domingo, 30 de octubre de 2011

Capítulo 3

                                                     3
                                ACCESO AL MIRROR
La Ermita  era un chalé de tres plantas, alto y estrecho, con un pequeño pórtico que resguardaba la entrada principal y un garaje abajo a la izquierda. El chalé tenía a su alrededor un jardín vallado. La alambrada de la parte de atrás lo separaba del parque, mucho mayor, de la academia Kadic.
Ulrich, Odd y Richard llegaron juntos ante la verja de la entrada. Los otros chicos que estaban allí, esperandolos mientras se balanceaban sentados sobre el ancho columpio de madera que hacía las veces de sofá. Habían ido todos: Jeremy, Aelita, Eva y Yumi, que llevaba a Kiwi en brazos.
Odd vío su perro, aunque no dio señales de reconocerlo, y el cuzco le gruño, receloso. Pero no fue más que un instante. El muchacho echó correr hacia él, y Kiwi se puso atrás, completamente emocionado, lamiendole la cara como hacía siempre con todo el mundo.
Kiwi aún seguía herido, y tenía el cuerpo cubierto de vendas. Según Jeremy lo habían atacado dos perros de gran tamaño. Los mismos que acompañaban a todas partes al hombre de la camioneta roja, que había agredido tanto al padre de Odd como los padres de Yumi.
Ulrich se acercó a Yumi y de paso un brazo por los hombros.
-Ha sido todo un detalle que lo trajeses.
-En realidad -le contestó, poniéndose colorada- he tenido que hacerlo. Hiroki hoy está fuera, con mi madre, y Kiwi no paraba de quejarse...
-Bueno, tú, en vez de eso, diles que querías darle una sorpresa a Odd.
-Qué os parece -exclamó Jeremy, que hasta ese momento había estado hablando con Aelita a cierta distancia del grupo- si nos dejamos de chácharas y nos ponemos manos a la obra. ¡Tenemos todo un mundo virtual que explorar!
Mientras tanto, Richard no había dejado de mirar a su alrededor ni un sólo instante, preocupado como un niño que está robando caramelos y tienen miedo de que mamá y papá puedan y pillarlo. A Ulrich casi le causaba ternura: era 10 años mayor que ellos, bien alto y con el cabello pelirrojo totalmente despeinado, pero parecía siempre tan tímido...
-¿Va todo bien? -le preguntó.
Richard asintió, aunque después sacudió la cabeza.
-Yo creo que uno de nosotros debería quedarse aquí, en el jardín, para montar guardia, por si caso viene alguien.
-Pero ¡¿quién va a venir, hombre?! -le tomó el pelo Jeremy.
-Pues a mí me parece una buena idea -replicó Aelita, acercándose a Richard y apoyándole una mano sobre el hombro-. El hombre de los perros aún podrían andar por ahí, y yo me quedaría más tranquila sabiendo que aquí fuera hay alguien con los ojos bien abiertos.
El rostro de Richard Dupuis se abrió en una amplia sonrisa.

Lobo Solitario tenía razón: Hanníbal Mago había traído consigo un ejército al completo.
Walter y sus compañeros se quedaron mirando las largas filas de hombres y vehículos que bajaban del avión: soldados con uniformes de camuflaje y fusiles semiautomáticos, que llevaban la cara oculta por cascos y máscaras antigas, y cinco camiones, dos abiertos que transportaban la tropa y tres a rebosar de cajas y maquinaria.
-Esto es de locos -dijo Walter-. ¿Cómo va a desplazarse por la ciudad con todas esas armas y los vehículos pintados de camuflaje? ¡Pero si parece como si quisiese conquistar Francia!
-Ha conseguido que un avión militar aterrice en el aeropuerto civil -bufó Lobo Solitario-. ¿Te das cuenta de lo que tiene que haberle costado? Ese hombre tiene dinero de sobra para moverse como le dé la gana.
-Y ahí tenemos a Magó en persona -anunció Comadreja.
Walter volvió a coger los prismáticos. En aquel momento estaba bajando del avión un jee abierto de color blanco, conducido por una mujer de unos 40 años con el pelo de un llamativo color rojo. Junto a ella llegó un hombre de edad indefinible con el rostro oculto en parte por su sombrero morado de ala ancha. Iba vestido con chaqueta y corbata, ambos morados, y en las manos, apoyadas sobre salpicadero, brillaban docenas de anillos.
