tú sólito? Por desgracia, no podemos hacer nada para detenerlos.
Ulrich se sentó a su lado. Los dos muchachos se quedaron contemplando el ejército que desfilaba por la Primera Ciudad y luego desaparecía, marchando en dirección a Lyoko.
El reloj de pulsera de Odd emitió un bip, y la pantalla se iluminó por un instante. Las 23:59 acababan de convertirse en las 00:00. Estaba empezando un nuevo
día. Pero aquel domingo no tenía nada que ver con los demás.
El muchacho se colocó mejor el colador de metal sobre la cabeza, sacó de un bolsillo un bollito un pelín aplastado, le quitó el envoltorio y se puso a darle pequeños mordiscos. Comer lo mantenía despierto.
—Deja ya de hacer ruido, Odd —le siseó Yumi—. ¡Primero el reloj, y ahora ese crunch, crunch!
—Y quítate ese colador —le hizo eco Sissi Delmas, la hija del director—. Estás ridículo.
Richard observó a aquella muchacha, mucho más pequeña que él, y se apresuró a quitarse la cacerola de cobre que llevaba en la cabeza a guisa de casco. Odd soltó una risilla.
Los cuatro muchachos se encontraban en el parque del Kadic Hacía un montón de tiempo que vigilaban los silenciosos árboles y la hierba fangosa, y antes de las tres de la madrugada no iba a venir nadie a darles el relevo.
Aquella tarde, después de haber hablado con Dido, que seguía con sus hombres de negro al otro lado del océano, el director Delmas y la profesora Hertz habían declarado la ley marcial. El colegio se había atrincherado y había puesto a punto sus defensas. Se habían formado grupos de patrulla: un adulto por cada tres chicos, todos listos para dar la voz de alarma. A Richard, que aunque pareciese un cachorrillo asustado no dejaba de tener veintitrés años, lo habían considerado un adulto.
Después de ayudar durante horas a preparar las defensas, Odd tenía dolor de cabeza y se sentía exhausto. Y Yumi también estaba agotada.
Sissi, la hija del director, llevaba un abrigo de pieles sintéticas de color violeta que ya se le había puesto totalmente perdido de barro. La muchacha era insoportable y bastante esnob, pero había tenido que adaptarse. Estaban en guerra, y había que combatir.
—En caso de ataque, ¿creéis que... podrían llegar a pasar por aquí? —preguntó Richard con un susurro.
—Es muy probable —respondió Yumi al tiempo que señalaba los árboles—. La tapia que rodea el colegio es resistente, pero por este lado está La Ermita. Y la barrera que separa el chalé del parque la han construido ellos, así que pueden quitarla en cualquier momento.
Odd acabó de tragarse su bollo e hizo una bola con el envoltorio de colores, metiéndoselo después en el bolsillo.
—Pero siempre nos queda la trampa —murmuró a continuación con confianza.
Todavía le dolían las manos de tanto cavar para hacerla, y luego habían tenido que cubrir el hoyo con ramas secas y hojas para que no se viese.
—¿Y a ti te parece que un foso puede detener a unos soldados armados hasta los dientes? —lo increpó Yumi.
—A lo mejor puede proporcionarnos el tiempo necesario para dar la alarma —le echó un cable Richard.
De nuevo se hizo el silencio, interrumpido únicamente por Sissi, que de cuando en cuando se sorbía la nariz. Hacía un frío verdaderamente glacial, y sus nubéculas de aliento parecían congelarse en cuanto les salían de las bocas. Y, además, estaba oscuro como la boca del lobo. No se veía casi nada. Odd le echó otro vistazo a su reloj de pulsera. Las doce y cuarto. No habían pasado más que unos pocos minutos.
Pumbf.
Yumi les hizo un gesto para que permaneciesen en silencio, se acercó a Odd de manera que pudiese verle bien la boca y mimó con los labios «No es un ruido, es una vibración».
Pumbf, pumbf, pumbf.
Sin decir palabra, el muchacho se echó al suelo y apretó la oreja contra la hierba empapada. Su amiga tenía razón: la tierra estaba vibrando al ritmo de unos pasos cadenciosos, como los de un ejército en plena marcha.
Odd se puso en pie de un salto, se caló bien en la cabeza el yelmo-colador y recogió del suelo su arma, un largo mango de escoba de madera.
—¡Richard! —siseó—, ¡coge el móvil y da la alarma!
Sissi también se levantó de un brinco.
—¿La alarma? —gritó la muchacha con voz chillona—. ¿La alarma, por qué?
—¡Cá-lla-te! —le ordenó Yumi, agarrándola de un brazo y llevándosela a rastras.
Empezaron a retroceder hacia la tranquilizadora silueta del Kadic mientras Richard pulsaba las teclas de su teléfono para ponerse en contacto con Hertz.
—No tenemos tiempo —exclamó Odd, pegándole un tirón del abrigo—. Tenemos que salir pitando.
—¿P-por qué?
—Porque a lo mejor no nos viene bien quedarnos aquí a hacerles compañía a ésos.
El muchacho señaló los matorrales que tenían delante, y Richard los miró. Después empezaron a correr con el corazón en la garganta hasta quedarse sin aliento.
Los primeros robots —unos veinte, por lo menos— salieron de entre los arbustos, caminando de forma compacta en filas de a tres.
—No parecen ir... armados... —jadeó Richard mientras corrían.
—Ya —observó Odd—, pero parecen tan peligrosos como si lo fueran.
El muchacho dejó que los demás siguiesen corriendo y bajó el ritmo de su carrera para observar mejor a los monstruos que se estaban acercando. Habían salido del sotobosque del parque y se encaminaban hacia el sendero principal que llevaba hasta los edificios del Kadic.
«A ver lo duros que son», pensó Odd mientras echaba hacia atrás el brazo en el que llevaba el palo. Cogió un poco de carrerilla en dirección a los robots y lanzó su arma con todas sus fuerzas, como si se tratase de una jabalina.
El mango de escoba voló a través de la oscuridad y alcanzó con un ruido sordo la cara metálica del primer autómata gigante. La criatura no se hizo ni una abolladura ni disminuyó su velocidad, pero los pilotitos luminosos que había en su yelmo pasaron del amarillo al rojo.
—Enhorabuena —gritó Yumi—. Ahora has conseguido que se mosquee.
—Era sólo una prueba... —se justificó Odd.
Por fin las suelas de sus zapatillas se toparon con la gravilla del sendero, y el muchacho aceleró su carrera, poniéndose a la altura de Yumi.
—Será mejor que nos separemos —sugirió—. Id Sissi y tú hacia la residencia y dad la alarma. Richard y yo trataremos de juntarnos con nuestros padres y el director en el edificio de administración.
—Recibido. Venga, Sissi, vamos.
