viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 5

                                                     5
                                   REUNIÓN FAMILIAR

Waltern Stern había visto cómo el chaval huía dentro del garaje.
Al principio, mientras cortaba los cables de la luz de La Ermita, había pensado que no eran más que imaginaciones suyas, pero después se había percatado de las huellas de zapatillas deportivas que recorrían el barro desordenadamente. Y de otras pisadas de pies más pequeños. Chiquillos.
Suspiró. Por lo menos no se trataba de hombres de Hannibal Mago. Por un instante Walter pensó en dejar su arma en la pistolera. Llevar una pistola lo ponía nervioso. Luego se lo pensó mejor y la empuñó, aunque sin quitarle el seguro.
Si había niños allí, se habrían llevado un buen susto, y seguramente pondrían pies en polvorosa. Así que el tendría suficiente tiempo como para asegurar La Ermita.
Walter llegó al garaje y comprobó la manija de la puerta basculante. Estaba abierta.
Se preparó para el asalto.

Ulrich le hizo una señal a Eva y observó como la muchacha se escondía detrás de la hoja de la puerta que comunicaba el garaje con la casa. Él, por su parte, se quedó agazapado tras el pequeño sofá que ocupaba la pared del fondo. A sus pies tenía alineados varios globos de goma que Jeremy había llenado con asquerosidades químicas que habían encontrado en los sótanos de La Ermita.
Ulrich suspiró. Eva y él iban a ser la primera línea de defensa contra los hombres de negro, mientras que Jeremy, Richard y e maltrecho Kiwi vigilarían la entrada principal, listos para dar la señal de alarma en caso de necesidad.
El muchacho cogió el walkie-talkie que formaba parte del equipo especial de Jeremy y lo encendió.
-La puerta del garaje acaba de moverse -murmuró-. Está a punto de entrar. Cambio y corto.
Después agarró el primer proyectil y contuvo la respiración.
Debía tener mucho cuidado. Aquellos hombres podían ir armados. El plan era bien sencillo: atacar al intruso con los globos y aprovechar el factor sorpresa para saltarle encima e inmovilizarlo con unas cuerdas.
Era peligroso, pero Ulrich era un experto en artes marciales y, sobre todo, no tenían más remedio. Con Yumi y Odd atrapados en el Mirror no podían dejar La Ermita en manos enemigas. Era una cuestión de vida o muerte.
La puerta del garaje se estaba levantando muy lentamente. Ulrich ya podía ver los pies del enemigo. Llevaba unos zapatos de caballero negros y brillantes, de una cierta elegancia. Después vislumbró los pantalones, también de color negro.
Le indicó a Eva que estuviese preparada. Teníam que esperar a ver el rostro del hombre, para poder alcanzarle directamente en la cara.
Volvió a concentrarse en la puerta, que seguía levantándose, dejando entrar en el garaje la luz lechosa de aquella tarde de invierno.
Ulrich hizo rodar el arma arrojadiza en el hueco de su mano. Era un pequeño globo de goma de color verde claro, y su volumen cedía y se adaptaba blandamente al chocar con los dedos del muchacho. Ahí estaban los hombros del enemigo, su barbilla. Un segundo más... ¡Fuego!
Se puso en pie como accionado por un resorte, y echó hacia atrás el brazo como si fuese una catapulta, listo para lanzar su proyectil. Con el rabillo del ojo vio cómo Eva salía, perfectamente sincronizada con él, de su escondite. El hombre de negro estaba erguido ante ellos. Contra la luz que provenía del exterior, no era más que una silueta oscura en la que se recortaban los perfiles de las hombreras de la americana, las gafas de sol...
-Papá... -susurró.
El proyectil de Eva, por el contrario, voló rápidamente por los aires y alcanzó a su objetivo en plena cara.
-¡Quemaaaah! -gritó Walter Stern mientras retrocedía trastabillando.
-¡PAPÁ! -chilló Ulrich, corriendo hacia él.
No daba crédito a sus ojos ¿Qué estaba haciendo allí su padre, vestido de aquella manera y con una pistola en la mano?

