domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo 3

                                                     3
                                ACCESO AL MIRROR
La Ermita  era un chalé de tres plantas, alto y estrecho, con un pequeño pórtico que resguardaba la entrada principal y un garaje abajo a la izquierda. El chalé tenía a su alrededor un jardín vallado. La alambrada de la parte de atrás lo separaba del parque, mucho mayor, de la academia Kadic.
Ulrich, Odd y Richard llegaron juntos ante la verja de la entrada. Los otros chicos que estaban allí, esperandolos mientras se balanceaban sentados sobre el ancho columpio de madera que hacía las veces de sofá. Habían ido todos: Jeremy, Aelita, Eva y Yumi, que llevaba a Kiwi en brazos.
Odd vío su perro, aunque no dio señales de reconocerlo, y el cuzco le gruño, receloso. Pero no fue más que un instante. El muchacho echó correr hacia él, y Kiwi se puso atrás, completamente emocionado, lamiendole la cara como hacía siempre con todo el mundo.
Kiwi aún seguía herido, y tenía el cuerpo cubierto de vendas. Según Jeremy lo habían atacado dos perros de gran tamaño. Los mismos que acompañaban a todas partes al hombre de la camioneta roja, que había agredido tanto al padre de Odd como los padres de Yumi.
Ulrich se acercó a Yumi y de paso un brazo por los hombros.
-Ha sido todo un detalle que lo trajeses.
-En realidad -le contestó, poniéndose colorada- he tenido que hacerlo. Hiroki hoy está fuera, con mi madre, y Kiwi no paraba de quejarse...
-Bueno, tú, en vez de eso, diles que querías darle una sorpresa a Odd.
-Qué os parece -exclamó Jeremy, que hasta ese momento había estado hablando con Aelita a cierta distancia del grupo- si nos dejamos de chácharas y nos ponemos manos a la obra. ¡Tenemos todo un mundo virtual que explorar!
Mientras tanto, Richard no había dejado de mirar a su alrededor ni un sólo instante, preocupado como un niño que está robando caramelos y tienen miedo de que mamá y papá puedan y pillarlo. A Ulrich casi le causaba ternura: era 10 años mayor que ellos, bien alto y con el cabello pelirrojo totalmente despeinado, pero parecía siempre tan tímido...
-¿Va todo bien? -le preguntó.
Richard asintió, aunque después sacudió la cabeza.
-Yo creo que uno de nosotros debería quedarse aquí, en el jardín, para montar guardia, por si caso viene alguien.
-Pero ¡¿quién va a venir, hombre?! -le tomó el pelo Jeremy.
-Pues a mí me parece una buena idea -replicó Aelita, acercándose a Richard y apoyándole una mano sobre el hombro-. El hombre de los perros aún podrían andar por ahí, y yo me quedaría más tranquila sabiendo que aquí fuera hay alguien con los ojos bien abiertos.
El rostro de Richard Dupuis se abrió en una amplia sonrisa.

Lobo Solitario tenía razón: Hanníbal Mago había traído consigo un ejército al completo.
Walter y sus compañeros se quedaron mirando las largas filas de hombres y vehículos que bajaban del avión: soldados con uniformes de camuflaje y fusiles semiautomáticos, que llevaban la cara oculta por cascos y máscaras antigas, y cinco camiones, dos abiertos que transportaban la tropa y tres a rebosar de cajas y maquinaria.
-Esto es de locos -dijo Walter-. ¿Cómo va a desplazarse por la ciudad con todas esas armas y los vehículos pintados de camuflaje? ¡Pero si parece como si quisiese conquistar Francia!
-Ha conseguido que un avión militar aterrice en el aeropuerto civil -bufó Lobo Solitario-. ¿Te das cuenta de lo que tiene que haberle costado? Ese hombre tiene dinero de sobra para moverse como le dé la gana.
-Y ahí tenemos a Magó en persona -anunció Comadreja.
Walter volvió a coger los prismáticos. En aquel momento estaba bajando del avión un jee abierto de color blanco, conducido por una mujer de unos 40 años con el pelo de un llamativo color rojo. Junto a ella llegó un hombre de edad indefinible con el rostro oculto en parte por su sombrero morado de ala ancha. Iba vestido con chaqueta y corbata, ambos morados, y en las manos, apoyadas sobre salpicadero, brillaban docenas de anillos.
