lunes, 19 de diciembre de 2011

Capítulo 9

                                                      9
                                   EL FINAL DE MIRROR


La mañana del viernes arrancó con un tímido sol y un aire húmedo, frío y pastoso. Los árboles del parque brillaban a causa de las gotas del rocío de la madrugada. Parecía como si un ejército de luciérnagas se hubiese escondido en las ramas desnudas.
Jim Morales estornudó y se sonó la nariz.
-No entiendo por qué me tiene que tocar precisamente a mí.
-Porque te lo ha pedido la profesora Hertz... -respondió, tajante, Jeremy.
El muchacho observó al profesor de educación física y soltó una risilla para sus adentros. Jim era un hombre robusto, mucho más joven que el resto del personal docente, hasta el punto de que los estudiantes lo consideraban casi uno de ellos y lo tuteaban. Llevaba el pelo cortado a cepillo, y tenía siempre pegada bajo un pómulo una ridícula tirita que, según él, le daba un aspecto de tipo duro. Y ese día también tenía la nariz enrojecida debido a un fuerte resfriado.
-Vale, de acuerdo -insistió-, pero ¿por qué tienen que venir aquí vuestros padres precisamente hoy?¿Y todos juntos, además? ¿Y por qué Aelita, tú y vuestra pandilla no estáis en clase, como todo hijo de vecino?
-La Hertz ya te ha explicado la situación, ¿no?
-Sí -admitió Jim-, pero no es que me haya enterado de mucho, la verdad.
Jeremy le dio una palmada en el hombreo de forma amistosa, y llegaron juntos hasta la verja de Kadic, donde los estaban esperando los padres de los muchachos.
Takeho y Akiko Ishiyama, el padre y la madre de Yumi, que vivían en un barrio cercano, habían llegado a pie. Pronto se les había sumado los padres de Odd, Robert y Marguerite. Los Ishiyama y Robert tenían la mirada perdida y una expresión algo confusa en el rostro. Era la culpa del hombre de los perros, al que Walter Stern había llamado Grigory Nictapolus. Según Hertz, aquel despreciable individuo había usado con ellos la máquina extirparrecuerdos.
Jeremy se puso a mirar a su alrededor, hasta que lo vio. Allí estaba, algo alejado de los demás y sentado sobre el bordillo de la acera, justo al otro lado de la verja: su padre, Michel Belpois. Era un hombre alto y delgado con el pelo rubio, que le empezaba a ralear a partir de las orejas, hasta desaparecer por completo a la altura de la coronilla. Iba vestido con un traje de tweed de profesor inglés de otros tiempos, y descansaban sobre su nariz unas gafas redondas idénticas a las de su hijo.
-¡Papá! -gritó Jeremy mientras corría hacia él-. ¿Qué tal estás?
-Bien. Mamá me ha dicho que te manda un beso y un abrazo enormes. Pero tú... ¿has armado algún lío? ¿Por qué no estás en clase?
-Ejem -carraspeó Jeremy, mirándolo un poco sorprendido-, ¿qué te ha contado la profesora Hertz?
-Qué tenía que venir a toda prisa -contestó antes de señalar con un gesto de la cabeza al resto de los padres-. Y veo que no soy el único.
Mientras tanto, Jim se les había acercado, esforzándose por hacerse simpático. Los Ishiyama y Robert Della Robbia no habían cambiado de expresión ante sus bromas, mientras que la madre de Odd parecía incluso molesta.
Jeremy decidió hacerse cargo de la decisión.
-Vamos -exclamó-, que la profesora Hertz ya los está esperando. Ya tendremos tiempo más tarde para charlar un rato.


En aquella maldita fábrica no había ni siquiera agua corriente.
A lo largo de su vida, Hannibal Mago no había sido precisamente un privilegiado: provenía de una familia muy pobre, y para poder sobrevivir se había tenido que alistar en el ejército en cuanto había llegado a la mayoría de edad. Pero en aquel lugar era realmente intolerable. En comparación, algunas bases militares de la Europa del Este parecía hoteles de cinco estrellas.