Ulrich observó a su padre, que se estaba secando la ropa y la cara con un pañuelo. El el salón de La Ermita solo quedaban ellos dos. Una vez digerido el estupor inicial, Jeremy y Aelita habían ido a empalmar los cables de la luz que Walter había cortado, mientras que Richard y Eva habían decidido dejarles un poco de privacidad a padre e hijo.
Los amigos de Ulrich se habían quedado todos de lo más sorprendidos, aunque mucho menos que él mismo. Su padre siempre había sido un hombre frío y distante, grave y severo. Pero la mera idea de que estuviese implicado en aquel absurdo asunto... ¡y que encima fuese nada menos que un hombre de negro!
Ulrich reconoció a los tres siniestros canallas que los habían perseguido a Yumi y a él por las calles de Bruselas: Lobo Solitario y sus dos esbirros, Comadreja y Hurón. ¿Los conocía su padre?
-Demonios -dijo Walter Stern mientras volvía a doblar el pañuelo y lo dejaba sobre la mesa-. Menos mal que llevaba gafas de sol, que si no, ese potingue me podía haber dejado ciego.
-Es una mezcla que ha preparado Jeremy -dijo Ulrich, encogiéndose de hombros-. Nos aseguró que el efecto sería pasajero. Ya te has lavado la cara, así que no deberías tener más problemas.
Por primera vez, padre e hijo se miraron a los ojos. El chico se dio cuenta de que su padre era un hombre cansado. Su rostro mostraba los implacables zarpazos de las arrugas, y entre sus cabellos de abría paso un ejército de canas.
-¿Se puede saber qué andas haciendo por aquí? -dijo el muchacho tras volver a suspirar.
-Podría hacerte la misma pregunta.
Ulrich apretó los dientes. Su padre y él siempre había mantenido una relación accidentada, y puede que hubiese llegado la hora de cambiar la situación y hacerle comprender que ya no era un niño pequeño.
-Mira que ya he entendido un montón de cosas -exclamó-. Lo de Lobo Solitario, por ejemplo.
Wlater no respondió, pero Ulrich notó que por un instante sus ojos habían estado a punto de salírsele de las órbitas.
-Tengo que hacer una llamada importante -murmuró su padre mientras rebuscaba en los bolsillos de su chaqueta.
Ulrich se inclinó sobre la mesa que los separaba e hizo un esfuerzo por sonreír.
-Primero tú y yo deberíamos aclararnos un par de cositas, ¿no te parece? Tú me contarás tu historia y yo haré lo mismo. Y a lo mejor nos viene bien a los dos.
Hasta el mismo se quedó sorprendido de sus palabras. Aquellas frase contenía cierta sabiduría, y era más bien el tipo de enunciado que podría haber hecho Jeremy. O Yumi. Al final iba a ser verdad que se estaba volviendo mayor.
Tras unos instantes de silencio, Walter Stern empezó a contar su parte de la historia.
-Antes de nada tengo que decirte que lo he olvidado todo. Y en especial las cosas importantes. Usaron una máquina... bueno, eso ya te lo contaré más tarde. Era solo para advertirte que no podré explicarte lo que se dice todo. Tengo bastantes lagunas, y no puedo hacer nada al respecto.
Ulrich asintió sin decir nada. ¿Una máquina que borraba los recuerdos? Había demasiados puntos de contacto con lo que le había pasado al padre de Odd y a los padres de Yumi.
-En los años noventa -continuó su padre- trabajaba para una gente muy peligrosa, una organización criminal. Por aquella época yo vivía aquí, en la Ciudad de la Torre del Hierro, mientras que tu madre vivía contigo en otra ciudad. Tú aún eras muy pequeño. Y no sospechabas nada. No sabía que yo... no era un buen padre. Conocí a un profesor que me dijo que se llamaba Hopper. Me dieron dinero, mucho dinero, y a cambio yo iba a esperar a que Hopper completase sus experimentos para pasarles después los resultados a los criminales.
Ulrich siguió en silencio, pero se estrujó la frente con las manos. No sabía que decir. ¿Quién era su padre, en realidad?
-Aunque no resultó tan sencillo -prosiguió Walter-. A cierta altura, una agencia gubernamental que estaba siguiéndole la pista al profesor se puso en contacto conmigo. Hopper... verás, con el paso del tiempo nos habíamos hecho amigos. Y a pesar de eso yo acepté venderlo, revelar dónde se ocultaba. Y lo traicioné.
Walter Stern estaba llorando.
Ulrich apartó los ojos de él, enfada y sin saber qué decir. Su padre era un traidor. ¿Qué podía ser peor que eso?Teía ganas de irse de allí y no volver a verlo jamás.
-Me dijeron que acabaría en la cárcel, que pasaría allí el resto de mi vida, que no os volvería a ver ni a mamá ni a ti. Era eso o ayudarlos, cambiar de vida y confiar en que ellos me protegiesen de los criminales con los que trabajaba. De modo que acepté. Pero después alguien me borró la memoria. No sé cómo acabaron ni Hopper ni ninguno de los que trabajaban con él. No recuerdo nada más que mi culpa. De la noche al día me encontré sin nada de lo que tenía, ni aun mis propios recuerdos. Ni tan siquiera sabía que había vivido por aquí. Ese recuerdo no había vuelto a salir a las superficie hasta esta mañana, cuando me han ordenado que volviese a la acción.
-Y entonces... ¿por qué decidiste apuntarme precisamente a Kadic?
-No lo sé. A lo mejor se me había quedado algo de todo eso dentro, en algún nivel de mi subconsciente... No lo se, de verdad.
Walter se estaba sujetando la cabeza con las manos, y Ulrich lo miraba sin saber qué decir. Se le estaba pasando la rabia. ¿Quién podía haberle hecho eso? Borrarle fragmento enteros de su vida, dejándole solo la culpa y el remordimiento. Durante más de diez años su padre había cargado con el peso de aquel gran secreto encerrado en su pecho.
-De modo que conoces a Aelita -dijo.
-¿Quién?
-La hija de Hopper.
-No... -le respondió su padre mientras le lanzaba una mirada plagada de dudas-, no sabía que tuviera una hija. O, mejor dicho, a lo mejor lo sabía, pero... todo es tan confuso...
-Vente conmigo -lo exhortó Ulrich.