-Parece un ganster con un sastre daltónico -comentó Walter.
-¿Has oído, jefe? -dijo Hurón tras estallar en una carcajada-. ¡Un gansteg daltónico!
La camioneta de Grigory Nictapolus se acercó al jeep, y el hombre se bajó de ella siguió de cerca por dos rottweilers con el pelaje negro como la pez. Mago y el intercambiaron una leve inclinación de cabeza.
-Volvamos al coche -siseó Lobo Solitario-. Están a punto de ponerse en marcha.
La comitiva atravesó como una rígida serpiente la  valla del aeropuerto, y tras unos segundos la berlina de los hombres de negro salió tras ella.
Walter iba sentado delante, junto al lobo solitario, estrujando nerviosamente con las manos el cinturón de seguridad. Llevaba una pistola bajo la chaqueta. Y por delante de ellos iba un pequeño ejército. ¡Él no estaba hecho para esas cosas!
Los soldados de mago habían escondido los fusiles en un doble fondo de los camiones, y ahora miraban a su alrededor, bromeaban entre ellos y les silbaban y hacían gestos a las chicas guapas que veían pasar por la calle.
Walter no había visto en toda su vida unas muecas tan espantosas.
-¿Adónde están yendo? - preguntó.
- No tengo ni la menor idea -le contestó lobo solitario-. El único que lo sabía todo de este asunto eras tú... y perdiste la memoria hace 10 años.
-A lo mejor se dirigen a la ermita -murmuró Walter.
Aquel nombre despertó en él una extraña angustia. Recordaba aquel cheque, un tanto lúgubre. Había pasado mucho tiempo en él, pero ¿cuando? ¿y por qué?
 El jeep de mago, que encabezaba la extraña procesión de vehículos, se metió por una calle estrecha entre dos hileras de edificios para acabar por detenerse al final del todo, donde había una alta tapia de ladrillos.
A una orden de mago, del primer camión bajaron 10 hombres armados con picos que comenzaron a echar abajo la tapia.
-¡Yo conozco esta zona! -gritó Walter de repente-. La academia Kadic está muy cerca de aquí... y la ermita... y...
-¿Sabes que hay al otro lado de esa tapia?
 Walter asintió mientras la cabeza empezaba a darle vueltas. Era como si hubiese andado y desandado aquel recorrido 1 millón de veces a lo largo de su vida, pero todo estaba envuelto en una nube densa y blanca como la leche agria.
-Hay una carretera -balbuceo-. Lleva cerrada muchísimo tiempo. Y más allá de la carretera hay una verja. Y después, un puente. Y una fábrica en una isla justo en medio del río.
Lobo solitario se rasca la cabeza, pensativo.
-Una fábrica abandonada y escondida... y la academia Kadic aquí al lado. Es como un círculo que se va estrechando. Y seguro que en el centro de todo nos vamos a encontrar con Hopper.
-¡El colegio, la fábrica y el chalé forman una especie de triángulo! -prorrumpió Walter al tiempo que empezaba a revolverse en su asiento-. Y me huelo que en la ermita hay algo importante.
El jefe de los hombres de negro sonrío.
-Dido estaba segura de que nos ibas a resultar de ayuda. Ahora te cuento lo que vamos a hacer: mis hombres y yo nos bajamos aquí y nos quedamos vigilando a mago, mientras que tú vas a coger el coche y te vas a ir a la ermita, a asegurar todo el perímetro. Y eso significa que debes cortar los cables de la corriente eléctrica y los del teléfono, y comprobar que no haya nadie en 13. Si hay intrusos, los neutralizadas. Y luego me llamas. Si no contesto al móvil, ponte inmediatamente en contacto con Dido y dile que tenemos un problema. ¿Recibido?
Walter sintió una gota de sudor que le bajaba por la frente hasta quedarse colgando justo de la punta de su nariz.
-Recibido -susurró.

El semisótano de la ermita abarcaba toda la superficie del chalé y el garaje.
En la parte más alta de las paredes se abría una hilera de ventanucos bajos y anchos desde la que se filtraba muy poca luz a causa del polvo que cubría sus cristales. Al fondo del pasillo principal había una puerta cerrada que conducía al pasadizo subterráneo que permitía acceder al alcantarillado, y desde allí  hasta el Kadic y la fábrica del superordenador.
