domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo 7

                                                        7
                                       LA GRAN ALIANZA


Aelita se colocó bien la diadema con los auriculares y el micrófono mientras Jeremy ayudaba a la profesora.
Se encontraban en el laboratorio de química, y todo estaba listo para la videoconferencia.
Walter, Ulrich, Richard y Eva habían tomado asiento en los bancos de los estudiantes, quedándose a espaldas del monitor, de forma que no fuesen visibles para Dido. Aelita y Hertz, por su parte, estaban sentadas al escritorio de la cátedra, una al lado de la otra.
Jeremy y Aelita lo habían preparado todo con sumo cuidado. Habían comprobado que no hubiese ningún micrófono espía de Green Phoenix en el laboratorio, y luego habían instalado un programa criptográfico en el ordenador. Hertz y Aelita tenían un micrófono para hablar con Dido, mientras que el resto iba a poder escuchar su diálogo gracias a unos altavoces.
-Es la una de la noche del jueves -comentó Jeremy, mirando su reloj de pulsera-, de modo que en Washington serán las...
-... las siete de la tarde del miércoles -concluyó Aelita.
Ulrich se rascó la cabeza, sin terminar de comprenderlo.
-Ya hemos estudiado los husos horarios, Ulrich -lo regañó la profesora-. Deberías saberte cómo funcionan.
El muchacho se puso rojo como un tomate, y Jeremy aprovechó la pausa para completar los últimos ajustes del ordenador.
-Estamos listos -dijo-. Esperemos que Dido aún esté en su despacho. Tres, dos, uno... ¡llamada en curso!
Aelita se concentró en la pantalla vacía.
Tras unos instantes apareció en ella la imagen de una mujer. Debía de ser más o menos de la edad de Hertz, y tenía el pelo rubio y unos labios delgados.
-Muy buenas, Dido -saludó fríamente la profesora-. Estamos aquí junto con Walter Stern, que nos ha explicado cómo ponernos en contacto contigo.
-Yo también estoy encantada de volver a verte, mayor Steinback -dijo la mujer con una sonrisa-. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde nuestro último encuentro? ¿Once años? Y esa que tienes al lado debe de ser la hija de Hopper. Qué raro que sea todavía tan pequeña. Ya tendría que tener más de veinte años.
Aelita bajó la vista, cohibida, pero Hertz intervino de inmediato.
-Tenemos cosas muy importantes de las que hablar -dijo secamente.
La profesora puso al día rápidamente a Dido acerca de los acontecimientos recientes, hasta llegar al encuentro en La Ermita entre Walter y su hijo y la invasión de la fábrica por parte de los hombres de Mago.
-Estos chicos -dijo al final- han demostrado estar a la altura: han descubierto Lyoko y han combatido contra X.A.N.A. ellos solos. Pero ahora es diferente... Contra los terroritas nos va a hacer falta tu ayuda.
-¿Estabais pensando en una intervención militar? La Ciudad de la Torre del Hierro tiene demasiados habitantes. Podría resultar complicado.
-Nada de soldados -intervino Aelita, inclinándose hacia la pantalla-. Queremos una solución pacífica. Óigame bien, señora: mis amigos y yo conocemos al dedillo los mundos virtuales, y estamos convencidos de que será posible pararle los pies a Green Phoenix a través de Lyoko. Pero para conseguirlo vamos a necesitar su colaboración. El entrometimiento de Walter en La Ermita ha dañado el escáner de acceso, bloqueando a dos de nuestros amigos en un entorno digital aislado: el diario de mi padre. No podemos utilizar los esáneres de la fábrica, que de momento están fuera de nuestro alcance. Por no hablar de los cachivaches de Bruselas, que son demasiado viejos como para...
-Ah, ya, Bruselas. ¿Sabéis que habéis allanado una propiedad del Gobierno, chicos? Podríais acabar en la cárcel.
-Lo que queremos -continuó Aelita sin dejarse de intimidar- es acceder a los datos de conexión con la Primera Ciudad. De esta forma podremos conectarnos a la réplica directamente desde el escáner que pensamos construir, sin que haga falta ir a Bruselas.
-Eso no es problema -asintió Dido-. ¿Qué más?
Aelita sonrió.
-La profesora Hertz, aquí presente, tiene un expediente  llenito de códigos que aún no hemos logrado descifrar -la profesora pegó un brinco sobre su asiento, sorprendida, pero Aelita continuó sin inmutarse-. Descubriremos para qué sirven...
-Yo sé que son esos códigos -la interrumpió Hertz-. Waldo y yo los preparamos juntos hace bastante tiempo. Se trata del Código Down, el arma definitiva capaz de destruir de una vez por todas tanto Lyoko como la Primera Ciudad.
En ese momento Eva Skinner se puso en pie de un salto y salió a todo correr del laboratorio.