-Parece un ganster con un sastre daltónico -comentó Walter.
-¿Has oído, jefe? -dijo Hurón tras estallar en una carcajada-. ¡Un gansteg daltónico!
La camioneta de Grigory Nictapolus se acercó al jeep, y el hombre se bajó de ella siguió de cerca por dos rottweilers con el pelaje negro como la pez. Mago y el intercambiaron una leve inclinación de cabeza.
-Volvamos al coche -siseó Lobo Solitario-. Están a punto de ponerse en marcha.
La comitiva atravesó como una rígida serpiente la  valla del aeropuerto, y tras unos segundos la berlina de los hombres de negro salió tras ella.
Walter iba sentado delante, junto al lobo solitario, estrujando nerviosamente con las manos el cinturón de seguridad. Llevaba una pistola bajo la chaqueta. Y por delante de ellos iba un pequeño ejército. ¡Él no estaba hecho para esas cosas!
Los soldados de mago habían escondido los fusiles en un doble fondo de los camiones, y ahora miraban a su alrededor, bromeaban entre ellos y les silbaban y hacían gestos a las chicas guapas que veían pasar por la calle.
Walter no había visto en toda su vida unas muecas tan espantosas.
-¿Adónde están yendo? - preguntó.
- No tengo ni la menor idea -le contestó lobo solitario-. El único que lo sabía todo de este asunto eras tú... y perdiste la memoria hace 10 años.
-A lo mejor se dirigen a la ermita -murmuró Walter.
Aquel nombre despertó en él una extraña angustia. Recordaba aquel cheque, un tanto lúgubre. Había pasado mucho tiempo en él, pero ¿cuando? ¿y por qué?
 El jeep de mago, que encabezaba la extraña procesión de vehículos, se metió por una calle estrecha entre dos hileras de edificios para acabar por detenerse al final del todo, donde había una alta tapia de ladrillos.
A una orden de mago, del primer camión bajaron 10 hombres armados con picos que comenzaron a echar abajo la tapia.
-¡Yo conozco esta zona! -gritó Walter de repente-. La academia Kadic está muy cerca de aquí... y la ermita... y...
-¿Sabes que hay al otro lado de esa tapia?
 Walter asintió mientras la cabeza empezaba a darle vueltas. Era como si hubiese andado y desandado aquel recorrido 1 millón de veces a lo largo de su vida, pero todo estaba envuelto en una nube densa y blanca como la leche agria.
-Hay una carretera -balbuceo-. Lleva cerrada muchísimo tiempo. Y más allá de la carretera hay una verja. Y después, un puente. Y una fábrica en una isla justo en medio del río.
Lobo solitario se rasca la cabeza, pensativo.
-Una fábrica abandonada y escondida... y la academia Kadic aquí al lado. Es como un círculo que se va estrechando. Y seguro que en el centro de todo nos vamos a encontrar con Hopper.
-¡El colegio, la fábrica y el chalé forman una especie de triángulo! -prorrumpió Walter al tiempo que empezaba a revolverse en su asiento-. Y me huelo que en la ermita hay algo importante.
El jefe de los hombres de negro sonrío.
-Dido estaba segura de que nos ibas a resultar de ayuda. Ahora te cuento lo que vamos a hacer: mis hombres y yo nos bajamos aquí y nos quedamos vigilando a mago, mientras que tú vas a coger el coche y te vas a ir a la ermita, a asegurar todo el perímetro. Y eso significa que debes cortar los cables de la corriente eléctrica y los del teléfono, y comprobar que no haya nadie en 13. Si hay intrusos, los neutralizadas. Y luego me llamas. Si no contesto al móvil, ponte inmediatamente en contacto con Dido y dile que tenemos un problema. ¿Recibido?
Walter sintió una gota de sudor que le bajaba por la frente hasta quedarse colgando justo de la punta de su nariz.
-Recibido -susurró.

El semisótano de la ermita abarcaba toda la superficie del chalé y el garaje.