Jeremy guió la marcha por la  maraña de trasteros y pasajes más o menos húmedos hasta llegar a la cámara frigorífica, una amplia habitación de cemento cerrada por un espeso portón metálico. Gracias a una hilera de respiraderos abiertos en los muros, la cámara podía refrigerarse  para conservar carnes, verduras y otros alimentos perecederos. Pero eso no era lo más destacable de aquella habitación, y a los muchachos les había costado mucho tiempo descubrirlo.
-Venga -exclamó Jeremy-, vamos a abrir la compuerta.
Ulrich y Yumi se pusieron inmediatamente manos a la obra. Primero el se encaramó sobre una hilera de baldas para llegar hasta un gancho de colgar jamones y tiro de él. La muchacha se estiró para alcanzar otra balda y la levantó. Mientras tanto, Jeremy cerró, abrió y volvió a cerrar la puerta de la cámara.
El expectante silencio posterior se vio truncado por un ruido metálico y un chirrido. A continuación una parte de la pared se levantó, revelando una pequeña puerta.
Un pasadizo secreto.
Jeremy fue el primero en cruzar el umbral de la puerta, que era tan baja y estrecha que para atravesar hacía falta ir a gatas, y esperó a que los demás llegasen al otro lado.
El mobiliario de aquella habitación era espartano: tan sólo un sofá y un televisor de unos 10 años de antigüedad. Una de las paredes había sido derruida a aporte de pico, y dejaba ver otro espacio más, que estaba ocupado por un cilindro metálico vagamente parecido a una cabina de ducha. Gruesos haces de cables conectaban la columna-escáner a un terminal de control.
-¡Uau! -dijo Ulrich.
Jeremy sonrió. Había sido Aelita, sin ayuda de nadie, la que había entendido que tras aquella habitación se ocultaba otra más.
-Aelita -dijo Ulrich, estampando ruidosamente una mano en el hombro de la muchacha-, tal y como has echado abajo esa pared con el pico, ¡tendrías mucho futuro de albañil!
-En realidad -se sonrojó ella- fue bastante fácil: bastó un golpecito, y todo se vino abajo.
-Ya -admitió Jeremy-. El profesor Hopper quería que encontraremos el escáner.
Se acercó a la columna y rozó con los dedos la puerta lisa. En un panel parpadeaba la advertencia: ¡Atención, peligro! Se desaconseja el uso a mayores de 18 años.
¡Primer! -gritó Odd, disparando una mano hacia el techo.

Richard Dupuis se arrebujó en el abrigo y se sentó bajo un árbol. Se dio cuenta demasiado tarde de que el terreno estaba blando y fangoso y estaba perdido de barro el bajo de los pantalones. Bufó mientras se ponía cómodo. Total, mucho más no se podían ensuciar,  así que... de perdidos al río.
<<Tendrías que haber entrado con los demás>>, dijo para sí.
Y era cierto, pero no había tenido estómago.
Los chicos no entendían. Eran demasiado jóvenes y entusiastas para hacerlo, pero el... simplemente, todo aquello lo superaba.
Richard tenía 23 años, iba a la universidad y le faltaba poco para licenciarse en ingeniería civil. La suya era una vida tranquila y cuadriculado, hecha de ecuaciones que resolver y proyectos que completar. Y luego todo había cambiado: su PDA había empezado a llenarse de códigos desconocidos, y él había tenido que volver a   su antigua ciudad,  a su antiguo colegio. Había vuelto a encontrarse con una de sus mejores amigas de cuando estudiaba allí, hacía una década, y había descubierto que Aelita todavía aparentaba 13 años. Se había enterado de la existencia de un mundo virtual en el que se podía entrar de verdad, y de monstruos artificiales decididos a conquistar el mundo. Y luego estaban los hombres con rottweilers. Y los agentes secretos de gobierno. Y otro montón de cosas más.
De locos.
¿Y ahora querían que el bajase a los sótanos de un chalé en ruinas para ver cómo su ex mejor amiga se desmaterializaba dentro de un ordenador de ciencia-ficción? No, gracias. Sólo le faltaba eso para volverse completamente chalado.