La muchacho comenzó a recorrer el pasillo desierto a grandes zancadas. Caminar para relajarse: otra costumbre humana. ¡De verdad tenía que hacer algo para resolver esa engorrosa situación!
Por un momento X.A.N.A. la tomó consigo mismo por no haber sido capaz de poseer a la profesora Hertz. Aquellos misteriosos códigos servían para crear un arma capaz de destruir Lyoko. Al comportarse de esa manera se estaba arriesgando a que lo descubriesen , pero no había logrado contener la rabia. Eliminar el mundo virtual significaba destruirlo también a él, y no podía permitir eso.
En ese momento los muchachos salieron del laboratorio. Jeremy y Aelita iban cogidos de la mano, sonriendo.
-Perdonadme si os he interrumpido -dijo Eva, agachando la cabeza-. No quería molestar, pero es que... tenía que ir al baño.
-No hay problemas -le respondió Aelita-. La entrevista ha salido estupendamente. Dido está  dispuesta a echarnos una mano. Mientras Green Phoenix siga por aquí, los hombres de negro y nosotros seremos aliados.
-Así es -añadió Jeremy-. Ahora tengo también las claves de acceso a la Primera Ciudad. En cuanto hayamos construido un nuevo escáner podréis entrar en ella, y sacaremos a Yumi y a Odd del Mirror.
-¿Y el Código Down? -preguntó Eva.
Hertz salió del laboratorio arreglándose la bata. Parecía realmente exhausta.
-Es una historia muy larga, chicos -comentó-. Hablaremos de ello mañana. De momento, es hora de que nos vayamos a dormir.
A todos les pareció una buena idea, y Eva tuvo que resignarse. Había que seguir esperando. Y, además, la perspectiva de entrar en la Primera Ciudad era más que suficiente para garantizarle una noche de sueños tranquilos.
<<Pero si tú no duermes: ¡eres una inteligencia artificial!>>, se dijo X.A.N.A.
Era extraño que de cuando en cuando se viese obligado a recordarse algo tan básico.

El profesor Hopper se hallaba en el desván de La Ermita, a solas. En realidad, en una esquina estaba también Yumi, que se había escondido allí con Odd, aún sin sentido. Pero de todas formas el hombre no podía verlos.
   El Mirror había llevado a la muchacha adelante en el tiempo, y ahora estaba reviviendo el 3 de junio de 1994.
Era por la tarde, y por las ventanas entraba una cálida luz veraniega. La buhardilla se encontraba abarrotada de libros y papelorios. Hopper estaba inclinado sobre un gran escritorio, garabateando apuntes y refunfuñando para sus adentros.
A cierta altura se puso en pie y dio un fuerte golpe sobre la mesa con la palma de la mano.
-¡No funciona! -gritó-. Tal y como está, el Código Down resulta aún incompleto. ¡Hay demasiadas variables que se me escapan!
Empezó a pasearse adelante y atrás por el desván. Llegaba hasta la ventana desde la que se podía ver el parque de la academia Kadic, y luego volvía sobre sus pasos hasta casi pisar a Yumi, que estaba sentada en el suelo con la cabeza encajada en las rodillas.
-Necesito espacio en el disco duro para grabar la copia de seguridad. ¡Demasiado espacio, maldición! ¿Dónde voy a encontrar un sistema de memoria así de potente? Debe de ser capaz de conservar mis datos durante muchísimo tiempo...
El profesor arrancó a caminar de nuevo. Yumi apartó la mirada de él y volvió a clavarla en el mando a distancia del sistema de navegación. De momento había escapado de las garras de X.A.N.A., pero no estaba segura de encontrarse a salvo. La cosa se estaba poniendo bastante peliaguda. Tal vez X.A.N.A. fuese realmente capaz de utilizar el Lyoko que había dentro del Mirror para entrar en el Lyoko del presente. ¿Qué era lo que había dicho del mando? Se trataba de la interfaz que permitía interactuar con el mundo virtual. Y él solo necesitaba la mera fuerza del pensamiento para utilizar directamente sus instrucciones máquina.
Yumi sabía que tenía que avisar a los demás, volver a ponerse en contacto con la realidad. Pero no sabía cómo hacerlo.
Se apretó con fuerza una oreja, como si en su interior tuviese metido un auricular que en realidad no existía.
-¿Jeremy...? -murmuró-, ¿me oyes? ¿Hay alguien ahí?
-¡Ya estoy aquí! -respondió la voz de Aelita.
Yumi se puso en pie de un salto, mirando a su alrededor como loca,  y vio entrar a su amiga en la buhardilla. Iba vestida con su peto de siempre, llevaba el pelo corto y lucía una hermosa sonrisa en los labios.
Yumi corrió hacia ella, rebosante de felicidad, y la abrazó. Fue como abrazar el aire. Pasó a través de su cuerpo, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Se dio media vuelta y vio cómo la muchacha saludaba a su padre dándole un beso en la mejilla.
Oh, no, ésa no era la Aelita de verdad. No era más que una grabación introducida en el Mirror. Igual que Hopper.
-¿Va todo bien, papá? -preguntó la muchacha.
-Qué va, para nada. En mi programa hay un error que no consigo aislar. Y, además, tengo problemas de espacio, y también...
-¿Se puede saber qué está pasando? -lo interrumpió Aelita, observándolo con una mirada escrutadora-. Suzanne me ha dicho que Walter ha despedido a todo el mundo: los señores Ishiyama, Robert Della Robbia, Michel...
De golpe, Yumi se puso a escucharla con toda su atención. ¿Había dicho <<Ishiyama>>? ¿Aelita estaba hablando de sus padres?
-Tienes que fiarte de mí, hijita.
-Ah, eso por descontado. Pero, aparte, ¿puedo ayudarte de alguna forma?
Hopper la miró intensamente.
-Puede que sí. Pero no sé si es una buena idea. Quiero decir, no sé qué efecto podría tener en ti.
Aelita le dio otro beso.
-Si me necesitas, cuanta conmigo, papá. Cueste lo que cueste.
-Bueno, podría hasta funcionar -dijo Hopper con una sonrisa.