El muchacho dejó a su padre con sus amigos y salió de la casa. Necesitaba quedarse a solas para reflexionar. En aquel momento le habría gustado tener a Yumi a su lado: ella habría sabido decirle las palabras adecuadas. Pero la muchacha no estaba allí, sino atrapada en un mundo virtual del que no podía salir... por culpa de su padre.
Una vez en el jardín, Ulrich empezó a realizar un Kata, un ejercicio de artes marciales que preestablecía una serie de movimientos que había que concatenar en un orden muy concreto. Eligió su favorito, que se llamaba Heian Sandan, el tercer Kata de la mente en paz. Por lo general aquel ejercicio lo relajaba y le permitía ver las cosas con mayor claridad.
Su padre trabajaba para los hombres de negro. Su padre era Walter Stern, el traidor.
Sin previo aviso, volvió a venirle a la cabeza lo que Yumi le había dicho tan solo unas horas antes. El hombre de los perros había atacado al padre de Odd, que más tarde, en el hospital, no había dejado de farfullar cosas acerca de un tal Walter que lo había traicionado, que lo había despedido.
¿Había algún otro secreto por detrás de ése? ¿Algo que relacionaría a su padre con los de Odd, y tal vez incluso con los de Yumi?
Ulrich separó los pies y cargó su peso sobre las rodillas, tomando la postura de Kiba-dachi, el jinete de hierro. Y luego se quedó helado, sin lograr descargar el siguiente golpe.
Tenía que volver adentro y hablar con Jeremy.