Richard se sacó la PDA del bolsillo y empezó a revisar las diversas páginas de códigos por enésima vez. Jeremy decía que era un lenguaje de programación inventado por el profesor Hopper. Richard decidió que el chiquillo tenía razón: era un lenguaje máquina, y de lo más difícil de descifrar, pero...
El chirrido de los neumáticos hizo que se sobresaltase. Se puso en pie y se escondió instintivamente tras el tronco del árbol.
La berlina oscura había recorrido la calle a toda velocidad para después pegar un frenazo justo delante de la verja de la ermita, dejando dos franjas oscuras sobre el asfalto.
Un hombre de unos 50 años con el pelo cortísimo se bajó de ella. Iba vestido con una chaqueta y una corbata negros, llevaba gafas de sol y tenía un gesto de despreocupación en el rostro.
Richard vio que se acercaba a la verja, así que se le ocurrió que lo mejor sería adelantarse, y corrió hacia el garaje, manteniéndose al amparo de los árboles para que no lo viese.
Tenía que dar la alarma de inmediato.

Jeremy abrió la puerta de la columna-escáner y dejó a la vista un espacio estrecho y circular completamente vacío. Odd había desaparecido.
El muchacho volvió a sentarse ante la terminal.
-¡Transferencia perfecta! -anunció-. Odd está dentro del mundo virtual del Mirror.
La pantalla del ordenador mostraba la cara de Odd, que ahora era muy distinta: tenía unas franjas simétricas de color morado sobre las mejillas y la frente, y un par de orejas de felino que asomaban por entre el pelo. Había tomado el aspecto de chico-gato que siempre tenía en Lyoko.
-¿Me recibes? -le preguntó Jeremy, agarrando el micrófono del terminal.
-Alto y claro -graznó la voz de su amigo desde los altavoces-. Pero... Aelita me había dicho que me iba a encontrar en una explanada con tres árboles, y sin embargo aquí no hay nada por el estilo. Estoy en una calle de alguna ciudad...
Jeremy asintió con la cabeza.
-Los tres árboles eran un simple menú de acceso a los distintos niveles del Mirror, así que les he hecho un baipás y te he mandado directamente a vuestro destino. Tendrás que explorar un poco por ahí y entender cómo funciona este nivel del diario.
-Recibido -sonrió Odd-. ¡Manda aquí también a Aelita y Yumi, y nos metemos en harina!
Jeremy se alejó del teclado del ordenador y se pasó una mano por el pelo.
-Yumi, ahora te toca a ti. Métete en la columna. Eres la número dos.
La muchacha le estrechó la mano a Ulrich con dulzura para despedirse de él.
-Démonos prisa -sonrió después-, que no quiero dejar a Odd solo mucho tiempo. A saber en qué lío podría meterse si no.

Después de haber cerrado la puerta del coche con un golpe seco, Walter había tratado de aflojarse la corbata que le atenazaba el cuello, pero no lo había conseguido: los dedos le temblaban demasiado.
Allí estaba, delante de aquel chalé. Le parecía una visión sacada de una de sus pesadillas. Y por un instante estuvo contento de llevar una pistola.
Sin pensárselo dos veces tiró ligeramente de la verja hacia sí, haciendo fuerza para levantarla un poco.
La vieja cerradura protestó, y se abrió con un clic, sin necesidad de forzarla. Puede que su cerebro hubiese perdido la memoria, pero su cuerpo conocía aquel lugar. Y sabía como moverse.
El hombre se encaminó a grandes zancadas hacia uno de los lados de la casa. Enseguida le saltó a la vista el herrumbroso cajetín de hierro de la pare del garaje, y sonrió: ése era el cuadro eléctrico general.
Lo abrió a toda prisa, se sacó unos alicates del bolsillo interior de la chaqueta y empezó a cortar cables a diestro y siniestro.

Aelita abrió la puerta del escáner, dejando a la vista un espacio vacío.
-Yumi también ha sido transferida -exclamó Jeremy, con la mirada fija en la pantalla de su ordenador -. Venga, Aelita, eres la última del equipo.
La muchacha asintió, dudó por un instante y acabó por meterse dentro. La puerta corredera se cerró a sus espaldas, y la potente luz que provenía del techo del escáner llovió sobre ella.
