jueves, 20 de octubre de 2011

Prólogo

                             CABALLOS EN EL DESIERTO
Las dunas del desierto brillaban como piedras preciosas bajo el implacable y constante martilleo del sol.
Sentado en una de las gradas de su hipódromo privado, Hannibal Mago se caló el elegante sombrero blanco y observó a sus invitados: un ruso de barriga redonda y voluminosa como un tonel que se había ido quitando la chaqueta y la camisa para quedarse tan solo con una camiseta blanca de tirantes, y un chino de expresión seria vestido con un traje oscuro y un abrigo ligero. Hannibal Mago sonrió, estiró una mano llena de anillos y cogió de una mesita plegable que tenía frente a él una botella de agua y tres vasos.
El ruso se apresuró a pedirle que le llenase uno de los vasos y acabó con el agua de un solo trago.
-No entiendo por qué habéis escogido Marruecos -prorrumpió-. Estamos casi a veinte grados, ¡y es enero!
-En mi humilde opinión -murmuró con frialdad el chino-, en esta estación Marruecos está bastante mejor que Rusia. Y, además, hemos venido aquí para hablar de negocios. No se trata de unas vacaciones.
Con un suspiro, el ruso volvió a dejarse caer contra el respaldo de su butaca.
En la pista del hipódromo, los jinetes conducían sus caballos hacia el interior de sus cajones de salida. Hannibal los observó con atención. Los tres eran purasangres árabes de altísimo nivel.
El animal de Mago era una potranca alazana de tres años llamada Faiza, que quiere decir <<la victoriosa>>. El caballo del ruso era un potro bayo de cuatro años, y el del chino, un lobuno oscuro, también de cuatro años. Iba a ser una buena carrera.
-¿Qué os parece si apostamos? -propuso el ruso-. Yo digo que va a ganar mi Liev.
-Apuesto un millón de dólares por Gang -replicó el chino al tiempo que señalaba hacia su caballo con un leve gesto de barbilla.
-Acepto el millón de dólares -concluyó Mago-. A favor de Faiza, obviamente.
Los tres criminales se estrecharon la mano y se giraron para mirar a sus animales, que bufaban y piafaban nerviosos, listos para salir disparados.
Hannibal Mago agarró un walkie.talkie que había sobre la mesita.
-Adelante.
Las jaulas de metal se abrieron con un chasquido seco, y los tres purasangres salieron a galope tendido mientras los sirvientes de Mago se apresuraban a apartar de la pista los cajones de salida para que no obstaculizasen la segunda de las cinco vueltas de las que constaría la carrera, de cuatro kilómetros en total.
Cuando pasaron por primera vez por la línea de meta, ya estaba claro que la lucha por la cabeza de carrera iba a ser sólo entre Fiaza y Liev: Gang no lograba seguirles el ritmo.
-Bueno, vamos a ver qué pasa ahora -comentó Hannibal.
Después llamó su atención una mujer que estaba subiendo por las gradas del hipódromo desierto.
Tendría entre cuarenta y cincuenta años, pero su piel clara era todavía tan tersa y perfecta como la de una muchacha. Una larga melena pelirroja le acariciaba los hombros, ondeando con el movimiento de sus pasos y la ligera brisa cálida procedente del desierto. Llevaba al cuello una sencilla cadena con un colgante de oro.
Hannibal sonrió.
-Buenos días, Memory.
-disculpe que lo moleste, señor -susurró la mujer-. Hay una llamada importante para usted.
-¿No puede esperar hasta el final de la carrera?
Me temo que no, señor. Es el agente Grigory. Muy urgente.
Hannibal Mago se levantó de la butaca y se despidió de sus invitados.
-Lo lamento, caballeros, pero mis obligaciones me van a impedir presenciar el final de la carrera.
En aquel momento  los caballos estaban pasando por delante de ellos para empezar la cuarta vuelta. Liev iba en cabeza con una sólida ventaja, y Faiza lo seguía tan de cerca como podía, aunque parecía el límite de sus fuerzas, mientras que Gang renqueaba muchos más atrás.
-De todas formas, ya sabemos quién va a ser el ganador -le respondió el ruso con una sonrisa de complacencia.
Hannibal también sonrió, aunque se trataba de una sonrisa bien distinta.
Con un gesto fulminante desenfundó una enorme pistola oculta bajo su chaqueta y disparó dos tiros, uno detrás de otro. Liev relinchó y perdió velocidad, balanceándose sobre sus patas mientras el jinete lo espoleaba en vano, sin entender qué era lo que estaba pasando. De una de las ancas del caballo sobresalía un penacho rojo. Detrás de él, Gang también se estaba deteniendo, y miraba confuso hacia las gradas.
Mientras tanto, Faiza había proseguido su velocisima carrera. Cuando empezó la quinta vuelta, sus dos oponentes ya avanzaban al paso, vacilando inseguros sobre sus patas. Después, Liev y Gang se dejaron caer sobre la psita, derribando a sus jinetes, que rodaron por la arena.
-¡Los has matado! -gritó el ruso a tiempo que se ponía en pie de un salto.
-Sólo los he dormido -rectificó Mago-. Una dosis tal vez un poco excesiva... pero cuando se despierten estarán más en forma que antes.
Después tomó a Memory del brazo.
-Me parece que he ganado nuestra pequeña apuesta, caballeros. Ahora me deben dos millones de dólares -sentenció-. Nunca está de más echarle una mueca burlona mientras se alejaba con la mujer.