-Disculpe, señor, ¿podemos pasar? -preguntó la voz de Memory desde el exterior de la tienda.
El hombre terminó de lavarse la cara con el agua de la palangana y luego se echó un buen vistazo en el espejo. El pelo estaba bien peinado, y los caninos de oro hacían que pareciese un lobo. O un vampiro.
-Entrad, entrad -dijo tras colocarse bien su sombrero morado sobre la frente.
Memory y Grigory Nictapolus obedecieron.
-¿Y bien? -les preguntó Mago mientras se ponía cómo sobre los cojines-. ¿Tenemos alguna novedad?
-Hasta el momento hemos mandado a Lyoko a veintidós de nuestros mejores soldados -empezó a explicar Memory-. Ninguno de ellos ha conseguido dar ni un solo paso. Excepto uno -Mago levantó una ceja, repentinamente interesado, y Memory continuó-: Se trata del soldado James Farreland, señor. Al materializarse en Lyoko echado a correr con todas sus fuerzas, aterrorizado. Ha sido toda una hazaña conseguir que saliese del mundo virtual. Mucho me temo que no llegará a reponerse nunca.
-Así que nada, un fracaso total -dijo Mago con la boca torcida en una expresión de desagrado.
-Sí, señor. Como ya le dije, a los adultos no les resulta posible entrar en Lyoko.
-Pero algunas personas lo han conseguido, señor -intervino Grigory, que tenía una mirada intensa en sus ojos, oscuros y sin vida como los de un depredador-. Como por ejemplo esos mocosos. Y un adulto: el profesor Hopper.
-¿Estás seguro?
-He comprobado todas mis grabaciones y los datos del expediente. Al parecer, Hopper entró en Lyoko junto con su hija, Aelita... y no volvió a salir.
-Pues qué bien -comentó, contrariado, Mago.
-Hopper era una persona particular -intervino Memory-. Después de todo, fue el interventor de Lyoko. Y, además, no sabemos qué efecto tuvo la virtualización sobre él...
Hnnibal Mago soltó un puñetazo contra la mesa baja que tenía al lado, y sus anillos tintinearon con una reverberación amenazadora.
-En resumidas cuentas, que la única posibilidad de entrar en Lyoko es recurrir a otra persona particular o a algún niño, ¿correcto? -rezongó, y a continuación se giró hacia Memory con una mirada interrogativa-. Tú, amiga mía, eres sin duda alguna bastante particular...
La mujer no se inmutó, y Mago sonrió. Muy bien, la fidelidad de Memory era absoluta. Por lo menos, el dinero que le había dado a Walter Stern por la máquina extirparrecuerdos había resultado ser una buena inversión.
-Si me lo permite, señor, yo lo desaconsejaría -intervino Grigory, sacudiendo la cabeza-. Memory es la única que sabe cómo usar el superordenador. Si le sucediese lo que les ha pasado al resto de nuestros soldados, ya no nos quedaría ninguna otra posibilidad.
-Mmm, es cierto -admitió él con una mueca de desilusión.
-Por el contrario -continuó Grigory-, los niñatos son sacrificables. Se me ocurre, por ejemplo, Jeremy Belposi, el jefe de la pandilla. él sería perfecto. No nos resultará difícil convencerlo para que trabaje para nosotros.
A veces Grigory podía tener ideas realmente geniales.
-Así sea -dijo Mago, poniéndose de pie-. Tráeme a ese tal Jeremy.
-Sí, señor. Actuaré esta noche.


Jeremy estaba esperando a solas delante del despacho de la profesora Hertz. El procedimiento de recuperación se había llevado a cabo sin problemas, y los padres de Yumi y el de Odd habían recobrado la memoria justo antes de ir a la residencia con el resto de los chicos. Tenían muchas cosas que contarse.