Yumi agarró el abrigo de pieles de Sissi por una manga y se la llevó hacia un lado, mientras que los chicos siguieron corriendo en línea recta hacia las puertas iluminadas del edificio principal del Kadic. Odd oyó cómo el ruido de pasos que venía de atrás cambiaba de ritmo y, sin aflojar la velocidad, echó un vistazo por encima de su hombro.
Las hileras de caballeros se estaban dividiendo en perfecto orden: la primera los seguía a Richard y a él, la segunda avanzaba hacia Yumi y Sissi, la tercera continuaba en su dirección, la cuarta giraba para perseguir a las muchachas, etcétera.
—¿Has visto eso? —siseó.
—La cosa se está poniendo pero que muy fea —asintió Richard con una expresión asustada en el rostro.
Jim Morales estaba de guardia delante de la residencia. El profesor estaba vestido con la máscara y las protecciones que usan los catchers, los receptores de los equipos de béisbol, y sostenía en la mano diestra un modernísimo arco de aluminio con una serie de poleas en los extremos.
Disfrazado de aquella manera, parecía un alienígena recién salido de una tienda de artículos deportivos, y pese al frenesí del momento, Yumi no pudo contener una risilla.
Sissi adelantó a la muchacha con una serie de zancadas provocadas por el terror.
—¡Alarma, alarma! ¡Que vienen los monstruos! —comenzó a gritar en cuanto vislumbró a Jim a la luz de los fluorescentes de la residencia.
Confundido tal vez por el abrigo de pieles cubierto de barro y la expresión desencajada de la muchacha, el profesor, presa de la emoción, tomó a Sissi por un oso salvaje. Sujetó el arco con fuerza y enganchó el culatín de la flecha en la cuerda mientras la tensaba. A continuación apuntó el arma en dirección a la chiquilla.
Yumi se arrojó al suelo, rodando tal y como había aprendido a hacer en sus clases de yudo, y arrastró a Sissi consigo. Pero se había preocupado innecesariamente. La flecha se desprendió del arco con un sonoro pling y, un instante después, cayó a los pies del profesor con un triste plop.
Jim miró a su alrededor, tratando de entender qué era lo que no había funcionado en su demostración atlética.
Yumi, mientras tanto, se írguió y empujó con todas sus fuerzas a Sissi hacia la entrada de la residencia.
—¡Rápido, Jim, que están llegando! ¡Tenemos que meternos y cerrarlo todo!
Los robots ya habían empezado a asomar por entre los árboles los cables de sus cabezas, que ondeaban como anémonas de mar. Yumi vio cómo los ojos de su profesor se abrían de par en par tras la máscara de béisbol. Llegó hasta él de un último salto y lo empujó adentro, cerrando después con llave el portón de entrada. Luego miró a su alrededor, vio la alarma antiincendio cerca de los interruptores de la luz y se precipitó hacia ella. Partió de un codazo el cristal que protegía el botón rojo y lo pulsó con fuerza. La residencia se vio sacudida por los timbrazos rítmicos de la alarma.
—Los otros estudiantes... —dijo Yumi mientras cogía a Jim por un brazo—, ¿están todos aquí?
—Sí, en el piso de arriba, con Walter Stern y tus padres.
—Perfecto. Preparemos nuestras defensas.
La entrada principal del Kadic estaba vigilada por la profesora Hertz y el padre de Odd, que dibujaba círculos en la oscuridad con el débil haz de luz de una linterna.
La profesora había renunciado por una vez a su habitual bata de laboratorio, y estaba vestida con un viejo par de pantalones y una chaqueta militar de camuflaje. Tenía un aspecto tan distinto que Odd tardó unos momentos en reconocerla.
Cuando Richard y él llegaron a todo correr, la linterna de Robert Della Robbia apuntó en su dirección.
—¡Hijo mío! —gritó el hombre.
Odd no se preocupó de responderle. Llevaba a los robots pisándole los talones.
Robert y la profesora Hertz se movieron con precisión y sangre fría.
El hombre subió a la carrera los tres escalones que conducían al edificio principal, abriendo la puerta de par en par con una patada para que los muchachos pudiesen refugiarse dentro. Hertz, mientras tanto, recogió del suelo un gran bolsón oscuro y sacó de él una serie de pequeños cilindros de plástico rojo y azul.
—¡Tened cuidado! —gritó mientras arrojaba uno de los objetos azules contra sus perseguidores.
Odd se agachó para evitar el proyectil, que pasó sobre su cabeza y golpeó en el yelmo a uno de los robots más cercanos. El cilindro explotó con un leve ruido, y el aire empezó a llenarse de un humo irrespirable.
—¡Son bombas de humo! —tosió Richard.
—Sí —gritó Hertz—. Y las rojas están llenas de ácido, así que andaos con ojo cuando las lancéis.
Los dos muchachos llegaron hasta la profesora y empezaron a ayudarla con el bombardeo: un cilindro rojo por cada dos azules.
El ejército de robots no tardó mucho en volverse invisible, envuelto en una densa niebla.
En cierto momento, Hertz ordenó la retirada adentro del edificio.
Odd fue el último en entrar, y le dio dos vueltas a la llave, que ya estaba metida en el ojo de la cerradura.
—¿Cómo se lo ha montado para preparar esas bombas? —preguntó mientras aplastaba la nariz contra la puerta de cristal.
—Bueno, las de humo han sido fáciles: basta mezclar un poco de azúcar, miel y nitrato de potasio. En cuanto al ácido, sin embargo...
—Mirad —los interrumpió Richard.
Los robots estaban saliendo a trancos de la niebla. La fila compacta se había dispersado, y ahora avanzaban en desorden. Algunos tenían la coraza manchada de ácido, pero no parecían haber sufrido daños graves.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Robert mientras aferraba a su hijo de un hombro.
Odd asintió con la cabeza.
—Podemos pasar por las oficinas y salir luego por la puerta lateral y llegar al edificio de los laboratorios.. No he visto ningún robot por ese lado.
—¿Y la residencia? —preguntó con aprensión la profesora.
—Ya ha ¡do Yumi, pero... la estaban siguiendo.
El muchacho se entretuvo un momento observando a los robots que se agolpaban ante la entrada.
Las criaturas permanecieron inmóviles durante unos instantes, y después una de ellas alargó un brazo, atravesando el cristal como si de papel de seda se tratase.
Las luces de los yelmos del resto de los robots se tiñeron de rojo, y empezaron todos juntos a aporrear salvajemente la puerta, haciéndola añicos.
No tenían boca, por lo que actuaban en un inmaculado silencio. Tan sólo se oía el ruido sordo e implacable de sus puños contra el metal y el vidrio.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Capítulo 15