 Hannibal siguió a Memory dentro de la enorme mansión que se levantaba justo detrás del hipódromo y se detuvo ante una habitación cerrada por una gran puerta de madera. El pomo, de oro de tíbar, tenía grabada la figura de un ave con dos esmeraldas engastadas en lugar de los ojos: un fénix verde, el símbolo de Green Phoenix.
Memory se hizo a un lado para dejar que Mago pasease, y entró él solo. Llegó hasta el escritorio que había en el centro de la habitación, sobre el que destacaba un gran monitor extraplano. La afilada cara de su agente, Grigory Nictapolus, llenaba la pantalla. Hannibal Mago rozó un botón que había bajo la tabla del escritorio para activar el programa que enmascararía su voz.
-Espero por tu bien que sea urgente de verdad.
Entrecruzó las manos ante su rostro, haciendo tintinear la gran cantidad de anillos que llevaba.
-Sí, señor, lo es -respondió Grigory-. Los mocosos han llevado a una amiga suya al lugar en el que está escondido el superordenador.
Hannibal se estiró hacia la pantalla. Grigory tenía ahora toda su atención.
-¿Y bien?
-Por desgracia, no había puesto bajo vigilancia el parque de la academia Kadic, así que tuve que hacer algunas averiguaciones, pero al final he acabado por descubrir lo que necesitábamos: el superordenador de Lyoko se encuentra en los subterráneos de una fábrica abandonada, en un islote en pleno centro del río. La fábrica está conectada con el Kadic por un pasadizo secreto que atraviesa las cloacas.
Grigory sonrió.
-Sobre la alcantarilla de hierro por la que se accede al pasadizo -continuó- y en los muros de la fábrica está el símbolo del fénix.
Hannibal descargó el puño sobre el escritorio y sus anillos centellearon por un instante.
-¡No tenía la menor duda! -tronó-. ¡El traidor de Walter la construyó con nuestro dinero! Pero dime, ese superordenador, ¿está encendido?
-No, señor. ¿Quiere que lo encienda yo?
Hannibal se levantó de su asiento y negó con la cabeza.
-Ni lo pienses siquiera. Mejor prepárame un recibimiento digno, Grigory.. Enseguida salgo para allá.
Hannibal apagó el ordenador con un gesto impaciente de la mano. Tenía que desembarazarse de sus invitados, y rápido. Ahora había cosas más urgentes que hacer.

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