jueves, 27 de octubre de 2011

2º capítulo

                                                                           2
                               AGENTE SECRETO W.
La limusina corría a toa velocidad por las calles de Washington. Las farolas se reflejaban en la carrocería, dibujando fugaces sombras brillantes y amarillentas.
Dentro del automóvil, Dido observaba a través de las ventanillas las tranquilas riberas del río Potomac, separadas de la calzada por una larga franja de árboles. Ver aquella enorme cantidad de agua que pasaba por en medio de la ciudad, abriéndose camino entre las casas, las calles y los parques, conseguía transmitirle siempre una sensación de serenidad.
La mujer pulsó el botón que bajaba la ventanilla que la separaba del chófer.
-Mark -le dijo en cuanto se abrió una ranura lo bastante ancha como para dejar pasar su voz con claridad-, ve más despacio, por favor.
-Vamos a llegar tarde, señora.
Dido echó un vistazo a su reloj: pasaban ya treinta minutos de la medianoche. Mark tenía razón en que llegaban con retraso a la reunión. Pero no importaba.
Volvió a levantar el cristal que aislaba el habitáculo y se dejó caer sobre la tapicería. En Francia eran las seis y media de la mañana. Era el momento de hacer esa famosa llamada.
Descolgó el teléfono vía satélite incrustado en el reposabrazos de su asiento, apretó un botón que activaba el dispositivo antiescuchas y marcó el número.
El teléfono sonó una y otra vez, durante un buen rato.
-¿Diga...? -respondió finalmente una voz pastosa a causa del sueño.
-Soy Dido.
Silencio.
-¿Sí...? -respondió luego lentamente la voz, que ahora sonaba mucho más despierta- ¿... señora?
-Tengo instrucciones para ti. Dentro de poco irá a recogerte a tu casa un coche. Estate preparado.
-¿Qué? Pero yo... ¡ahora no puedo!
-Una fuente de confianza -prosiguió Dido, ignorando la protesta- nos ha rebelado que Hannibal Mago está yendo para allá. Seguramente eso tiene algo que ver con Hopper. Quiero que estés en el aeropuerto cuando llegue Mago, y que a partir de ese momento no lo pierdas de vista.
Al otro lado del teléfono empezó a oírse trasiego, ruido de sábanas y pies desnudos corriendo por el suelo.
-No puedo hacerlo, señora -llegó un susurro al oído de Dido-. Ya no estoy cualificado.  ¡No me acuerdo de nada!
-Te acuerdas de todo lo que hace falta. Sabes que hiciste cosas muy malas, y no quieres que tu mujer ni tu hijo lleguen a saberlo. Por eso, Walter, vas a hacer lo que yo te diga. Hace diez años fuiste uno de los protagonistas de esta historia, y ahora serás tú quien le ponga el cartelito de <<fin>>. Los hombres que están yendo a recogerte son agentes míos. Ellos te dirán cómo ponerte en contacto conmigo.
Dido colgó el teléfono sin despedirse, esperó un segundo y marcó un nuevo número. En esta ocasión respondieron al instante.
-Agente Lobo Solitario a sus órdenes.
-Ve a recoger a Walter. Tengo una misión para vosotros.