                                                      15
                                  EL EJÉRCITO ROBOT


El muro rodeaba la Primera Ciudad como una barrera impenetrable, negra y opaca, que parecía continuar infinitamente hacia el cielo hasta perderse de vista.
Interminables hileras de ladrillos se apilaban encajando a la perfección, sin presentar una sola abertura ni las más mínima grieta.
Ulrich y X.A.N.A. ya lo habían recorrido dos veces palmo a palmo, siguiendo el perímetro de la ciudad. No había nada que hacer: el muro tenía una sola puerta, y sus enormes batientes parecía sellados a cal y canto. Ni tan siquiera el toque de X.A.N.A. tenía efecto alguno sobre ellos.
-Parece que no hay forma humana de atravesar esta muralla -declaró Ulrich, triunfante, cuando volvieron a encontrarse ante aquella puerta impenetrable por segunda vez.
A continuación se sentó en la acera, delante de una tienda vacía. Habían pasado ya muchas horas desde que se había virtualizado en la Primera Ciudad, y ahora tenía hambre y sueño.
X.A.N.A. golpeó el muro con toda la fuerza que poseía. Al tocar los ladrillos negros, sus puños de vieron rodeados por sendos estallidos de chispas azules como fuegos artificiales miniaturizados.
-¡No puede ser! -gritó la inteligencia artificial-. Por aquí se podía pasar. Justo por aquí. ¡Esta puerta se abría con una simple orden mía!
Ulrich no pudo evitar esbozar una débil sonrisa.
-Ya te lo había dicho, ¿no? Nos encontramos en un entorno cerrado. Lyoko está al otro lado... y tú no puedes llegar hasta él.
X.A.N.A. se giró hacia él. Estiró las manos como si estuviese empuñando el aire, y una enorme cimitarra curva con la hoja del color de la sangre fresca apareció de la nada. Ulrich dio un respingo y se puso en pie, adoptando una postura de defensa.
-No juegues conmigo, humano. Puede que aún no haya recuperado todas mis fuerzas, pero sigo siendo el guardián de la Primera Ciudad.
Ulrich asintió lentamente con la cabeza, y la cimitarra de X.A.N.A. desapareció de forma tan fulminante como había aparecido, transformándose en una bocanada de humo rojizo  que se disipó elevándose en el aire.
-¿Y ahora qué hacemos? -le preguntó Ulrich sin despegar todavía sus ojos de los de su enemigo.
X.A.N.A. esbozó una mueca burlona.
-Estás olvidando que en este momento una parte de mí se encuentra en el Mirror con Aelita. El diario de Hopper es una reproducción perfecta de algunos días de 1994. Tan perfecta que incluyó en ella hasta la fábrica del río. Y los escáneres. Y el superordenador...
-¿Me estás diciendo que hay una copia de Lyoko dentro del Mirror? -exclamó Ulrich, abriendo los ojos de par en par.
-A todas luces, el Lyoko de 1994 y el auténtico, el del presente, no están comunicados. Pero eso no quiere decir que no vaya a conseguir abrir un pasaje.
X.A.N.A. se encogió de hombros, impaciente, y luego se puso un dedo sobre los labios para ordenarle a Ulrich que se estuviese callado.
-¿No oyes nada?
El muchacho volvió a acercarse a la gigantesca puerta.



El vuelo a lo largo del pozo-precipicio se fue haciendo más rápido, hasta que las paredes parecieron derretirse, fundiéndose en un insoportable borrón de color azul celeste y marino. Jeremy apretó los dientes mientras la misteriosa fuerza del Código Aelita lo impulsaba hacia lo alto a una descabellada velocidad.
Después, sin previo aviso, aquel odioso borrón desapareció. El muchacho salió despedido por la boca  del pozo, directo hacia el cielo incoloro como el tapón de una botella de vino espumoso, y de golpe el aire volvió a estar calmo e inmóvil. Jeremy se sintió atraído de nuevo hacia abajo y trató de recuperar el equilibrio, pero no lo logró, y cayó de bruces. Volvió a ponerse de pe mientras se masajeaba la nariz.
Un larguísimo puente plateado se extendía ante él, flotando sobre el vacío. Jeremy tenía a sus espaldas el pozo del que acaba de salir, un cilindro azul oscuro cuyo final escapaba al alcance de la vista, que descendía hacia la nada y sostenía uno de los arcos del puente. El otro arco terminaba en el horizonte, donde se vislumbraba vagamente el muro negro y altísimo de la Primera Ciudad.
El puente era plano, y tenía unas barandillas bastante bajas a los laterales. Jeremy se apoyó en la que le quedaba más cerca y respiró hondo. Su mirada se precipitó al abismo que había bajo él, y empezó a temblarle todo el cuerpo. Aquel lugar desafiaba leyes de la física. Solo podía existir dentro de un mundo virtual como Lyoko.
<<No les hagas caso a tus ojos -se dijo el muchacho-. Lo que ves no es más que un programa de ordenador. El precipicio infinito que hay bajo tus pies no es verdad, y el cielo... ¡el cielo no puede ser así>>.
Se forzó a dar un paso, y estuvo a punto de tropezarse con las puntas retorcidas de sus odiosas babuchas de elfo. Tomó aliento y miró de frente. Dio otro paso más. Estaba funcionando.
Jeremy empezó a recorrer el puente.
Se detuvo cuando ya había recorrido más o meno tres cuartas partes del camino. El pozo sin fondo que conducía al núcleo de Lyoko quedaba ya muy lejos, y frente a él había ido creciendo cada vez más, abrumándolo con su gigantesca masa a medida que se iba acercando, el muro de la Primera Ciudad, tan negro que absorbía toda la luz, y tan alto que se perdía de vista en el cielo.
-¿Qué ha pasado? -le llegó la voz de Memory, transmitiendo en riguroso directo desde su propia oreja.
-Mira -le dijo mientras enfocaba su mirada hacia un extraño objeto que había enganchado a la barandilla.
Era una pequeña jaula de cristal transparente, una de cuyas mitades sobresalía más allá del puente, sobre el abismo. Estaba sujeta a la barandilla mediante un perno que constituía el eje sobre el que podía girar, y contenía tres llaves de estilo antiguo.
Jeremy las observó con atención. La primera era oscura, y terminaba en un juego de dientes que componían la silueta de una pistola. La segunda era morada, y su cabeza tenía la forma de una nota musical. La tercera, por su parte, era de oro macizo, y estaba cuajada de piedras preciosas.
-Tres llaves -comentó Memory.
-Una adivinanza -le confirmó Jeremy.
El muchacho se percató de que el suelo de la jaula de cristal podía deslizarse hacia un lado, desenjaulando así las llaves. Dependiendo de su rotación, solo una de las tres caería sobre el puente, mientras que las demás se precipitarían al otro lado de la barandilla, perdiéndose para siempre.
-Es una prueba -afirmó-. Tenemos que escoger la llave adecuada, o no podremos abrir la puerta de entrada de la Primera Ciudad.
Por un momento se preguntó si no podría equivocarse aposta. Resolver aquella adivinanza significaría permitirle a Green Phoenix entrar en la Primera Ciudad, y a X.A.N.A., volver a Lyoko. Pero en caso de que él fracasase, Hannibal Mago mandaría en su lugar a cualquier otro al mundo virtual. Tal vez a uno de sus amigos. Jeremy estaba convencido de que, ante una nueva persona, las llaves volverían a su lugar original, como en un videojuego al empezar una nueva partida. Así que él tenía que ganar aquella partida. Costase lo que costase.
-¡Date prisa! -le exigió la brusca voz de Mago, clavándosele en el tímpano-. ¡Coge la llave!
-Sí, pero... ¿cuál? -preguntó él, indeciso.
-Pues la de la pistola, está claro. La Primera Ciudad es un arma, así que la llave no puede ser más que ésa.
-¿Y por qué no el oro? -lo desafió Jeremy-. La ciudad les proporcionará grandes riquezas, ¿no es cierto?
El muchacho se movió con rapidez. Giró la jaula de cristal de forma que le acercase la llave correcta, y luego tiró del fondo, deslizándolo hacia él. El objeto que había elegido cayó a sus pies, mientras que los otros dos se precipitaron hacia la nada, y él se asomó para ver cómo desaparecían en la ventana.
-¿Qué es lo que has hecho, estúpido mocoso? -era de nuevo Mago, gritando como un poseso-. ¡Me las vas a pagar!
Jeremy se agachó a recoger la llave que había quedado, la morada que tenia la cabeza en forma de nota musical.
-No se preocupe. Ésta abrirá la puerta.
Resultaba obvio. Era otra de las maneras de Hopper para asegurarse de que solo Aelita pudiese resolver la adivinanza. A la muchacha siempre le había encantado la música. En el vídeo que el profesor había dejado en La Ermita, Jeremy la recordaba sentada al piano, siendo todavía una niñita, mientras jugaba con las teclas blancas y negras. Y ya de mayor, una vez en el Kadic, había demostrado ser una excelente pinchadiscos. Las notas musicales: un invento bueno y limpio para neutralizar la Primera Ciudad.
Jeremy se metió la llave entre el cinturón y la casaca, cerca de su estilete, y luego empezó a correr hacia el muro. Había llegado el momento de acabar con aquel asunto.