En la parte más alta de las paredes se abría una hilera de ventanucos bajos y anchos desde la que se filtraba muy poca luz a causa del polvo que cubría sus cristales. Al fondo del pasillo principal había una puerta cerrada que conducía al pasadizo subterráneo que permitía acceder al alcantarillado, y desde allí  hasta el Kadic y la fábrica del superordenador.
Jeremy guió la marcha por la  maraña de trasteros y pasajes más o menos húmedos hasta llegar a la cámara frigorífica, una amplia habitación de cemento cerrada por un espeso portón metálico. Gracias a una hilera de respiraderos abiertos en los muros, la cámara podía refrigerarse  para conservar carnes, verduras y otros alimentos perecederos. Pero eso no era lo más destacable de aquella habitación, y a los muchachos les había costado mucho tiempo descubrirlo.
-Venga -exclamó Jeremy-, vamos a abrir la compuerta.
Ulrich y Yumi se pusieron inmediatamente manos a la obra. Primero el se encaramó sobre una hilera de baldas para llegar hasta un gancho de colgar jamones y tiro de él. La muchacha se estiró para alcanzar otra balda y la levantó. Mientras tanto, Jeremy cerró, abrió y volvió a cerrar la puerta de la cámara.
El expectante silencio posterior se vio truncado por un ruido metálico y un chirrido. A continuación una parte de la pared se levantó, revelando una pequeña puerta.
Un pasadizo secreto.
Jeremy fue el primero en cruzar el umbral de la puerta, que era tan baja y estrecha que para atravesar hacía falta ir a gatas, y esperó a que los demás llegasen al otro lado.
El mobiliario de aquella habitación era espartano: tan sólo un sofá y un televisor de unos 10 años de antigüedad. Una de las paredes había sido derruida a aporte de pico, y dejaba ver otro espacio más, que estaba ocupado por un cilindro metálico vagamente parecido a una cabina de ducha. Gruesos haces de cables conectaban la columna-escáner a un terminal de control.
-¡Uau! -dijo Ulrich.
Jeremy sonrió. Había sido Aelita, sin ayuda de nadie, la que había entendido que tras aquella habitación se ocultaba otra más.
-Aelita -dijo Ulrich, estampando ruidosamente una mano en el hombro de la muchacha-, tal y como has echado abajo esa pared con el pico, ¡tendrías mucho futuro de albañil!
-En realidad -se sonrojó ella- fue bastante fácil: bastó un golpecito, y todo se vino abajo.
-Ya -admitió Jeremy-. El profesor Hopper quería que encontraremos el escáner.
Se acercó a la columna y rozó con los dedos la puerta lisa. En un panel parpadeaba la advertencia: ¡Atención, peligro! Se desaconseja el uso a mayores de 18 años.
¡Primer! -gritó Odd, disparando una mano hacia el techo.

Richard Dupuis se arrebujó en el abrigo y se sentó bajo un árbol. Se dio cuenta demasiado tarde de que el terreno estaba blando y fangoso y estaba perdido de barro el bajo de los pantalones. Bufó mientras se ponía cómodo. Total, mucho más no se podían ensuciar,  así que... de perdidos al río.
<<Tendrías que haber entrado con los demás>>, dijo para sí.
Y era cierto, pero no había tenido estómago.
Los chicos no entendían. Eran demasiado jóvenes y entusiastas para hacerlo, pero el... simplemente, todo aquello lo superaba.
Richard tenía 23 años, iba a la universidad y le faltaba poco para licenciarse en ingeniería civil. La suya era una vida tranquila y cuadriculado, hecha de ecuaciones que resolver y proyectos que completar. Y luego todo había cambiado: su PDA había empezado a llenarse de códigos desconocidos, y él había tenido que volver a   su antigua ciudad,  a su antiguo colegio. Había vuelto a encontrarse con una de sus mejores amigas de cuando estudiaba allí, hacía una década, y había descubierto que Aelita todavía aparentaba 13 años. Se había enterado de la existencia de un mundo virtual en el que se podía entrar de verdad, y de monstruos artificiales decididos a conquistar el mundo. Y luego estaban los hombres con rottweilers. Y los agentes secretos de gobierno. Y otro montón de cosas más.
De locos.
¿Y ahora querían que el bajase a los sótanos de un chalé en ruinas para ver cómo su ex mejor amiga se desmaterializaba dentro de un ordenador de ciencia-ficción? No, gracias. Sólo le faltaba eso para volverse completamente chalado.