Jeremy se limpió la grasa de las manos restregándoselas contra los vaqueros y dejó el destornillador en el suelo.
-Mmm...
La profesora Hertz y él se encontraban en la habitación secreta de La Ermita. Esa mañana se habían despertado pronto, y habían ido todos juntos al chalé para ponerse a trabajar inmediatamente en el escáner.
   Era jueves, y debería haber estado en clase, pero Hertz había hablado con el director, y sus amigos y él habían sido eximidos de la asistencia a las clases durante dos días con la excusa oficial de <<ayudar a la profesora a ordenar los archivos de manuales científicos en el laboratorio>>.
El muchacho salió de la columna, y la profesora le alcanzó un vaso de té frío que se bebió de un trago. No estaba acostumbrado al trabajo físico, y se hallaba completamente empapado en sudor.
Había cambiado los fusibles, pero no resultaba bastante. Se había roto algo mecánico en el brazo transformador y, por si eso no fuese suficiente, también se había quemado la placa madre. Cuando había saltado la corriente, el escáner estaba funcionando a plena potencia, y la interrupción inesperada había destruido aquel delicado componente.
Hertz escuchaba con suma atención sus explicaciones técnicas, y Jeremy sonrió. Estaba muy bien poder hablar así con la profesora, de igual a igual. Por fin se encontraba con alguien que de verdad entendía los problemas informáticos que normalmente tenía que resolver él solo.
-Puede que con las herramientas adecuadas consiga reparar el brazo transformador... -añadió al final.
-... pero no la placa madre -completó la frase por él Hertz-. Hay que sustituirla, y punto.
-Si pudiésemos ir a la vieja fábrica de la isla, tal vez podría encontrar alguna pieza de recambio que Hopper hubiera abandonado allí. Pero con los terroristas de Green Phoenix merodeando por ahí, es demasiado peligroso.Odd y Yumi corren el peligro de quedarse atrapados en el Mirror para siempre.
-A no ser que... -empezó a decir la profesora mientras en su rostro aparecía una sonrisa astuta- nos dirijamos directamente a los inventores del escáner.
-¡Exacto! Es una pena que el profesor Hopper ya no esté entre nosotros. ¡Si no, el problema estaría resuelto!
-Jeremy Belpois, te recuerdo que soy tu profesora. Deberías fiarte de mí. Y, además, yo nunca he dicho que fuese Hopper quien hubiese construido los circuitos lógicos del escáner.
-Y, entonces, ¿quién lo hizo? ¿Usted?
-No. Alguien a quien conoces bastante bien: tu padre. Junto con el señor Ishiyama. Podríamos hacer que viniesen aquí, y usar luego mi máquina extirparrecuerdos para devolverles la memoria.