Jeremy se limpió los cristales de las gafas con el jersey, y luego volvió a ponérselas, ajustándoselas sobre el puente de la nariz.
Aelita, Richard, Eva, el padre de Ulrich y él se habían encerrado en la cocina de La Ermita, con Kiwi echado en el suelo, totalmente concentrado en un cuenco de leche. Ulrich, por su parte, había salido al jardín. Después de haber escuchado la historia de Waltern Stern, Jeremy entendía perfectamente el porqué.
Desde el comienzo, Lyoko había sido su aventura personal. Suya y la de Aelita. Después, poco a poco, se había ampliado al grupo formado por el resto de sus amigos. Pero ahora todo era bien distinto: el padre de Ulrich había conocido a Hopper, y lo había traicionado.
Era como si de golpe aquel asunto hubiese empezado a quedarles grande. ¿Cómo podían enfrentarse a agentes secretos y organizaciones criminales totalmente por su cuenta?
Observó a Aelita. La muchacha estaba inmóvil como una estatua, con los ojos rebosando de lágrimas. Para ella todo eso debía de haber sido un choque tremendo. Y el padre de Ulrich también estaba inmóvil, abrumado por la idea de que la hija de Hopper solo aparentase trece años.
Ambos tenían un montón de cosas que decirse, pero habría de ser en otro momento. Lo que ahora hacía falta era reflexionar y racionalizar.
Y en ese tipo de cosas Jeremy era invencible.
-¿Cómo se llamaba la organización criminal para la que trabajabas? ¿Te acuerdas? -le preguntó a Walter.
-Lo he descubierto hoy al llegar a la ciudad -asintió el hombre-. Su jefe se llama Hannibal Mago, y el grupo terrorista, Green Phoenix.
Green Phoenix. Ese nombre misterioso que estaba escrito en las alcantarillas y las puertas de acceso a la fábrica. Todo estaba empezando a cobrar sentido.
-Y ellos no saben dónde se encuentran el superordenador, ¿verdad? Tú eras el único que lo sabía, y lo olvidaste.
-No -contestó Walter, sacudiéndose la cabeza-. Yo... Yo no revelé a nadie dónde estaba la fábrica: ni a los terroristas ni a los hombres de negro. Es una de las pocas cosas que recuerdo con claridad. Querían saberlo, por supuesto, pero mi memoria fue borrada antes de que pudiese hablar.
Jeremy estaba a punto de relajarse sobre su sillas, satisfecho con la respuesta, pero Walter siguió hablando.
-Pero, ahora tantos los agentes como los hombres del Fénix conocen la posición del ordenador. Green Phoenix ha llegado a la fábrica esta mañana. He visto a Hannibal Mago, y a un individuo con dos perros que llevaba una camioneta roja. Y a un montón de soldados.
-No puede ser -exclamó Jeremy-. Si hubiesen sabido dónde se encontraba el ordenador, ¿por qué iban a esperar todo este tiempo para actuar?
-No tenía ni la menor idea -le respondió Eva- hasta que se lo dijimos nosotros. ¿Te acuerdas de la tecnología del hombre de los perros, la que conseguía desaparecer de los vídeos de nuestras cámaras de circuito cerrado? Me apuesto lo que quieras a que nos tenía a todos bajo vigilancia, y debe de habernos seguido sin que nos diésemos cuenta mientras íbamos allí.
Jeremy soltó un puñetazo contra la mesa de la cocina. ¿Qué podían hacer?
En ese preciso momento Ulrich entró en la habitación y se volvió hacia él.
-Se me acaba de ocurrir una idea -exclamó.