Richard se sacó la PDA del bolsillo y empezó a revisar las diversas páginas de códigos por enésima vez. Jeremy decía que era un lenguaje de programación inventado por el profesor Hopper. Richard decidió que el chiquillo tenía razón: era un lenguaje máquina, y de lo más difícil de descifrar, pero...
El chirrido de los neumáticos hizo que se sobresaltase. Se puso en pie y se escondió instintivamente tras el tronco del árbol.
La berlina oscura había recorrido la calle a toda velocidad para después pegar un frenazo justo delante de la verja de la ermita, dejando dos franjas oscuras sobre el asfalto.
Un hombre de unos 50 años con el pelo cortísimo se bajó de ella. Iba vestido con una chaqueta y una corbata negros, llevaba gafas de sol y tenía un gesto de despreocupación en el rostro.
Richard vio que se acercaba a la verja, así que se le ocurrió que lo mejor sería adelantarse, y corrió hacia el garaje, manteniéndose al amparo de los árboles para que no lo viese.
Tenía que dar la alarma de inmediato.

Jeremy abrió la puerta de la columna-escáner y dejó a la vista un espacio estrecho y circular completamente vacío. Odd había desaparecido.
El muchacho volvió a sentarse ante la terminal.
-¡Transferencia perfecta! -anunció-. Odd está dentro del mundo virtual del Mirror.
La pantalla del ordenador mostraba la cara de Odd, que ahora era muy distinta: tenía unas franjas simétricas de color morado sobre las mejillas y la frente, y un par de orejas de felino que asomaban por entre el pelo. Había tomado el aspecto de chico-gato que siempre tenía en Lyoko.
-¿Me recibes? -le preguntó Jeremy, agarrando el micrófono del terminal.
-Alto y claro -graznó la voz de su amigo desde los altavoces-. Pero... Aelita me había dicho que me iba a encontrar en una explanada con tres árboles, y sin embargo aquí no hay nada por el estilo. Estoy en una calle de alguna ciudad...
Jeremy asintió con la cabeza.
-Los tres árboles eran un simple menú de acceso a los distintos niveles del Mirror, así que les he hecho un baipás y te he mandado directamente a vuestro destino. Tendrás que explorar un poco por ahí y entender cómo funciona este nivel del diario.
-Recibido -sonrió Odd-. ¡Manda aquí también a Aelita y Yumi, y nos metemos en harina!
Jeremy se alejó del teclado del ordenador y se pasó una mano por el pelo.
-Yumi, ahora te toca a ti. Métete en la columna. Eres la número dos.
La muchacha le estrechó la mano a Ulrich con dulzura para despedirse de él.
-Démonos prisa -sonrió después-, que no quiero dejar a Odd solo mucho tiempo. A saber en qué lío podría meterse si no.

Después de haber cerrado la puerta del coche con un golpe seco, Walter había tratado de aflojarse la corbata que le atenazaba el cuello, pero no lo había conseguido: los dedos le temblaban demasiado.
Allí estaba, delante de aquel chalé. Le parecía una visión sacada de una de sus pesadillas. Y por un instante estuvo contento de llevar una pistola.
Sin pensárselo dos veces tiró ligeramente de la verja hacia sí, haciendo fuerza para levantarla un poco.
La vieja cerradura protestó, y se abrió con un clic, sin necesidad de forzarla. Puede que su cerebro hubiese perdido la memoria, pero su cuerpo conocía aquel lugar. Y sabía como moverse.
El hombre se encaminó a grandes zancadas hacia uno de los lados de la casa. Enseguida le saltó a la vista el herrumbroso cajetín de hierro de la pare del garaje, y sonrió: ése era el cuadro eléctrico general.
Lo abrió a toda prisa, se sacó unos alicates del bolsillo interior de la chaqueta y empezó a cortar cables a diestro y siniestro.

Aelita abrió la puerta del escáner, dejando a la vista un espacio vacío.
-Yumi también ha sido transferida -exclamó Jeremy, con la mirada fija en la pantalla de su ordenador -. Venga, Aelita, eres la última del equipo.
La muchacha asintió, dudó por un instante y acabó por meterse dentro. La puerta corredera se cerró a sus espaldas, y la potente luz que provenía del techo del escáner llovió sobre ella.