Ulrich pegó la oreja a la pared, ignorando descargas electroestáticas que le envolvían la cabeza. Causaban algo de miedo, pero ningún daño. Ni siquiera unas leves cosquillas.
-Es verdad -admitió después-, se oyen ruidos. Algo así como pasos...
-... de alguien llegando desde el otro lado -terminó por él X.A.N.A., que acto seguido apoyó ambas manos contra las hojas del inmenso portón cerrado y empujó con todas sus fuerzas, pese a lo cual la puerta no se desplazó ni un solo milímetro-. Nada. No consigo abrirla, y tampoco  entender quién puede estar al otro lado.
Ulrich pensó que aquella era una pregunta realmente buena. ¿Quién podría ser?
Tal vez Aelita, que había encontrado un acceso desde el Mirror. O a lo peor era alguien de Green Phoenix, un terrorista. O puede que fuese hasta Hannibal Mago en persona.
-X.A.N.A. -dijo-, ¿se te ha ocurrido pensar que, sea quien sea, podría ser un enemigo? ¿Y que nosotros estamos desarmados?
El muchacho lo miró por un instante, y luego se echó a reír estruendosamente.
-Pero ¿de qué estás hablando? En cuanto esta puerta se abra, yo podré volver a Lyoko y desfragmentar mis fuerzas. Me reuniré a la parte de mí que aún está encerrada en el Mirror, y después ya no tendré ni un enemigo. Solo esclavos.
Ulrich no consiguió articular palabra. X.A.N.A. lo miró con una mezcla de indiferencia y compasión.
-De todas formas -murmuró-, si así te sientes más tranquilo...
En las manos de Ulrich apareció de golpe el arma que siempre tenía en Lyoko, su espada japonesa, la catana.
-¡Uau! -exclamó-, ¡gracias!
-Bah, para lo que te va a servir... Mira -respondió el otro, señalando el batiente de la puerta en el que había aparecido una pequeña pantalla luminosa.
En la pantalla se trazó una A. Después, una E. Y una L.
-Aelita -murmuró Ulrich.
Cuando el nombre de su amiga acabó de escribirse, se oyó un ruido parecido a un fuego crepitando en la chimenea. La enorme puerta negra se disolvió, transformándose en una nevada de ceniza luminosa.
Al otro lado del muro apareció un extraño muchacho vestido de elfo. Tenía una pinta realmente ridícula con aquellas orejas peludas y el gorro puntiagudo con la pluma sobresaliendo de un lado.
Cuando Ulrich lo reconoció le saltó al cuello para abrazarlo.
-¡Jeremy! ¿Qué tal estás?
-Yo, b-bien, gracias. ¿Y tú?
Los dos amigos se separaron y se dieron un efusivo apretón de manos.
-No del todo mal. Podría haberme ido peor. Hay un montón de cosas que te tengo que contar. Y X.A.N.A....
Ulrich se dio media vuelta de sopetón. No lo había visto pasar por la puerta, ni tampoco correr, volar, transformarse en humo ni nada de nada. Pero había desaparecido de todas formas.
X.A.N.A. se había desvanecido en el aire.


La criatura fluctuaba en el aire como una translúcida nube de humo. En una fracción de segundo había atravesado el puente que conducía a Lyoko y se había metido en el profundo pozo-abismo en el que tiempo atrás se encontraba su núcleo operativo. El mismo que los muchachos habían destruido.
Pero ahora él podía repararlo.
X.A.N.A. desenroscó sus tentáculos mentales hacia los cuatro sectores de Lyoko, los volvió a plagar de monstruos y retomó el control de las torres. Todas las partes de sí mismo que se habían quedado desperdigadas por los ordenadores de todo el mundo en pequeñas copias fragmentarias de seguridad fueron convocadas de vuelta al hogar, y empezó a recomponerlas como las diminutas piezas de un gigantesco rompecabezas.
Nivel operativo: 80%
X.A.N.A. ejecutó un barrido de la red, probó las conexiones del superordenador y los niveles de protección de las dos sandboxes que contenía, el Mirror y la Primera Ciudad.
La ciudad ahora estaba abierta, con el castillo a su entera disposición. Pero...
Nivel operativo: 90%
... la parte de él que estaba en el diario de Hopper junto con Aelita todavía seguía bloqueada. Ahora ya podía comunicarse con ella, pero no conseguían reunirse.
<<Da lo mismo. En el fondo no se trataba más que de una base de datos. No me hace falta para alcanzar la máxima potencia>>:
X.A.N.A. ignoró aquel problema y se dedicó a recolectar los últimos fragmentos de sí mismo, recomponer sus recuerdos y preparase. Y por fin...
Nivel operativo: 99%
El proceso se bloqueó, y X.A.N.A., pese a que en aquel momento no tenía ni voz ni cuerpo, gritó.
¿Por qué? ¿Por qué no conseguía completar su reconstrucción.
Puso en marcha un programa de autodiagnóstico, analizó los resultados y lo comprendió.