Ulrich entró en clase y se sentó solo en uno de los pupitres de la última fila. Se quedó mirando a Jeremy y Aelita, que se estaban sentando juntos, y luego a Odd al lado de Eva. No era justo. Odd y él siempre habían sido uña y carne: el mismo pupitre, el mismo cuarto en la residencia. Era verdad que a veces Odd resultaba insoportable, por no mencionar a Kiwi, esa especie de bicho cascarrabias al que él llamaba perro, y que vivía en su habitación. Pero, con el paso del tiempo, Ulrich se había acostumbrado a él. Se habían convertido en amigos. ¡Y ahora se veía sustituido por una chica!
-Buenos días a todos -dijo la profesora Hertz mientras entraba por la puerta, vestida con su habitual bata de laboratorio. Era una mujer delgada y de baja estatura con una algodonosa nube de pelo gris sobre la cabeza y unas gafas redondas. Llevaba en la mano un largo cilindro de cristal lleno hasta arriba de extraños discos negros y blancos alternados.
-¡Una pila de volta! -exclamó de inmediato Jeremy desde su puesto de primera fila.
La profesora sonrió.
-En efecto. Hoy vamos a estudiar la pila de Volta, el primer generador estático de energía eléctrica...
Ulrich dejó inmediatamente de prestar atención. Era mucho más interesante pensar en lo que Jeremy había dicho la noche anterior... Por la tarde iban a ir a La Ermita, el chalé en el que Aelita había vivido con su padre muchos años antes, y por fin iban a usar el escáner para hacer una exploración. Aunque a él no le iba a tocar entrar en el Mirror.
Después de mucho discutir habían decidido cuál iba ser el equipo: Aelita, por supuesto, junto con Yumi y Odd. Ulrich había intentado protestar, pero Odd había sido inflexible, y él había terminado por ceder. Una pena, porque a Ulrich le encantaba entrar en los mundos virtuales creados por Hopper. En ellos dejaba de ser un simple muchacho de Kadic y se transformaba en un samurai con la catana en la cintura, listo para enfrentarse a cualquier peligro. Con Yumi, además, formaba un dúo invencible.
El móvil empezó a vibrarle en el bolsillo de los pantalones. Ulrich lo sacó y leyó <<Mamá>> en la pantalla.
Le fastidió un poco. Ulrich no congeniaba demasiado con sus padres. ¿Qué quería su madre a esas horas? Luego tuvo una sensación de vértigo: la semana anterior, un misterioso hombre con dos perros había intentado hacerle daño al padre de Odd y a los de Yumi. Tal vez...
-¿Puedo salir un momento, profesora? -dijo mientras se levantaba de golpe de su pupitre-. ¡Tengo que ir al baño!
Sus palabras fueron recibidas con una carcajada general.
-Date prisa -fue la única respuesta de Hertz.
Ulrich salió corriendo de la clase y, en cuanto cerró la puerta tras de sí, respondió el teléfono.
-Mamá, ¿ha pasado algo?
-¿Eh? hola, Ulrich. Perdona que te moleste... No, no ha pasado nada...
Ulrich bufó. Estaba empezando a ponerse nervioso.
-¿Y entonces? ¿Por qué me llamas? -protestó-. Ya sabes que estoy en clase. ¡Me habías dejado preocupado!
su madre siguió balbuceando, como si tuviese que decirle algo pero no supiese bien por dónde empezar.
- Verás... -se decidió finalmente-. Tu padre debería llegar a la ciudad más o menos a la hora de comer. Un asunto urgente del trabajo o algo así, no me enterado del todo. Pero ya que va a estar por ahí, al mejor podrías llamarlo. Os podéis ver y charlar un ratito...
Los padres de Ulrich vivían muy lejos de la ciudad del Kadic, y normalmente nunca iban a visitarlo. El muchacho suspiró. Aquella tarde quería ir a La Ermita con los demás,y no tenía tiempo para quedar con su padre. Y, además, seguro que acabó peleándose, como siempre.
-No sé si voy a poder -mintió, dando gracias porque su madre no pudiese ver su cara a través del teléfono-. Tengo mucho que estudiar.
-Ulrich -la voz de la mujer bajó de volumen, volviéndose más dulce-, sé que las cosas no han ido demasiado bien últimamente, pero deberías darle una oportunidad a tu padre. Prométeme que vas a llamarlo.
Ulrich despachó a su madre tan rápido como pudo. Después reflexionó un segundo y marcó el número de su padre. Una voz electrónica le comunicó que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura en ese momento.

El cielo de la primera hora de la tarde aún estaba gris, pero hacía un poco más de calor, y al final no había llovido.
Ulrich volvía meterse el móvil en el bolsillo (como siempre, no había manera de localizar a su padre) y observó a Odd con una mirada crítica.
-Pareces contento de verdad: te quedas sonriendo y mirando al vacío como un bobo. ¿Y cómo es que Jim ha aceptado levantar el castigo?
Ulrich esbozó una sonrisa sarcástica. Unos días antes el profesor de gimnasia, Jim morales, había estado a punto de descubrir todo el asunto de Kiwi, y había decidido prohibirle a Odd salir de la residencia.
-¿A quién estabas llamando? -le preguntó su amigo, señalando el móvil que Ulrich acababa de guardar.
-A mi padre. Pero no contesta -en muchacho se encogido de hombros-. En fin, los padres no nos dan más que preocupaciones. Tú sabes muy bien de lo que te estoy hablando, ¿no? ¿Qué tal esta tu viejo? ¿Ya se ha recuperado?
Odd titubeo, como si estuviese recopilando la información de algún remoto rincón de su cerebro.
-Está mejor -dijo después con voz monótona-, y ya vuelve a comer. Pero su memoria todavía no anda demasiado bien.
-A los padres de Yumi y les pasa lo mismo -dijo Ulrich asintiendo con la cabeza-. Están desorientados, y repiten continuamente en las mismas frases.
-Ya -confirmó Odd-. Papá sigue hablando de un tal Walter. Dice que lo ha despedido, y farfulla una historia absurda.
-¿Walter? -se sorprendió Ulrich-. Mi padre también se llama así.
En ese momento Odd señaló hacia el otro lado de la calle. Richard dupuis se dirigía hacia la ermita con las manos en los bolsillos y arrastrando los pies.
-¡Ey, Richard! -lo llamo Ulrich-. Vayamos juntos hasta allí.