-¡Prepárate! -dijo Jeremy. Su voz le llegaba desde los altavoces del interior de la columna, y sonaba algo distorsionada y metálica.
Aelita cerró los ojos.
Estaba a punto de entrar en el segundo nivel del diario de su padre. Y tal vez allí encontraría las respuestas que estaba buscando.
Cuando accedía a un mundo virtual, el escáner se llenaba de chorros de aire que le hacían levitar, levantando sus pies del suelo, su pelo salía disparado hacia arriba y todo su cuerpo hormigueaba dulcemente... Pero ahora no estaba pasando nada de eso.
Aelita volvió a abrir los ojos. Estaba oscuro, pero seguía encontrándose dentro de la columna.
-¿Qué está pasando? -gritó al tiempo que empezaba a aporrear las paredes del escáner. Allí dentro apestaba a quemado, y un humo denso se le estaba colando en los pulmones, haciendo que tosiera sin parar.
Jeremy comenzó a hurgarse afanosamente en los bolsillos, sacó su teléfono y apretó una de sus teclas. La pantalla se iluminó, llenando de una débil penumbra la habitación, que se había sumido de improvisto en una oscuridad total.
-¡Venga! -dijo-, ¡usad todos los móviles para darnos un poco de luz!
-¿Qué ha pasado? -preguntó Ulrich-
-¡Se ha cortado la electricidad! ¡Los procesadores del escáner se han fundido, y la columna está echando humo! -gritó Jeremy con un eco de angustia en la voz-. ¡Tenemos que sacar de ahí a Aelita inmediatamente!
Ulrich hizo un gesto a Eva, y ambos muchachos salieron a la carreras de la habitación, usando sus móviles como linternas. Unos pocos minutos después, volvía trayendo una gran pala del jardín.
Ulrich encajó la parte de hierro de la pala en la ranura del escaner y empezó a hacer fuerza con el mando de madera.
-¡Esto está lleno de humo! -les llegó desde dentro de la columna el grito de su amiga-. ¡Socorro!
La puerta de metal cedió de golpe, y Aelita cayó afuera con las manos apretadas contra la boca y la nariz. Jeremy se le acercó a todo correr y la abrazó.
-¿Qué ha pasado? -murmuró la muchacha, confusa.
-No lo sabemos. Se ha ido la luz, y el sistema se ha cortocircuitado.
Jeremy sentía cómo le palpitaban las sienes. Tenía miedo. Si la electricidad se hubiese cortado tan solo un instante más tarde, con la transferencia de Aelita al Mirror en pleno proceso... ella podría haber desaparecido en la nada, perdida en un flujo digital interrumpido.
Ulrich agarró a su amigo por los hombros. Sus pupilas se había dilatado completamente para adaptarse a la tenue luz de los móviles.
-¡Yumi y Odd! -gritó con desesperación-. ¿Qué les ha pasado? ¿Qué...?
-No te preocupes: ellos dos están bien.
El Mirror es una sandbox, dentro del superordenador de la fábrica. ¿Te acuerdas? -lo tranquilizó Jeremy-. De modo que se encuentran a salvo en el interior del mundo virtual -reflexionó un instante y se recolocó las gafas sobre la nariz antes de continuar-: El único problema es que ahora no podemos sacarlos de ahí. El escaner está fuera de servicio.
-¿Y si llegase a pasarles algo mientras están dentro? -preguntó Aelita-. ¿Y si se encuentran con algún monstruo?
Jeremy no respondió. Era mejor no pensar en esa posibilidad. De todas formas, por el momento no podían hacer nada.
Inmediatamente después los muchachos se sobresaltaron: ruidos, pasos a lo largo del pasillo de los sótanos, alguien que tropezaba y se caía, quejándose en voz baja.
Richard.
Jeremy y Ulrich salieron de la habitación secreta e iluminaron al muchacho. Traía una expresión aterrorizada.
-Ha venido alguien -les advirtió Richard-, un hombre vestido totalmente de negro. Ha cortado los cables de la luz y está haciendo cosas raras ahí fuera. Ahora viene hacia aquí.
Jeremy miró a Ulrich, y por los ojos de los dos chicos se cruzó el mismo pensamiento: los hombres de negro habían encontrado La Ermita.