Aelita y X.A.N.A. estaba sentados en la cocina de La Ermita. Aprovechando las inagotables provisiones de comida en la nevera, la muchacha había preparado una buena merienda. Ya había recorrido con X.A.N.A. todo el Mirror por lo menos un par de veces, escuchando y volviendo a escuchar las discusiones entre su padre y la profesora Hertz y, sobre todo, hablando mucho con su nuevo nuevo y extraño amigo. Ya estaba empezando a entender algo más de su pasado. Su padre había escapado del proyecto Cartago y, para tratar de neutralizarlo, había recreado la Primera Ciudad. Por eso había programado Lyoko como una barrera de protección y había introducido en la Ciudad un guardián, X.A.N.A.
Aquella criatura no era humana, pero su padre le había hecho pasar bastante tiempo en compañía de su hija para enseñarle a distinguir el bien y el mal. Y, a pesar de que Aelita ya no se acordaba de nada de aquel periodo, sentía que de alguna manera había funcionado: Richard le había revelado que cuando iban al colegio juntos, él estaba celoso de un misterioso amigo suyo que se llamaba X. La X de X.A.N.A.
Pero la muchacho no lograba comprender qué había sucedido a continuación. ¿Habría descubierto su padre que algo no funcionaba? Pero ¿por qué? ¡Era todo tan difícil...!
En ese momento Aelita estaba picoteando algunas patatas de una fuente que ya se estaba volviendo transparente.
-¿En qué piensas? -le preguntó alegremente X.A.N.A.
-En... antes -respondió ella-, cuando hemos ido a visitar el Kadic. He visto a Richard cuando tenía mi edad, y a todos mis antiguos compañeros de clase. No me acuerdo de ellos, y me ha parecido... raro, eso es todo.
-¡Pero también divertido! -exclamó el muchacho-. Somos como fantasmas, podemos ir adonde queramos, y nadie puede vernos ni regañarnos...
Se detuvo de golpe. Sus ojos se quedaron clavados en el techo, inmóviles, completamente apagados.
-¡Oye! ¿Va todo bien? -le dijo Aelita, preocupada, mientras le rozaba los dedos.
-Sí -le contestó X.A.N.A., sonriente-, acabo de completar una transmisión de datos. Tu amigo Jeremy ha abierto la puerta del muro de la Primera Ciudad, así que yo... quiero decir, la otra parte de mí, ha podido volver a Lyoko. Está reconstruyendo su núcleo operativo.
-Oh -dijo Aelita-. ¿Eso quiere decir que va a cambiar algo para nosotros?
-Tal vez sí -le susurró X.A.N.A. mientras la abrazaba con delicadeza-. Si te apetece ayudarme.
-¿Qué quieres decir?
La mirada de Aelita y la del muchacho se cruzaron. X.A.N.A. tenía unos bonitos ojos brillantes.
-Me he dado cuenta de que hay algo que no funciona -dijo-. Resulta difícil de explicar. Aún no he conseguido completar todos los subalgoritmos de mis rutinas informáticas, y por lo tanto... en fin, que es complicado. Pero me parece que ya he entendido lo que realmente quiero más que ninguna otra cosa. Lo que me impide llegar al cien por cien de mi potencia.
-¿De qué se trata?
-Quiero convertirme en... humano.
X.A.N.A. s entusiasmó, se puso de pie encima de la silla, y después sobre la mesa, pisando los restos de su piscolabis, que acabaron de esfumarse en el aire.
-¡Humano, sí! -remachó-. Es por eso por lo que me sentía tan infeliz e incompleto antes. Pero estando contigo contigo he entendido lo que realmente me falta. Tengo que transformarme en un auténtico ser humano. Piénsalo bien: de esa manera sería el gran guardián de Lyoko, tal y como tu padre quería, y podríamos librarnos de esos tipos de Green Phoenix. ¡Lyoko pasaría a ser un gran mundo solo para nosotros! ¡Tú y yo! ¡Y tus amigos también, si quieres! ¡Estaríamos juntos!
Aelita lo observó sin conseguir articular palabra, y sintió un escalofrío casi doloroso que le recorrió las muñecas y luego subió por sus brazos hasta llegar a los hombros y atenazarle el cuello.
¡X.A.N.A. no podía volverse humano! Si hubiese habido alguna manera de lograrlo, su padre lo habría sabido. Pero ella no recordaba nada, y su padre estaba muerto.
El muchacho se dio cuenta de que algo no iba bien. Volvió a sentarse y le estrechó cálidamente ambas manos entre las suyas.
-¿Vas a ayudarme? ¿Me prometes que me ayudarás a volverme humano?
Aelita tuvo un momento de vacilación, y luego sacudió lentamente la cabeza.
-Me gustaría mucho, de verdad -murmuró-. Pero... no creo que sea posible.
El silencio cayó entre los muchachos, llenando la habitación como una cascada de cubitos de hielo.
X.A.N.A. se puso en pie y rodeó la masa para llegar hasta la puerta de la cocina.
-¿Adónde vas? -le preguntó, alarmada, la muchacha.
-No lo se -respondió él, taciturno-. Si no quieres ayudarme, no importa. Encontraré a otro dispuesto a hacerlo. Ahora el arma de la Primera Ciudad se encuentra en mis manos, y estoy seguro de que la gente de Green Phoenix estará encantada de aliarse conmigo.
Aelita estuvo en un tris de caerse de la silla. Lo alcanzó y trató de agarrarlo por un brazo.
-Pero ¿qué dices? ¡Quiero! ¡Por favor! ¡Hablémoslo!
Mas su mano tan solo aferró un hilillo de humo.

En el primer nivel subterráneo de la fábrica, Memory estaba inclinada sobre el puesto de mando. Desde el instante en que Jeremy había abierto la puerta que comunicaba Lyoko con la Primera Ciudad, los monitores que tenía delante de ella se había vuelto locos.
A la izquierda de la mujer, el proyector holográfico mostraba el mundo de Lyoko como una maraña de diversos colores: verde para el sector del bosque, amarillo para el del desierto, blanco para el hielo y marrón oscuro para las montañas. Ahora el mapa se estaba poblando: por aquí y por allá, en orden disperso, habían aparecido numerosos puntitos rojos que indicaban las torres y otros puntos en movimiento que señalaban las criaturas. ¿Qué estaba pasando?
Grigory Nictapolus esperaba de pie detrás de Memory, acariciando distraídamente de cuando en cuando a sus dos perros.
-¿Qué significa todo eso? -preguntó en cierto momento, señalando la tercera pantalla del puesto de control, que se había llenado de esquemas y datos diversos.
-Imposible -murmuró Memory tras echar un vistazo en aquella dirección.
La mujer empezó a maltratar el teclado con una furia casi salvaje, pasando las páginas adelante y atrás.
-Eso es un informe -dijo al final-. Muestra los posibles usos, tanto pacíficos como militares, de la Primera Ciudad. Todo lo que se puede hacer con el castillo.
-¿Cómo por ejemplo...?
-Bueno, las torres pueden utilizarse para controlar cualquier tipo de aparato eléctrico o electrónico. En cualquier lugar del mundo.
Memory se giró hacia Grigory y vio que en su delgado rostro había aparecido una expresión inquietante.
-Y luego está el teletransporte -continuó la mujer, reluctante-. Pongamos que hay una columna-escáner en Estados Unidos. El tiempo y el coste del viaje se reducen prácticamente a cero.
Durante un momento ambos se quedaron en silencio.
Grigory consideró que el valor de aquella aplicación era incalculable: desplazamiento de tropas de una lado a otro del mundo en una abrir y cerrar de ojos; tráficos comerciales; industria; negocios. Aquello era una mina de oro.
-También habla de materialización de criaturas virtuales -prosiguió Memory-. O sea, que es posible crear nuevos seres dentro de Lyoko para después hacerlos salir a la realidad a través de las torres.
-¿Qué más dice el informe? -preguntó Grigory después de tragar saliva sonoramente.
-Hay una carta dirigida a Hannibal Mago.
-Voy a avisarlo -dijo el hombre mientras se enderezaba cuan largo era y aferraba con fuerza la correa doble de sus perros de presa.


Hannibal Mago, sentado en el sillón de mando del puesto de Memory, estaba jugando con los anillos que le cubrían los dedos.
-¿Estáis seguros de que no es una tomadura de pelo?
-No sabemos quién ha escrito el expediente y esta carta -se apresuró a responder Memory-. Pero lo que está claro es que no ha sido uno de los chiquillos. Se trata de algo que viene directamente dentro de Lyoko.Y, por lo que parece, puede controlar el mundo virtual.
-Muy bien.
Hannibal Mago se apartó de los ojos el ala del sombrero y empezó a leer.
En el fondo, la carta era bastante breve.

Estimado señor Mago:


A pesar de que no me conoce, yo lo sé todo de usted. Sé cuánto dinero y cuánto tiempo invirtió en proyecto de Lyoko, y estoy al tanto de toda la información recolectada por Grigory Ninctapolus. O, por ejemplo, podría muy bien decirle quién es realmente la mujer a la que usted  ha bautizado como Memory.
En cuanto a mí, puede llamarme X.A.N.A. o Guardián.
Para no entretenerlo, voy a ir directamente al grano.El expediente que le he enviado demuestra que conozco Lyoko, la Primera Ciudad y el castillo, y sé cómo utilizarlos. En caso de que usted quiera, estaré encantado de ponerlos a su servicio.
Como podrá suponer, exijo algo a cambio de mi ayuda. Quiero llevar a cabo un pequeño deseo que tengo: salir de este ordenador y volverme humano.
Si se aviene a ayudarme, para sellar nuestro pequeño acuerdo estaré más que dispuesto a poner en funcionamiento el castillo y materializar en la realidad un pequeño ejército de soldados robóticos gracias a los escáneres de la fábrica. Dicho ejército obedecerá sus órdenes y le resultará de lo más útil. Por ejemplo, podría atacar la academia Kadic. De hecho, puede que usted no sepa que...