Pero Jeremy había preferido no ir con ellos. En aquel mismo momento Hertz estaba usando la máquina estirparrecuerdos con su padre.
Aquella mañana el muchacho había ayudado a la profesora a instalar el aparato. Se trataba de un simple par de guantes de cuero con sensores metálicos en las yemas de los dedos conectados a un monitor LCD colocado en el dorso, donde también se había instalado en el potenciómetro, el dispositivo que permitía regular la intensidad de la máquina. El potenciómetro, a su vez, se conectaba por bluetooth con un gran ordenador que analizaba el cerebro de la persona y grababa los recuerdos. O los restituía, como en aquel caso.
En aquel momento se abrió la puerta del despacho, y la profesora Hertz salió al pasillo acompañando del brazo a Michael Belpois.
-¿Qué tal te sientes, papá? -prorrumpió Jeremy, poniéndose en pie de un salto.
-Me duele un poco la cabeza.
La profesora ayudó al hombre a sentarse en la silla que antes estaba ocupada por Jeremy.
-Se te pasará enseguida -lo animó su hijo.
Michel asintió en silencio y estiró una mano para acariciarle la cabeza.
-Siempre había sabido que valías mucho. Pero ahora que he recuperado mis recuerdos, Suzanne... o sea, la profesora Hertz me ha contando las últimas novedades. Has estado a la altura como un campeón.
Jeremy tosió, azorado, y se limpió las gafas con el jersey para que no se le notase que estaba a punto de ablandarse.
-Tú también estuviste muy bien, papá -murmuró-. La profe me ha contado que eres uno de los inventores de los escáneres.
-Ya, los escáneres. Ahora me resulta extraño no haber pensado en ellos durante todos estos años. Habían desaparecido de mi cabeza. Estaban totalmente borrados. Pero ahora lo recuerdo todo -Michel miró a su hijo y le guiñó un ojo-.Y ya es hora de volver al trabajo y ponernos manos a la obra, ¿verdad?


Yumi y Odd se encontraban en el salón de La Ermita.
Aelita estaba echada en el sofá, y tenía aspecto de enferma. Estaba bañada en sudor, parecía agotada y tenía un pañuelo mojado sobre la frente. Hopper trabajaba a su lado con su ordenador portátil sobre las rodillas.
-¡Aelita! -exclamó Odd-. Bueno, entonces no estamos exactamente solos.
Yumi lo miró y le dirigió una sonrisa triste.
-Por desgracias, no es lo que parece. En este mundo Aelita no es más que una grabación. Fíjate: tiene un aspecto humano, no de elfa, como el que suele tener en Lyoko.
Yumi cogió el mando de navegación y observó la pantallita: 6 de junio de 1994. Habían llegado al último día de Aelita y su padre antes de su largo viaje al interior de Lyoko. La muchacha no iba a salir del superordenador hasta muchos años después, y Hopper, nunca más. En cierto sentido aquél era el último día de su vida.
Aelita le estaba dando la vuelta al pañuelo que tenía sobre la frente. Sus mejillas se habían coloreado de un rojo tan intenso como el de su llameante cabello.
-¿Qué tal estás? -le preguntó su padre.
-Me duele muchísimo la cabeza -murmuró ella.
-Es por culpa de la máquina extirparrecuerdos -dijo Hopper mientras apartaba los ojos del ordenador y le sonreía-. Nunca antes la había utilizado al contrario. Ya verás como se te pasa pronto.
-¿Máquina extirparrecuerdos? -susurró Odd, pero Yumi le hizo un gesto para que se quedase callado. Tal vez más tarde entendería algo.
-¿Y la habitación secreta? -preguntó Aelita, que parecía preocupada-. ¿Está todo preparado?
-Sí -la tranquilizó Hopper-. Lo he hecho todo tal y como habíamos dicho. Los hermanos Broulet han levantado unas paredes que esconden tanto la primera como la segunda habitación. Desafío a quien sea a darse cuenta de su exigencia.