jueves, 27 de octubre de 2011

2º capítulo

                                                                           2
                               AGENTE SECRETO W.
La limusina corría a toa velocidad por las calles de Washington. Las farolas se reflejaban en la carrocería, dibujando fugaces sombras brillantes y amarillentas.
Dentro del automóvil, Dido observaba a través de las ventanillas las tranquilas riberas del río Potomac, separadas de la calzada por una larga franja de árboles. Ver aquella enorme cantidad de agua que pasaba por en medio de la ciudad, abriéndose camino entre las casas, las calles y los parques, conseguía transmitirle siempre una sensación de serenidad.
La mujer pulsó el botón que bajaba la ventanilla que la separaba del chófer.
-Mark -le dijo en cuanto se abrió una ranura lo bastante ancha como para dejar pasar su voz con claridad-, ve más despacio, por favor.
-Vamos a llegar tarde, señora.
Dido echó un vistazo a su reloj: pasaban ya treinta minutos de la medianoche. Mark tenía razón en que llegaban con retraso a la reunión. Pero no importaba.
Volvió a levantar el cristal que aislaba el habitáculo y se dejó caer sobre la tapicería. En Francia eran las seis y media de la mañana. Era el momento de hacer esa famosa llamada.
Descolgó el teléfono vía satélite incrustado en el reposabrazos de su asiento, apretó un botón que activaba el dispositivo antiescuchas y marcó el número.
El teléfono sonó una y otra vez, durante un buen rato.
-¿Diga...? -respondió finalmente una voz pastosa a causa del sueño.
-Soy Dido.
Silencio.
-¿Sí...? -respondió luego lentamente la voz, que ahora sonaba mucho más despierta- ¿... señora?
-Tengo instrucciones para ti. Dentro de poco irá a recogerte a tu casa un coche. Estate preparado.
-¿Qué? Pero yo... ¡ahora no puedo!
-Una fuente de confianza -prosiguió Dido, ignorando la protesta- nos ha rebelado que Hannibal Mago está yendo para allá. Seguramente eso tiene algo que ver con Hopper. Quiero que estés en el aeropuerto cuando llegue Mago, y que a partir de ese momento no lo pierdas de vista.
Al otro lado del teléfono empezó a oírse trasiego, ruido de sábanas y pies desnudos corriendo por el suelo.
-No puedo hacerlo, señora -llegó un susurro al oído de Dido-. Ya no estoy cualificado.  ¡No me acuerdo de nada!
-Te acuerdas de todo lo que hace falta. Sabes que hiciste cosas muy malas, y no quieres que tu mujer ni tu hijo lleguen a saberlo. Por eso, Walter, vas a hacer lo que yo te diga. Hace diez años fuiste uno de los protagonistas de esta historia, y ahora serás tú quien le ponga el cartelito de <<fin>>. Los hombres que están yendo a recogerte son agentes míos. Ellos te dirán cómo ponerte en contacto conmigo.
Dido colgó el teléfono sin despedirse, esperó un segundo y marcó un nuevo número. En esta ocasión respondieron al instante.
-Agente Lobo Solitario a sus órdenes.
-Ve a recoger a Walter. Tengo una misión para vosotros.

Ulrich entró en clase y se sentó solo en uno de los pupitres de la última fila. Se quedó mirando a Jeremy y Aelita, que se estaban sentando juntos, y luego a Odd al lado de Eva. No era justo. Odd y él siempre habían sido uña y carne: el mismo pupitre, el mismo cuarto en la residencia. Era verdad que a veces Odd resultaba insoportable, por no mencionar a Kiwi, esa especie de bicho cascarrabias al que él llamaba perro, y que vivía en su habitación. Pero, con el paso del tiempo, Ulrich se había acostumbrado a él. Se habían convertido en amigos. ¡Y ahora se veía sustituido por una chica!
-Buenos días a todos -dijo la profesora Hertz mientras entraba por la puerta, vestida con su habitual bata de laboratorio. Era una mujer delgada y de baja estatura con una algodonosa nube de pelo gris sobre la cabeza y unas gafas redondas. Llevaba en la mano un largo cilindro de cristal lleno hasta arriba de extraños discos negros y blancos alternados.