Mago terminó de leer la carta con calma, valoró la información que contenía y asintió para sus adentros.
¿Ayudar a ese tal X.A.N.A. a transformarse en un humano? No tenía ni la menor idea de lo que eso podía querer decir, pero a fin de cuentas no le importaba lo más mínimo. ¡Lo importante era el castillo! ¡La Primera Ciudad!
Y, dado lo que decía la carta, también la academia Kadic lo era.
Mago releyó el último renglón que aparecía en la pantalla: <<En caso de que acepte este acuerdo, baje al segundo nivel subterráneo para saludar a sus nuevos soldados. Mis más cordiales saludos, X.A.N.A.>>.
El jefe de Green Phoenix sonrió. Apoyó los dedos sobre el teclado y escribió: Querido amigo, materializa los soldados directamente en La Ermita. Ahora el chalé está bajo mi control. A continuación, apretó el ratón que tenía bajo la mano derecha. Clic.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Capítulo 14

                                                     14
                             EL PUENTE HACIA LYOKO


Ulrich desembocó en la plaza de la Primera Ciudad y miró a su alrededor, alarmado. Eva Skinner había desaparecido. La había dejado allí mismo, desmayada sobre los brillantes adoquines, y ahora ya no estaba.
El muchacho se plantó delante de X.A.N.A. y cerró los puños, listo para combatir.
-¿Dónde está?
El rostro de su enemigo se iluminó con una media sonrisa.
-¿Te refieres a Hopper? Lo hemos dejado en el castillo. Esa estúpida grabación no daba más de sí.
-¡No hablo de Hopper, sino de Eva! Dijiste que nadie le iba a hacer daño.
-Ah, ésa. Pensé que no resultaba prudente dejarla aquí. A mis monstruos les encanta jugar, y no quería que le hiciesen daño por error.
-¡Cuanta amabilidad! -bufó Ulrich con sarcasmo-. ¿Dónde la has metido?
X.A.N.A. levantó un dedo, y una parte del pavimento de la plaza que quedaba cerca de la fuente empezó a hincharse. Al principio era solo un leve encrespamiento del liso suelo de adoquines, y después la burbuja creció y se elevó, adquiriendo una forma oblonga que a Ulrich le trajo a la cabeza un huevo algo achatado. O una cuna galáctica.
El muchacho se acercó a aquel extraño objeto, y la superficie de la cuna se volvió transparente ante sus ojos. Ulrich titubeó. Se sentía sorprendido, y también algo asustado. Dentro estaba Eva. Tenía los ojos cerrados, y los rubios cabellos, esparcidos sobre una almohada azul celeste. Parecía una ilustración de La bella durmiente en el bosque. Pero X.A.N.A. era una computadora. ¿Qué podía saber él de cuentos de hadas? Tal vez esa inteligencia artificial era distinta del monstruo sin emociones contra el que Ulrich había luchado un sinfín de veces dentro de Ltoko. X.A.N.A. parecía ahora más... humano.
-Está durmiendo -murmuró al final.
-Muy observador. Enhorabuena -repicó el muchacho de pelo oscuro mientras echaba a andar de nuevo para terminar desapareciendo por un callejón-. ¡Aquí están! -gritó no mucho después.
Ulrich se apresuró a llegar hasta él. La calle parecía estar cortada por la mitad por una hilera de ladrillos negros como la boca del lobo.
-Vamos -exclamó X.A.N.A. al tiempo que empezaba a seguir aquel oscuro sendero.
Ulrich salió trotando tras de él, perplejo.
-¿Por qué te interesa tanto esta franja negra? -le preguntó.
X.A.N.A. desplegó una sonrisa burlona.
-¿Te acuerdas de lo que nos ha dicho la grabación de Hopper? El profesor reconstruyó la Primera Ciudad para tratar de volverla inofensiva, pero se dio cuenta de que eso no era posible. Entonces la aisló y puso en marcha un guardián. Yo.
Ulrich asintió. También recordaba otra cosa que les había contado Hopper: tiempo atrás, X.A.N.A. y Aelita habían sido amigos. ¿Lo habría dicho en serio?
-La ciudad donde nos encontramos ahora -continuó el muchacho que tenía a su lado- es un espacio encerrado, completamente separado de Lyoko. Pero...
-¿Pero?
-Hay una canal que conecta ambos mundos, un largo puente suspendido sobre el vacío que va desde la Primera Ciudad hasta Lyoko.
Ulrich puso los ojos como platos. Por un instante se sintió paralizado por el terror.
-Hopper ha dicho que... -balbuceó- había aislado el castillo...
X.A.N.A. asintió con la cabeza.
-¿Ves esa franja de ladrillos? Pues pone en contacto el castillo con el muro. Y el muro es la barrera que divide ambos mundos. Cuando lleguemos ahí, nos abriremos paso a través de él. De esa forma Lyoko y la Primera Ciudad volverán a estar unidos.
<<Y el castillo volverá a ser un arma -pensó Ulrich-. Y tú podrás recuperar todo tu poder y destruir mi mundo>>.
Debía detenerlo. Aunque no tuviese ni la menor idea de cómo conseguirlo.