-¿Sabes una cosa? Tengo miedo de olvidarlo todo. Desde que has usado la máquina me siento muy rara, como si algunos trozos de mi memoria se muriesen de ganas de salir volando. Tengo miedo.
Hopper la abrazó con ternura.
-No te preocupes. He dejado un vídeo dentro de la habitación. Y en el desván tienes mi cuaderno. He dibujado en él, con tinta simpática, un mapa de cómo entrar en ella. De esa forma, siempre podrás volver a encontrar la habitación secreta, en caso de que te resulte necesario.
-¿Un vídeo? Así que tú también crees que... ¿crees que podría olvidarme de todo? -le preguntó su hija con visible inquietud.
Entonces, ésa era la verdad, que Hopper le había hecho algo a Aelita, ¡algo que le había provocado la pérdida de memoria! ¡Así era como se había olvidado de todo, hasta de la habitación secreta y el hecho de que conocía perfectamente a los padres de Yumi y los demás!
Ahora sí que la muchacha conseguía explicarse el tono triste que el profesor tenía en el vídeo de la habitación secreta. Él sabía muy bien que para cuando Aelita lo viese, sería ya una persona distinta, sin ningún recuerdo de todo aquello.
-Te prometo que todo va a salir bien -susurró Hopper-. Estoy seguro de ello.
En aquel momento alguien llamó con fuerza a la puerta principal.
-¡Profeso, sabemos que está ahí dentro! - se oyó cómo gritaban desde afuera-. ¡Salga con las manos en alto y sin oponer resistencia!
Yumi se puso de pie como accionada por un resorte y corrió a echar un vistazo por la ventana del salón. Bajo el pórtico de la entrada de La Ermita había tres hombres totalmente vestidos de negro: el traje, la corbata, las gafas de sol... y las pistolas que estaban empuñando.
-¡Son los mismos que nos persiguieron a Ulrich y a mí por toda Bruselas! -exclamó Yumi al tiempo que se llevaba las manos a la boca.
-Entonces, la cosa se pone chunga -anunció Odd-. Mira, Hopper también se ha dado cuenta.
El profesor se había puesto de pie, y estaba temblando. Miró a su alrededor con la expresión de quien se siente perdido, y luego corrió a la cocina. Cuando salió de ella un instante después, llevaba una pistola agarrada con ambas manos.
Aelita miró con los ojos desorbitados.
-¡Papá! ¿Qué pretendes hacer?
-La dejó Suzanne por si acaso estábamos en peligro -le respondió Hopper a su hija, esforzándose por sonreírle-. Pero no te preocupes: no tengo intención de usarla.
Yumi y Odd se miraron con preocupación.
-¡Profesor! ¡Salga de la casa con las manos en alto! ¡No nos obligue a entrar!
Hopper empuñó la pistola y la apuntó hacia la puerta.
-¡Estoy armado! -gritó con voz chillona-. ¡Como entren, disparo! ¡VÁYANSE!
Instintivamente, Yumi se agazapó, tirando de Odd para que hiciese lo mismo.
-Está aterrorizado -musitó-. La situación podría escapársele de las manos.
Los hombres de negro volvieron a ponerse a berrear al otro lado de la puerta. Hopper agarró a Aelita por una mano, intentando levantarla del sofá, pero la muchacha estaba demasiado débil. Se quedó sentada, jadeante, y la cabeza se le cayó contra el respaldo como una caótica cascada de cabello pelirrojo.
-¡Ésta es la última advertencia, profesor! -gritaron los hombres de negro-. ¡Vamos a entrar!
Hopper miró a su alrededor, sin saber muy bien qué hacer ni adónde ir. Su frente y su pelo estaban perlados de gruesas gotas de sudor. A continuación, un estruendo de cristales rotos desgarró el silencio.