-¡Una pila de volta! -exclamó de inmediato Jeremy desde su puesto de primera fila.
La profesora sonrió.
-En efecto. Hoy vamos a estudiar la pila de Volta, el primer generador estático de energía eléctrica...
Ulrich dejó inmediatamente de prestar atención. Era mucho más interesante pensar en lo que Jeremy había dicho la noche anterior... Por la tarde iban a ir a La Ermita, el chalé en el que Aelita había vivido con su padre muchos años antes, y por fin iban a usar el escáner para hacer una exploración. Aunque a él no le iba a tocar entrar en el Mirror.
Después de mucho discutir habían decidido cuál iba ser el equipo: Aelita, por supuesto, junto con Yumi y Odd. Ulrich había intentado protestar, pero Odd había sido inflexible, y él había terminado por ceder. Una pena, porque a Ulrich le encantaba entrar en los mundos virtuales creados por Hopper. En ellos dejaba de ser un simple muchacho de Kadic y se transformaba en un samurai con la catana en la cintura, listo para enfrentarse a cualquier peligro. Con Yumi, además, formaba un dúo invencible.
El móvil empezó a vibrarle en el bolsillo de los pantalones. Ulrich lo sacó y leyó <<Mamá>> en la pantalla.
Le fastidió un poco. Ulrich no congeniaba demasiado con sus padres. ¿Qué quería su madre a esas horas? Luego tuvo una sensación de vértigo: la semana anterior, un misterioso hombre con dos perros había intentado hacerle daño al padre de Odd y a los de Yumi. Tal vez...
-¿Puedo salir un momento, profesora? -dijo mientras se levantaba de golpe de su pupitre-. ¡Tengo que ir al baño!
Sus palabras fueron recibidas con una carcajada general.
-Date prisa -fue la única respuesta de Hertz.
Ulrich salió corriendo de la clase y, en cuanto cerró la puerta tras de sí, respondió el teléfono.
-Mamá, ¿ha pasado algo?
-¿Eh? hola, Ulrich. Perdona que te moleste... No, no ha pasado nada...
Ulrich bufó. Estaba empezando a ponerse nervioso.
-¿Y entonces? ¿Por qué me llamas? -protestó-. Ya sabes que estoy en clase. ¡Me habías dejado preocupado!
su madre siguió balbuceando, como si tuviese que decirle algo pero no supiese bien por dónde empezar.
- Verás... -se decidió finalmente-. Tu padre debería llegar a la ciudad más o menos a la hora de comer. Un asunto urgente del trabajo o algo así, no me enterado del todo. Pero ya que va a estar por ahí, al mejor podrías llamarlo. Os podéis ver y charlar un ratito...
Los padres de Ulrich vivían muy lejos de la ciudad del Kadic, y normalmente nunca iban a visitarlo. El muchacho suspiró. Aquella tarde quería ir a La Ermita con los demás,y no tenía tiempo para quedar con su padre. Y, además, seguro que acabó peleándose, como siempre.
-No sé si voy a poder -mintió, dando gracias porque su madre no pudiese ver su cara a través del teléfono-. Tengo mucho que estudiar.
-Ulrich -la voz de la mujer bajó de volumen, volviéndose más dulce-, sé que las cosas no han ido demasiado bien últimamente, pero deberías darle una oportunidad a tu padre. Prométeme que vas a llamarlo.
Ulrich despachó a su madre tan rápido como pudo. Después reflexionó un segundo y marcó el número de su padre. Una voz electrónica le comunicó que el teléfono al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura en ese momento.

El cielo de la primera hora de la tarde aún estaba gris, pero hacía un poco más de calor, y al final no había llovido.
Ulrich volvía meterse el móvil en el bolsillo (como siempre, no había manera de localizar a su padre) y observó a Odd con una mirada crítica.
-Pareces contento de verdad: te quedas sonriendo y mirando al vacío como un bobo. ¿Y cómo es que Jim ha aceptado levantar el castigo?
Ulrich esbozó una sonrisa sarcástica. Unos días antes el profesor de gimnasia, Jim morales, había estado a punto de descubrir todo el asunto de Kiwi, y había decidido prohibirle a Odd salir de la residencia.
-¿A quién estabas llamando? -le preguntó su amigo, señalando el móvil que Ulrich acababa de guardar.