-¡Prepárate! -dijo Jeremy. Su voz le llegaba desde los altavoces del interior de la columna, y sonaba algo distorsionada y metálica.
Aelita cerró los ojos.
Estaba a punto de entrar en el segundo nivel del diario de su padre. Y tal vez allí encontraría las respuestas que estaba buscando.
Cuando accedía a un mundo virtual, el escáner se llenaba de chorros de aire que le hacían levitar, levantando sus pies del suelo, su pelo salía disparado hacia arriba y todo su cuerpo hormigueaba dulcemente... Pero ahora no estaba pasando nada de eso.
Aelita volvió a abrir los ojos. Estaba oscuro, pero seguía encontrándose dentro de la columna.
-¿Qué está pasando? -gritó al tiempo que empezaba a aporrear las paredes del escáner. Allí dentro apestaba a quemado, y un humo denso se le estaba colando en los pulmones, haciendo que tosiera sin parar.
Jeremy comenzó a hurgarse afanosamente en los bolsillos, sacó su teléfono y apretó una de sus teclas. La pantalla se iluminó, llenando de una débil penumbra la habitación, que se había sumido de improvisto en una oscuridad total.
-¡Venga! -dijo-, ¡usad todos los móviles para darnos un poco de luz!
-¿Qué ha pasado? -preguntó Ulrich-
-¡Se ha cortado la electricidad! ¡Los procesadores del escáner se han fundido, y la columna está echando humo! -gritó Jeremy con un eco de angustia en la voz-. ¡Tenemos que sacar de ahí a Aelita inmediatamente!
Ulrich hizo un gesto a Eva, y ambos muchachos salieron a la carreras de la habitación, usando sus móviles como linternas. Unos pocos minutos después, volvía trayendo una gran pala del jardín.
Ulrich encajó la parte de hierro de la pala en la ranura del escaner y empezó a hacer fuerza con el mando de madera.
-¡Esto está lleno de humo! -les llegó desde dentro de la columna el grito de su amiga-. ¡Socorro!
La puerta de metal cedió de golpe, y Aelita cayó afuera con las manos apretadas contra la boca y la nariz. Jeremy se le acercó a todo correr y la abrazó.
-¿Qué ha pasado? -murmuró la muchacha, confusa.
-No lo sabemos. Se ha ido la luz, y el sistema se ha cortocircuitado.
Jeremy sentía cómo le palpitaban las sienes. Tenía miedo. Si la electricidad se hubiese cortado tan solo un instante más tarde, con la transferencia de Aelita al Mirror en pleno proceso... ella podría haber desaparecido en la nada, perdida en un flujo digital interrumpido.
Ulrich agarró a su amigo por los hombros. Sus pupilas se había dilatado completamente para adaptarse a la tenue luz de los móviles.
-¡Yumi y Odd! -gritó con desesperación-. ¿Qué les ha pasado? ¿Qué...?
-No te preocupes: ellos dos están bien.
El Mirror es una sandbox, dentro del superordenador de la fábrica. ¿Te acuerdas? -lo tranquilizó Jeremy-. De modo que se encuentran a salvo en el interior del mundo virtual -reflexionó un instante y se recolocó las gafas sobre la nariz antes de continuar-: El único problema es que ahora no podemos sacarlos de ahí. El escaner está fuera de servicio.
-¿Y si llegase a pasarles algo mientras están dentro? -preguntó Aelita-. ¿Y si se encuentran con algún monstruo?
Jeremy no respondió. Era mejor no pensar en esa posibilidad. De todas formas, por el momento no podían hacer nada.
Inmediatamente después los muchachos se sobresaltaron: ruidos, pasos a lo largo del pasillo de los sótanos, alguien que tropezaba y se caía, quejándose en voz baja.
Richard.
Jeremy y Ulrich salieron de la habitación secreta e iluminaron al muchacho. Traía una expresión aterrorizada.
-Ha venido alguien -les advirtió Richard-, un hombre vestido totalmente de negro. Ha cortado los cables de la luz y está haciendo cosas raras ahí fuera. Ahora viene hacia aquí.
Jeremy miró a Ulrich, y por los ojos de los dos chicos se cruzó el mismo pensamiento: los hombres de negro habían encontrado La Ermita.

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