Ulrich abrió los ojos y, por un instante, le dio la impresión de que ni siquiera se había ido a dormir.
Miró a su alrededor, desorientado. Se encontraba en su cuarto de siempre, en la residencia Kadic. Pero en la cama que había enfrente a la suya no estaba Odd, sino un hombre adulto que aún iba vestido con traje y corbata. Su padre.
Después de la conversación con Dido, todos estaban demasiado cansados como para pensar en otra solución, de modo que Hertz le había sugerido que durmiese en la residencia, junto a su hijo.
Ulrich sacudió la cabeza. Un traidor y el hijo de un traidor. Qué buena pareja.
El muchacho se levantó de la cama, metió los pies en sus pantuflas y le echó un vistazo al despertador. Ya eran las diez de la mañana. Ni siquiera había oído el timbre que avisaba a los estudiantes para que entrasen en clase. A saber si Jeremy y los demás ya estaban levantados.
-Hijo mío... -murmuró Walter.
-¿Sí?
-¿Ya estás despierto?
-Tengo hambre. Ya va siendo hora de que desayunemos.
Su padre sentó sobre la cama. Su traje oscuro se había arrugado por completo durante la noche, y en las mejillas del hombre había aparecido una barba corta e hirsuta.
-Perdón.
-¿Por qué me pides perdón? -le espetó Ulrich, mirándolo con perplejidad.
-Por lo que os hice a tu madre y a ti. Sé que nunca he sido gran cosa como padre, y lo siento. Yo...
-Venga -lo interrumpió el muchacho, esforzándose por sonreír -, no es para tanto.
-Eso no es cierto. Pero lo que quería decirte es que estoy arrepentido de verdad. Jugué a un juego muy peligroso, y lo perdí todo. Podía haber cambiado de vida después de que me borrasen la memoria, compensar de alguna manera lo que había hecho... Y en vez de eso, seguí hurgando en las llagas de mis errores. Durante todo este tiempo te he mantenido alejado de mí, sin escucharte ni hablar realmente contigo. He estado incluso a punto de perder el amor de tu madre. Pero cuando te vi ayer en La Ermita lo entendí todo, por fin. Siento que he cambiado. Y ahora quiero compensar todo el daño que he causado, estar junto a ti y ayudar a Aelita -Walter se detuvo, y, por primera vez desde que había empezado a hablar, lo miró a los ojos. Ulrich trató de sonreírle-. ¿Qué me dices? ¿Estás dispuesto a darme otra oportunidad?
El muchacho se le acercó al tiempo que le tendía la mano.
-Vamos a tener que currárnoslo mucho, y será bastante peligroso. Vas a hacernos mucha falta para salir de ésta.
Padre e hijo intercambiaron un enérgico apretón.

-¿Tienes un momento? -preguntó Jeremy.
Aelita se encontraba en el despacho de la profesora Hertz. Había recuperado aquel expediente repleto de códigos que no habían conseguido descifrar y, encaramada sobre un cúmulo de revistas, contemplaba sin parpadear el fajo de folios que tenía agarrado con ambas manos. Ni siquiera levantó la cabeza para saludarlo, y Jeremy se sentó a su lado.
Le explicó alegremente que Hertz estaba llamando por teléfono a los padres de todos. Dado que los de Jeremy vivían en una ciudad muy lejana, la cita iba a ser para el día siguiente. Cuando llegasen, la profesora les devolvería la memoria, y se pondrían a trabajar todos juntos en el escáner. Al principio el director había puesto bastantes pegas, sobre todo ante la idea de darles a los chicos dos días de <<vacaciones>>, pero al final Hertz había conseguido convencerlo. Yumi y Odd seguían presos en el mundo virtual, y los demás iban a tener un montón de trabajo que hacer.
-Ya casi lo hemos logrado -concluyó Jeremy mientras le regalaba a su amiga una cálida sonrisa-. ¡Muy pronto tu también podrás entrar en el Mirror!
Aelita parecía pensativa, completamente absorta en sus papeles.
-Oye, ¿me estás escuchando?
-No logro entenderlo -murmuró la muchacha-. Este programa... no está completo, por eso la Hertz nunca lo ha utilizado hasta ahora. Le faltan trozos.
Jeremy se inclinó para hojear las páginas. En efecto, Aelita podría tener razón. Pero, para estar seguro, tenía que estudiar a fondo aquellas páginas y realizar algunas simulaciones en su ordenador.
-Bueno -dijo-, me parece obvio que le faltan algunos fragmentos. Hay que tener también en cuenta la PDA de Richard, y, además, esté el Mirror. Y la Primera Ciudad. Es probable que tu padre desperdigase varios fragmentos del programa por los distintos mundo virtuales.
Aelita sacudió la cabeza. Recogió del suelo otro montón de folios.
-Aquí tienes. Richard me ha imprimido los códigos que aparecen en su PDA. Si los miras con atención, te darás cuenta de que no tienen nada que ver con el Código Down. Parce un programa completamente distinto.
-Mmmm...
La muchacha sonrió. En realidad aún había algo más.
-En mi memoria tengo una especie de flash, un fragmento en el que me parece estar en La Ermita con mi padre, y él me pide que lo ayude a hacer algo muy importante... Pero no consigo recordar de qué se trata.
-Bueno -la consoló Jeremy-, yo no me preocuparía por eso. Después de perder la memoria durante las vacaciones de Navidad, andas un pelín confusa. Pero te vas recuperando día tras día.
-Esto es algo diferente -lo contradijo Aelita, sacudiendo la cabeza-. Aunque no consigo acordarme de nada.

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