Un codo negro había hecho pedazos el vidrio de la ventana, descargando sobre el suelo del salón una lluvia de trozos transparentes. Y ahora una mano se estaba asomando a la habitación. Llevaba un guante oscuro. Y empuñaba una pistola.
Yumi no lograba moverse. Era una escena tan delirante, tan distinta de su vida normal, que la muchacha no conseguía creerse que estuviese sucediendo de verdad.
El profesor lanzó un grito, aterrado, y casi se le escurre de las manos la pistola. Se oyó un disparo. Hopper dejó caer el arma humeante, horrorizado.
-¡Ha disparado! ¡Responded a su fuego!
El arma que asomaba por la ventana comenzó a disparar.
Una delgada llamarada dibujó una línea recta entre las sombras, y una fracción de segundo más tarde Yumi oyó el grito de Aelita.
La muchacha se dio media vuelta, y de golpe tuvo la sensación de estar moviéndose a cámara lenta: el pelo de su amiga se sacudió como agitado por una suave brisa, y un hilo de sangre empezó a descenderle por la frente.
-¡Le... le han pegado un tiro! -murmuró Odd, balbuceando-. ¡Le han pegado un tiro a Aelita!
Hopper contuvo un sollozo de desesperación al ver cómo su hija se desplomaba sobre el sofá. Corrió hacia ella y la tomó en brazos. Después salió de la habitación a todo correr.
Yumi y Odd se apresuraron a seguir a Hopper por el recibidor y las escaleras que descendían hasta el sótano. Tras ellos, los hombres de negro estaban echando la puerta abajo.
-Solo tienes que resistir unos minutos más, chiquitina. Luego estaremos a salvo -le susurró Hopper a su hija. El profesor ignoró la cámara frigorífica y continuó hasta llegar a la puerta de metal que conducía al pasadizo secreto de la fábrica.
-Nos... nos van a encontrar -le dijo Aelita a su padre.
-No te preocupes -le respondió él con una frágil sonrisa-, aquí abajo no es nada fácil distinguir el camino correcto. Y una vez que estemos dentro de Lyoko, tu cuerpo se desmaterializará, así que esa herida en la cabeza se curará como por arte de magia. Confía en mí.
Yumi y Odd los siguieron a ambos al interior del pasadizo, y finalmente se metieron en las cloacas.
-¿Qué le va a pasar a Aelita? -preguntó Odd, angustiado.
-No tenemos de qué preocuparnos -le sonrió Yumi-. En nuestro presente sigue vivita y coleando, ¿verdad? Pues eso quiero decir que sobrevivió, que Hopper consiguió virtualizarla dentro de Lyoko a tiempo -tras concluir su razonamiento, la muchacha reflexionó un instante antes de continuar-. Sin embargo, hay otra cosa que me preocupa. Nosotros estamos siguiendo a Hopper. Y él ya ha sellado la habitación secreta, y se dispone a huir para siempre al interior de Lyoko...
-Sí. ¿Y entonces?
-Pues que entonces, si éstos son sus recuerdos, ¿cómo es que podemos verlos? La grabación del Mirror tendría que haberse acabado por lo menos hace un par de días. Aquí hay algo que no me cuadra.
Odd se encogió de hombros.
-Tú has dicho que estamos en una sandcacharra guardada dentro del superordenador de la fábrica, ¿correcto?
-Sandbox -asintió Yumi-. Si, Jeremy la llamó así.
-Pues a lo mejor Hopper metió sus recuerdos directamente en el supeordenador.

Ulrich soltó una risita burlona y le dio una palmada en el hombro a Jeremy.
-¿Sabes? -dijo-, ahora entiendo del todo a quien has salido.
-¿O sea?
Su padre y él estaban uno junto al otro, con las mismas gafas un pelín torcidas sobre la nariz y las manos manchadas de grasa.
-Nada, hombre, nada... -eludió responder Ulrich, riendo aún por lo bajini.