-Debeguias buscagte un nombgue en clave -le dijo el tipo que estaba sentado junto a él.
-Pues sí -confirmó el que ocupaba el asiento de adelante-. Igual que nosotros. Yo soy Comadreja, él es Hurón y nuestro jefe es Lobo Solitario.
-Yo soy Walter -contestó el, encogiéndose de hombros-. Y punto.
Tal y como Dido le había anunciado, aquellos hombres habían venido a recogerlo en coche. Hasta le habían traído ropa nueva: un traje negro, una corbata negra y una gabardina negra que le llegaba casi hasta los pies. Y unas gafas de sol. Negras, por supuesto:vestidos de esa manera se los podía reconocer a 1 km de distancia. Pero él no había dicho nada, y se había cambiado de ropa. Aunque no iba a aceptar que lindos hacen ninguna de sus estúpidos motes, como Lince o Perro de la Pradera.
El arma le pesaba, y la pistolera hacía que se muriese de ganas de rascarse la axila.
<<¿Cómo habré conseguido meterme en este embrollo?>>, pensó.
La verdadera que no lo sabía. Su memoria era un agujero negro: recordaba todo lo que había pasado desde 1994 en adelante... pero nada en absoluto de lo que había hecho antes. Lo único que sabía era que habían sido cosas deplorables, y que aquellos hombres vestidos de negro y el profesor Franz Hopper tenían algo que ver.
 Lobo Solitario, el jefe de aquel pequeño grupo, había conducido a la berlina oscura hasta la Ciudad de la Torre de Hierroy se había encaminado de inmediato hacia el aeropuerto. Una vez allí, había intercambiado algunas palabras con unos cuantos policías, enseñándoles carnes y autorizaciones, y en seguida les habían abierto la valla para que pudiesen meter el coche en la zona reservada a los aviones.
Habían aparcado detrás de un hangar y se habían apostado allí con los prismáticos listos y las pistolas cargadas. A eso de la una, Comadreja y Huron habían ido comprar unos bocadillos. A Walter el suyo todavía le estaba dando vueltas en estómago, pesado como un ladrillo.
-¿Cuánto tiempo más vamos a tener que estar aquí? -pregunto.
-Silencio -le dijo Lobo Solitario, volviéndose hacia él con el ceño fruncido tras las gafas oscuras.
Siguieron esperando.
La radio de la berlina era en realidad un escáner de frecuencias, un dispositivo para escuchar las transmisiones por radio de la policía y la torre de control del aeropuerto. A través de las puertas abiertas del coche se oía de fondo el continuo ajetreo de frases cortas, zumbidos y chasquidos de los operadores hablando con los pilotos que estaba listos para el aterrizaje.
Después, un mensaje en concreto captó la atención de Walter.
-Aquí torre a Fénix- 1. Están autorizados a aterrizar. Pista 2-F.
-Aquí Fénix-1. Recibido, torre. Nos disponemos a aterrizar.
Aquel nombre,<<Fénix>>, hizo que Walter se estremecíese.
-Vamos -le dijo Lobo Solitario mientras lo miraba fijamente.
Se montaron los cuatro en un coche portaequipajes que alguien del personal de pista se había dejado olvidado delante de la puerta del hangar, y Lobo Solitario se puso al volante. Las pistas del sector F estaban destinadas a los bonos privados, los jets de los ricachones y cosas por el estilo. Una larga hilera de naves les ofrecía cierta cobertura antes de llegar a la amplia explanada de asfalto y hierba reseca, interrumpida por líneas de pintura amarilla y focos luminosos que les indicaban el camino a los aviones.
Los hombres de negro se escondieron dentro del último hangar de la fila. Walter cogió los prismáticos y se asomó a echar un vistazo.le llamó la atención una camioneta roja de aspecto desvencijado que estaba entrando en la pista. A bordo iba un hombre de rostro delgado que llevaba en el asiento trasero a dos perros grandes como caballos.
-Gregory Nictapolus -mascullo Comadreja.
-Dido tenía razón. La cosa se está poniendo seguia -comentó Hurón.
Walter apuntó los prismáticos hacia arriba, en dirección al cielo. Se había esperado que el Fénix-1 fuese un elegante jet privado un helicóptero de lujo, pero se había equivocado de parte a parte. Lo que se disponía a aterrizar en aquella pista era un enorme avión militar de transporte de tropas con pintura de camuflaje.
-Mirad -murmuró.
-Un C-17 Globemaster -dijo Lobo Solitario, levantando la cabeza-. Ese bicharraco puede llevar hasta ciento y pico pasajeros y setenta y siete toneladas de carga. Magos se ha venido con todo su ejército.

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