Hannibal Mago sonrió.
Los tres hombres de negros estaban tirados en el suelo, atados de pies y manos con las bocas selladas por unas tiras de cinta americana.
-¿Dónde te los has encontrado? -preguntó Mago.
Grigory Nictapolus señaló con el dedo más allá del portón de la fábrica, en dirección al puente que conectaba el pequeño islote con la tierra firme.
-Los han descubierto mis cachorrillos -dijo mientras se le dibujaba media sonrisa en el rostro-. Estaban espiándonos.
Mago asintió y se dio media vuelta. Se hallaban justo al otro lado de la entrada, sobre una pasarela colgante de metal. La fábrica era una gigantesca nave de ladrillo rojo que tenía una pared repleta de ventanas con los cristales mugrientos. En el piso que había varios metros por debajo de ellos se cumulaban tuberías, manojos de cables enrollados y una gran variedad de maquinaria cubierta por una gruesa capa de polvo. Y luego estaba el ascensor que llevaba a los niveles subterráneos del superordenador.
-Dido ha hecho su jugada, tal y como habíamos previsto -sentenció Mago-. Pero nos ha subestimado. Si pensaba que estos tres imbéciles podía colarse ante nuestras narices... estaba pero que muy equivocada.
-¿Quiere que los haga desparecer? -murmuró Grigory mientras señalaba con un gesto la pistola que asomaba por la cintura de su pantalón.
-No. Eso haría estallar una guerra, y tenemos demasiadas cosas que hacer como para andarnos con distracciones. Mete a estos tres caballeros en tu camioneta y descárgalos en algún descampado, lejos de la ciudad. Antes o después, alguien los encontrará.
Mago se inclinó hacia el que tenía pinta de ser el jefe del trío, de nariz aquilina y pelo negro y corto. Se le acercó hasta que su boca estuvo a pocos centímetros de su cara.
-Dile a Dido -le susurró- que no se entrometa. Si vuelvo a veros otra vez por aquí...
No le hizo falta terminar la frase: el agente lo había entendido a la perfección.

-No responde. Tiene el teléfono apagado -dijo Walter, cerrando de un golpe la tapa del móvil.
Jeremy lo miró y asintió con la cabeza. El hombre de los perros había demostrado ya que conocía bien su oficio, y era más que probable que se pudiera decir lo mismo de su jefe.
-Lobo Solitario me había dicho -continuó Walter- que si él no respondía, mi misión sería asegurar el perímetro de La Ermita y ponerme inmediatamente en contacto con Dido.
-Espera -lo detuvo Jeremy-. Si los hombres de negro también quieren proteger la fábrica, podrían estar de nuestra parte, ayudarnos.
-¿Y qué pasa con mi idea? -los interrumpió Ulrich, que parecía estar impaciente.
-Precisamente.
Jeremy volvió a sentarse en la mesa de la cocina.
-Por lo que hemos podido entender -dijo, inclinándose hacia Walter Stern-, hace tiempo tú trabajaste con Robert Della Robbia, el padre de Odd. Y puede, que de alguna forma, los padres de Yumi, los señores Ishiyama, también tengan algo que ver con todo esto. Pero, antes de decidir cuál será nuestra próxima jugada, nos gustaría saber quién más está implicado. A lo mejor alguien podría ayudarnos.
-No sois más que unos chiquillos... -lo contradijo Walter, sacudiendo la cabeza.
-Unos chiquillos -intervino Aelita, que todavía tenía los ojos enrojecidos y se había quedado en silencio durante mucho tiempo, desde que había averiguado que el hombre que tenía delante era quien había traicionado a su padre. Pero ahora su voz reflejaba un tono firme- que han encendido un superordenador y se han enfrentado a los peligros de Lyoko: X.A.N.A. y otro montón de cosas que tú ni siquiera podría imaginarte. Nosotros hemos sido muy maduros. Ahora te toca a ti decidir si vas a luchar a nuestro lado o no.
Sus palabras habían dado en el blanco. Jeremy observó a Walter, que los estaba mirando uno a uno a la cara, reflexioando. Al final miró fijamente a Ulrich y esbozó una sonrisa triste.
-Sé que he cometido grandes errores que me persiguen desde hace años, pero ahora todo es diferente, y puede que ésta sea la oportunidad de compensarlos. Estoy de vuestra parte, chicos.
-¿Y esos nombres? -insistió Jeremy.
-Tan solo recuerdo quién era la persona que me borró la memoria tras descubrir que yo era quien había traicionado a Hopper. Se trataba de su colaboradora... la prfesora Hertz.
-¿La profe? -preguntó Jeremy mientras se llevaba una mano a la boca. Pero... ¡eso es totalmente imposible!
-Claaaro... -dijo Aelita mientras asentía una y otra vez con la cabeza-. Por eso me sonaba tanto esa tal mayor Steinback que vi en el diario de mi padre. La verdad es que se le parecía bastante, pero ni yo misma podía creérmelo.
Ulrich se puso de pie sin decir una palabra, se acercó a su padre y lo abrazó.

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