En aquel momento llegaron Eva y Richard, que llevaba una bandeja con vasos y una jarra de limonada. El joven les comunicó con aire de satisfacción que las reparaciones del brazo mecánico ya estaban casi completadas. De acuerdo con el señor Ishiyama, las terminarían sobre las seis de la tarde.
Jeremy y su padre se sentaron en el pequeño sofá de la habitación secreta de La Ermita, frente al viejo televisor en el que Hopper había dejado su vídeo para Aelita.
El muchacho miró su reloj de pulsera. Eran las dos y media. Resultaba increíble que el padre de Odd y los de Yumi tuviesen ya tan avanzadas las reparaciones. Debían de haber recuperado de inmediato su camarería de los viejos tiempos.
-La única pena es que, con la placa madre quemada -murmuró-, nos tocará fabricar una nueva. Vamos a tardar meses, y tendremos que pedirle ayuda a algún taller especializado.
Por un instante volvió a pensar en Odd y Yumi, encerrados en el Mirror. Esperaba de todo corazón que no les hubiese pasado nada en el ínterin.
A su lado, su padre terminó de beberse su refresco.
-No seas pesimista -le dijo con actitud alentadora-. Los fusibles han salvado las partes más delicadas del sistema.
-Pero la placa madre...
-La diseñé yo con la ayuda de Hopper. Para ahorrar en los componentes utilizamos una placa lógica normal con algunos pequeños ajustes. Así que nos bastará con desmontar un ordenador, conectar su placa base al interior de escáner, y asunto arreglado.
-¿Podría valeros esto? -dijo Richard, sacándose su PDA del bolsillo.
-Ni hablar de eso -negó Jeremy, sacudiendo la cabeza con una sonrisa-. Ahí dentro están los códigos escritos en Hoppix. Pero, si no me equivoco, Odd tiene debajo de la cama un portátil que no ha encendido ni una sola vez. No creo que vaya a enfadarse si lo utilizamos para salvarle la vida.
Richard y Eva se pusieron en pie de un brinco, ofreciéndose a ir a buscarlo al Kadic. Michel les hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
-Takeho Ishiyama exigirá mi cabeza como no le devuelva a su hija sana y salva antes de la hora de cenar. Para él la familia es sagrada. Siempre me lo repetía mientras trabajábamos juntos en la vieja fábrica, hace muchos años -comentó, y se echó a reír.

Hopper caminaba con los pies hundidos hasta el tobillo en la aguas negras y hediondas de la alcantarilla. A duras penas consiguió trepar por una padres, agarrándose a una serie de asideros de hierro incrustados en el hormigón armado.
Yumi y Odd subieron tras él y desembocaron en el puente de la vieja fábrica. Se dieron cuenta de que en aquel momento no parecía tan vieja. La carretera ya estaba bloqueada, y por todas partes había carteles de advertencia, pero la puerta de metal todavía estaba abierta encajada en sus goznes, y el puente aún no estaba oxidado.
Hopper entró en la fábrica y descendió a la planta baja usando una cómoda escalera de metal.
-¡Esto es distinto que colgarse de unas cuerdas, como nos toca hacer a nosotros! -gritó Odd.
-Ya. En diez años este sitio de ha ido verdaderamente al traste -le confirmó Yumi.
Los dos muchachos se precipitaron al ascensor junto con Hopper y Aelita. Su amiga tenía la cabeza reclinada hacia atrás y los ojos cerrados, y respiraba con dificultad. Seguía goteándole sangre, que bajaba por sus mejillas mientras ella farfullaba en voz baja palabras incomprensibles.
Hopper descendió directamente hasta el segundo nivel subterráneo, y dejó a Aelita en el suelo con delicadeza. A continuación la besó en la frente.
-Discúlpame, mi chiquitina -dijo, y empezó a hurgar en el bolsillo de la bata para sacar una pequeña tarjeta de memoria-. Grabaré mis últimos recuerdos y lo introduciré todo en el diario virtual. Después tú y yo atravesaremos juntos en el umbral de Lyoko. Ya verás que allí iniciaremos una nueva vida, bien lejos de los hombres de negro y los de Green Phoenix.