Yumi terminó de desenrollar el cable eléctrico y lo fijó a la pared del túnel con cinta adhesiva para evitar que fuese a parar dentro de las aguas residuales. Después llegó al pozo vertical que llevaba a la superficie y se ató un cabo del cable al cinturón.
-¡Ya estoy aquí! -avisó.
Cuando iba allí con Ulrich y los demás, normalmente se ayudaban unos a otros juntando las manos para crear un escalón desde el que auparse hasta alcanzar el primer asidero de hierro, que se encontraba a unos dos metros de altura. Pero ahora Ulrich estaba muy lejos.
Desde la boca del pozo la profesora Hertz, que había vuelto a subir un par de minutos antes, bajó una gruesa soga, la ató con un complejo nudo a un árbol y luego le dio vía libre a Yumi.
La muchacha trepó hacia el aire fresco de la superficie con agilidad. El cable eléctrico que había desenrollado por todo el alcantarillado se movía detrás de ella, reflejando sus movimientos como una larguísima cola.
Arriba el aire estaba frío y resultaba deliciosamente inodoro. Hertz había extendido una lona de nailon sobre la superficie húmeda del sotobosque para evitar que se mojasen las herramientas. Ahora estaba sentada en el suelo, atareada trasteando con una gran caja oscura y un par de alicates.
Yumi se desenganchó el cable eléctrico del cinturón y se lo tendió a la mujer.
-Aquí tiene -dijo-. Lo he conectado al cuadro de mandos de la sala de mantenimiento, tal y como usted me pidió.
-Bien -aprobó la profesora-. ¿Y Jim?
-Todavía sigue abajo. Esta terminando de comprobar que las compuertas herméticas estén todas bien cerradas.
Yumi se sentó en silencio al lado de la profesora, observando sus manos, que trabajaban con precisión y habilidad en... ¡una bomba! La profesora Hertz acababa de crear un así, como si no fuese nada del otro jueves, recurriendo a simples materiales de laboratorio y algunas cosas más que había ido encontrando por aquí y por allá en el colegio.
<<No es la profesora Hertz -se recordó la muchacha-. En realidad, ella es la mayor Steinback, agente de las fuerzas especiales. Es una experta en explosivos, y a saber en cuántas otras cosas chungas...>>.
Yumi oyó unos ruidos que provenían del subsuelo, se asomó al oscuro pozo que conducía a las cloacas y sonrió. Jim Morales estaba tratando de trepar, pero no conseguía coordinar sus movimientos entre la cuerda y los asideros, y se resbalaba una y otra vez.
-En vez de quedarte ahí, mirándome -jadeó el profesor de educación física-, podrías echarme una mano, ¿no?
-Pero ¿tú no eras un atleta? -le tomó el pelo la muchacha.
-Sí, pero, ejem, me temo que me he hecho daño en un tobillo...
-Ah, claro...
Yumi le tendió una mano, ayudándolo a salir por la boca de la alcantarilla, y a continuación Jim les hizo un rápido informe: había hecho dos rondas por las cloacas, y todo estaba listo.
Al final la profesora Hertz tenía razón: quien-quiera que hubiese construido los túneles subterráneos que interconectaban el Kadic, La Ermita y la vieja fábrica se había limitado a ampliar un subsistema de conductos separado del resto. Había puertas de hierro de cierre hermético que aislaban los túneles de la escuela del alcantarillado normal de la ciudad. De ese modo los muchachos podrían ponerse a salvo de los hombres de Green Phoenix sin dejar el barrio, o incluso la ciudad al completo, sumidos en el caos.
-Ya estamos listos -dijo la profesora Hertz.
Yumi asintió con la cabeza.
-Jim, ayúdame a poner en su sitio la tapa de la alcantarilla. No me gustaría que las aguas del río desbordasen las cloacas y convirtiesen el parque en un lago.
En aquel mismo instante, una silueta completamente fuera de sí brotó de entre los matorrales. Era Odd.
-¿Qué te pasa? -le preguntó Yumi-. Parece como si acabases de ver un monstruo.
-Sí, eso es justo lo que me ha pasado -confirmó el muchacho-. Y me ha dado un mensaje para vosotros. Hemos perdido a Ulrich y Aelita. Los de Green Phoenix se han apoderado de La Ermita.


El soldado le pegó un violento tirón a Jeremy y lo empujó contra una de las columnas-escáner.
-Ahora te voy a soltar, pero no intentes nada raro.
La idea de intentar algo raro no siquiera se le había pasado por la cabeza a Jeremy. Aparte del que tenía detrás, en la sala había otros muchos soldados, y todos iban armados con ametralladoras y estaban colocados formando un círculo en torno a las columnas-escáner del segundo nivel subterráneo.
Jeremy observó los escáneres una vez más. Los cilindros de metal estaban conectados al techo mediante enredados manojos de cables multicolores que parecían las raíces de unos extraños árboles que colgasen boca abajo. Estaba a punto de entrar en Lyoko para ayudar a Green Phoenix. Le habría gustado ofrecer resistencia, pero se encontraba solo, y aquellos hombres tenían en su poder a la madre de Aelita. Y estaban dispuestos a hacerle mucho daño.
El soldado se peleó unos instantes con las bridas, y luego Jeremy sintió que la sangre de nuevo empezaba a fluirle por las venas. Comenzó a masajearse las muñecas. De tanto estar atado se le había cortado la circulación, y ahora tenía los dedos blancos, y le hormigueaban de una forma insistente y desagradable.
Jeremy hizo de tripas corazón y echó a caminar hacia la columna. Las puertas correderas se apartaron hacia los lados, dejando al descubierto una cabina estrecha y cilíndrica iluminada por una intensa luz. En cuanto estuvo dentro, la puerta se cerró tras de él, y los altavoces de la columna le transmitieron la voz de Memory.
-Estamos a punto de empezar con la transferencia. Aparecerás en el sector desértico de Lyoko, y desde allí tendrás que llegar hasta el quinto sector. A continuación...
-Sé muy bien cómo va la cosa -la interrumpió secamente el muchacho.
-Entonces, vamos a ello. ¡Vitualización!
Jeremy sintió un empujón hacia arriba y echó la cabeza atrás. Un chorro de aire caliente le levantó el pelo hacia el techo, y empezó a tener una fuerte sensación de vértigo.
Después aterrizó torpemente, tropezándose con las puntas curvas de sus ridículas babuchas verdes, y cayó de rodillas. Le costaba bastante mantenerse en equilibrio, pero ése era uno de los efectos normales de la virtualización. A los ojos y el cuerpo les costaba adaptarse al nuevo mundo. Y a su nuevo aspecto.
Tal y como había dicho Memory, se encontraba en el sector del desierto. Ante él se extendía una llanura unirforme de arena salpicada por unas pocas rocas oscuras que despuntaban aquí y allá en medio de la nada. La arena llegaba hasta el horizonte en todas direcciones, sin una sola duna ni ningún otro tipo de variación en el paisaje. Uno se daba cuenta enseguida de que se trataba de un sitio falso, muy alejado de la realidad.

«Y aquí estoy otra vez», pensó con un suspiro.
Jeremy había jurado solemnemente que jamás volvería a entrar en Lyoko. Hasta que Hannibal Mago lo habia forzado a cambiar de idea.
—Ufff —resopló mientras volvía a ponerse en pie.
El muchacho observó sus babuchas de puntas retorcidas y sus piernas, que estaban embutidas en unos leotardos ajustadísimos: Por lo demás, llevaba una casaca de un color verde brillante que también hacía las veces de faldita y se ajustaba a la cintura mediante un cinturón del que colgaba un estilete, es decir, un puñal de hoja estrecha y delgada. Se palpó la cara. Las orejas le hablan crecido, se le habían alargado y tenían dos mechoncitos de pelo sobresaliendo de la punta superior. Sobre la cabeza llevaba un divertido gorrito verde que terminaba en punta, con su plumita correspondiente sobresaliéndole de un lateral.
No era justo para nada: en Lyoko, Ulrich se transformaba en un experto samurai, y Odd, en un agilísimo chico-gato. Él, sin embargo, se convertía en un elfo. Un ridículo elfo verde en leotardos.