La escena que los muchachos tenía ante sus ojos se desarrollaba casi a cámara lenta, y ellos notaron cómo se les encogía el corazón. Aquél era el momento de la gran despedida del profesor.
Los siguieron hasta el tercer piso subterráneo, donde se encontraba el superordenador. Observaron cómo recogía del suelo una extraña máquina que consistía en un par de guantes de cuero con un monitor montado sobre el dorso.
Hopper insertó la tarjeta en los guantes, se los puso y apoyó las yemas de los dedos contra su frente.
Y luego desapareció.
Fue algo repentino. Un instante antes el profesor estaba allí, delante de ellos, real como la vida misma, y al instante siguiente, ya no estaba. La sala del superordenador se hallaba vacía.
-¿Qué ha pasado? -gritó Yumi.
-Ey -la interrumpió Odd-, esa cosa usa unas tarjetas de memoria idénticas a la que se encontró mi madre cuando atacaron a mi padre.
-Ya. Debe de haberla construido Hopper. Una máquina recolecta los recuerdos...
-Pero, entonces, ¡la tarjeta contenía los recuerdos de mi padre! ¡Ahí dentro salía la madre de Aelita! ¿Cómo es que mi padre la conocía?
Los dos se quedaron en silencio, descompuestos. Después montaron juntos en el ascensor y llegaron hasta la sala de los escáneres. Estaba vacía, inmóvil. Aelita ya no estaba allí, ni tampoco el profesor Hopper.
Yumi se sentó en el suelo y se puso a darle vueltas al asunto.
-La máquina que hemos visto permite grabar los recuerdos. Si así es, entonces resulta obvio que Hopper sólo puedo insertar en su diario la memoria que grabó hasta ese momento.
-O sea, ¿eso significa que el diario termina aquí?
Yumi asintió con la cabeza.
-El profesor grabó su memoria, y luego la metió en la sandbox para que Aelita la encontrase. Después volvió aquí y entró con ella en Lyoko. Debe de haber sucedido más o menos así.
-Menudo chasco -suspiró Odd-. Es como verte un pelicula y descubrir que le han cortado los últimos minutos...
-Pero Aelita ya estaba mal antes de llevarse el balazo -reflexionó Yumi-. Hopper debió de hacerle algo... -Algo que le afectó a sus recuerdos.
-Y luego se la llevó a Lyoko y apagó el superordenador. Y se quedaron encerrados ahí dentro durante muchos años.
Yumi cogió el mando de navegación del Mirror y observó la pantalla. En ella había aparecido un nuevo texto: FIN.
Pero ellos todavía no habían vuelto a la realidad. ¿Qué podía querer decir eso?
Había pasado demasiado tiempo. Jeremy y los demás debían de haberse topado con algún problema serio. Odd y ella sólo podían cintar con sus propios recursos.
-Mira -murmuró de repente Odd.
Las paredes de la sala se estaban volviendo más luminosas, de un intenso color amarillo. Y las tres columnas de los escáneres, situadas en el centro, en formación triangular, empezaron a vibrar.
-¡Alguien está materializándose aquí!
-A lo mejor es el profesor Hopper, que está volviendo.
-O a lo mejor... ¡a lo mejor es Ulrich,que viene a ayudarnos! -exclamó Yumi, esperanzada.
-El zumbido aumentó de volumen hasta que se detuvo de golpe. Después se oyó un chasquido seco.
Las puertas de una de las columnas-escáner se abrieron deslizándose hacia los lados. Dentro había un muchacho más alto que Yumi, con el pelo negro y un poco largo y una extraña sonrisa en el rsotro.
-Se parece a ese amigo tuyo, William Dunbar -susurró Odd.
El muchacho sonrió aún más.
-Ah, pero yo no soy William. Soy X.A.N.A.

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