Por entre los árboles del parque del Kadic empezó a soplar un viento helado que le provocó una intensa tiritera a Yumi. La muchacha observó uno por uno a Odd, Jim Morales y la profesora Hertz, que había vuelto a ponerse a trabajar en su artilugio en el más absoluto silencio.
Yumi no podía creerlo. Primero Jeremy, y ahora Ulrich, Eva y Aelita. Solo quedaban Odd y ella para intentar resolver aquella situación.
-¿Y ahora qué hacemos? -murmuró.
-Seguimos con el plan -le dijo Hertz, levantando un momento la cabeza para mirarla directamente a los ojos.
-¿Qué plan? -preguntó Odd.
La mujer lo ignoró. A continuación sujetó con los alicates un pequeño cable rojo que tenían en un extremo pelado para dejar al descubierto los hilos de cobre que llevaba trenzados en su interior.
-Estad preparados -dijo Hertz-. Tres, dos, uno...
Con la punta del cable rozó un contacto que había en la caja de plástico que tenía delante. Saltó una diminuta chispa.
-... y la mecha está encendida -comentó Yumi.
Un instante después llegó la explosión.
Se oyeron un fragor subterráneo, un borboteo y, finalmente, el ruido del agua empezar a correr a raudales.
Yumi apoyó en el suelo las palmas de las manos y sintió la vibración de la tierra. Estaba funcionando.
-El sistema de alcantarillado del Kadic está aislado del resto de las cloacas de la ciudad -explicó al toparse con la mirada perpleja de Odd-. Acabamos de cerrar los conductos que lo ponían en contacto directo con la fábrica, La Ermita y las alcantarillas normales.
-Ajá -asintió Odd.
-La profesora Hertz ha localizado un punto en el que una de las galerías del Kadic pasa cerca del río, y... hemos volado la pared del conducto.
-O sea, ¿me estás contando que HABÉIS INUNDADO LAS ALCANTARILLAS?
-Exactamente. Ya no podemos tirar de la cadena del retrete ni darnos una ducha, pero por lo menos estaremos seguros de que los soldados de Hannibal Mago no nos pillarán por sorpresa saliendo de debajo de nuestros pies.
-¡Uau!
-Ey, ¡no me habías avisado de lo de los baños! -dijo Jim Morales al tiempo que se giraba hacia la profesora Hertz con una expresión preocupada-. ¿Cómo demonios voy a sacarme ahora esta peste de encima?
Ella le hizo un gesto para que se callase.
-Tenemos que volver de inmediato al colegio y estudiar detalladamente nuestras defensas. Si conozco lo bastante bien a Mgo, habrá raptado a Jeremy con un objetivo muy concreto: volver a abrir los canales que conectan Lyoko con la Primera Ciudad. Y en ese caso debemos esperar llevarnos muy pronto unas cuantas sorpresas desagradables...


Jeremy oyó directamente dentro de su oído una risilla. Se sobresaltó, desorientado. Era como si alguien se hubiese posado como un pajarillo en su pabellón auditivo y estuviese susurrándole dentro. Luego recordó que era del todo normal. Por una vez él se encontraba dentro de Lyoko, y afuera había otra persona guiándolo. Memory.
-¿Puedes oírme? -preguntó en voz alta.
Se sintió un poco idiota hablando solo en medio de un desierto, pero un momento después la risita interrumpió, y oyó la voz de la mujer.
Sí, sí. Tu nuevo look es... muy mono.
Jeremy suspiró, desolado.
-Dejémoslo estar. ¿Qué tengo que hacer?
Memory no respondió. Jeremy sintió cómo el terreno comenzaba a vibrar, y después la arena que tenía delante empezó a desplazarse para terminar por hundirse, creando un remolino de aspecto amenazador.
¡Arenas movedizas! El muchacho pegó un brinco hacia atrás. No podía tratarse de una faena de los monstruos de X.A.N.A.: la inteligencia artificial no tenía acceso a Lyoko.
-Te he abierto un pasaje -dijo después la voz de Memory-. A través de él deberías llegar directamente al núcleo central de Lyoko.
Jeremy empezó a temblar. ¿Memory quería que saltase dentro de aquel vórtice de arena? Por un instante se acordó de lo que había sucedido durante su batalla final contra X.A.N.A. En aquella ocasión Hopper tenía el aspecto de una esfera de energía y había abierto un pasaje al núcleo de Lyoko. Aelita y Odd se encontraban en el sector del hielo, y una cascada de plata que tenían ante ellos se había transformado en un pozo que se hundía en la oscuridad. Los dos muchachos habían saltado sin pensárselo dos veces. Pero ellos eran atléticos y ágiles, mientras que él...
<<Aj, basta ya -de dijo-. Te guste o no, no tienes elección>>.
Jeremy observó cómo la arena se encrespaba bajo sus pies. El remolino se había vuelto tan grande que se había transformado en una especie de tornado amarillos que se perdía en las profundidades de la tierra.
El muchacho se tapó la nariz, trató de infundirse algo de valor y saltó.
El desierto lo envolvió con millones de granos duros como piedras que le golpearon la piel y la ropa hasta hacerle gritar. La arena se le metió en la boca, ahogándolo mientras todo su cuerpo se veía atrapado por el tornado terroso, que tiraba de él hacia abajo cada vez con más fuerza.
Cayó y cayó, y cuando por fin tocó fondo volvió a abrir los ojos. Se encontraba en un lugar que conocía muy bien.


Jeremy estaba encima de una plataforma cuadrada. Estaba hecha de un material rocoso y liso cuyo frío tacto podía sentir a través de las suelas de sus babuchas de elfo. A su alrededor se abría el núcleo de Lyoko, un poco cilíndrico de paredes profundamente azules que no tenía fin ni principio tanto por arriba como por abajo. Jeremy experimentó una sensación de vértigo tan potente que lo hizo caer de rodillas.
Tiempo atrás, precisamente sobre aquella plataforma de roca, Aelita había utilizado el código de su padre para inyectar en el núcleo de aquel mundo virtual un antivirus capaz de destruir a X.A.N.A. El propio Hopper se había sacrificado para permitirle a su hija llevar a cabo su misión.
<<Aquí estoy -pensó Jeremy-. En el sitio donde todo empezó, donde todo deberá terminar>>:
-¿Y ahora? -preguntó.
-Debe de haber un puente por algún lado -le respondió unos instantes después la voz de Memory, que sonaba algo insegura-. Tendrías que llegar hasta él, atravesarlo y luego abrir la puerta que encontrarás al otro lado.
¡Aquí no ha ningún puente! ¡Lo único que hay es un pozo sin fondo! -protestó Jeremy.
-Ya lo veo, pero, ejem... -la voz se interrumpió, vacilante.
El muchacho se acercó hasta el borde de la plataforma, se inclinó un poco hacia delante para mirar abajo y luego retrocedió de golpe, asustado. La plataforma parecía surgir directamente de las paredes lisas del pozo, que no tenían puertas ni aberturas de ningún tipo. Estaba atrapado allí.
Al darse media vuelta vio que había aparecido una pantalla luminosa suspendida en el aire, un rectángulo evanescente que flotaba más o menos a un metro de la plataforma. Jeremy lo observó con curiosidad. La pantalla estaba subdividida horizontalmente en dos mitades. La mitad superior, más clara, tenía escrita la palabra CÓDIGO. La segunda,  casi transparente,  representaba un teclado de ordenador común y  corriente.
El muchacho rozo una de las teclas con un dedo, y en la pantalla apareció CÓDIGO: Q.
Jeremy borró aquella letra. Debía pensarse muy bien lo que iba a escribir. ¿Cuál podía ser el código correcto para salir de aquel lugar de pesadilla?
Sintió que la respuesta le venía a las puntas de los dedos de forma natural. Aquel lugar había sido diseñado por el profesor Hopper. Era un regalo para su hija.
CÓDIGO: A... E... L... empezó a teclear. CÓDIGO: AELITA.
La pantalla parpadeó dos veces y desapareció.
Los pies de Jeremy empezaron a elevarse por encima de la plataforma. El muchacho agitó los brazos, tratando de mantener el equilibrio, y luego se puso rígido al sentir un empujón invisible que lo impulsaba hacia arriba por el interior del pozo. Estaba volando. El Código Aelita lo estaba llevando hacia el cielo.