-A mi padre. Pero no contesta -en muchacho se encogido de hombros-. En fin, los padres no nos dan más que preocupaciones. Tú sabes muy bien de lo que te estoy hablando, ¿no? ¿Qué tal esta tu viejo? ¿Ya se ha recuperado?
Odd titubeo, como si estuviese recopilando la información de algún remoto rincón de su cerebro.
-Está mejor -dijo después con voz monótona-, y ya vuelve a comer. Pero su memoria todavía no anda demasiado bien.
-A los padres de Yumi y les pasa lo mismo -dijo Ulrich asintiendo con la cabeza-. Están desorientados, y repiten continuamente en las mismas frases.
-Ya -confirmó Odd-. Papá sigue hablando de un tal Walter. Dice que lo ha despedido, y farfulla una historia absurda.
-¿Walter? -se sorprendió Ulrich-. Mi padre también se llama así.
En ese momento Odd señaló hacia el otro lado de la calle. Richard dupuis se dirigía hacia la ermita con las manos en los bolsillos y arrastrando los pies.
-¡Ey, Richard! -lo llamo Ulrich-. Vayamos juntos hasta allí.

-Debeguias buscagte un nombgue en clave -le dijo el tipo que estaba sentado junto a él.
-Pues sí -confirmó el que ocupaba el asiento de adelante-. Igual que nosotros. Yo soy Comadreja, él es Hurón y nuestro jefe es Lobo Solitario.
-Yo soy Walter -contestó el, encogiéndose de hombros-. Y punto.
Tal y como Dido le había anunciado, aquellos hombres habían venido a recogerlo en coche. Hasta le habían traído ropa nueva: un traje negro, una corbata negra y una gabardina negra que le llegaba casi hasta los pies. Y unas gafas de sol. Negras, por supuesto:vestidos de esa manera se los podía reconocer a 1 km de distancia. Pero él no había dicho nada, y se había cambiado de ropa. Aunque no iba a aceptar que lindos hacen ninguna de sus estúpidos motes, como Lince o Perro de la Pradera.
El arma le pesaba, y la pistolera hacía que se muriese de ganas de rascarse la axila.
<<¿Cómo habré conseguido meterme en este embrollo?>>, pensó.
La verdadera que no lo sabía. Su memoria era un agujero negro: recordaba todo lo que había pasado desde 1994 en adelante... pero nada en absoluto de lo que había hecho antes. Lo único que sabía era que habían sido cosas deplorables, y que aquellos hombres vestidos de negro y el profesor Franz Hopper tenían algo que ver.
 Lobo Solitario, el jefe de aquel pequeño grupo, había conducido a la berlina oscura hasta la Ciudad de la Torre de Hierroy se había encaminado de inmediato hacia el aeropuerto. Una vez allí, había intercambiado algunas palabras con unos cuantos policías, enseñándoles carnes y autorizaciones, y en seguida les habían abierto la valla para que pudiesen meter el coche en la zona reservada a los aviones.
Habían aparcado detrás de un hangar y se habían apostado allí con los prismáticos listos y las pistolas cargadas. A eso de la una, Comadreja y Huron habían ido comprar unos bocadillos. A Walter el suyo todavía le estaba dando vueltas en estómago, pesado como un ladrillo.
-¿Cuánto tiempo más vamos a tener que estar aquí? -pregunto.
-Silencio -le dijo Lobo Solitario, volviéndose hacia él con el ceño fruncido tras las gafas oscuras.
Siguieron esperando.
La radio de la berlina era en realidad un escáner de frecuencias, un dispositivo para escuchar las transmisiones por radio de la policía y la torre de control del aeropuerto. A través de las puertas abiertas del coche se oía de fondo el continuo ajetreo de frases cortas, zumbidos y chasquidos de los operadores hablando con los pilotos que estaba listos para el aterrizaje.
Después, un mensaje en concreto captó la atención de Walter.
-Aquí torre a Fénix- 1. Están autorizados a aterrizar. Pista 2-F.
-Aquí Fénix-1. Recibido, torre. Nos disponemos a aterrizar.
Aquel nombre,<<Fénix>>, hizo que Walter se estremecíese.
-Vamos -le dijo Lobo Solitario mientras lo miraba fijamente.
Se montaron los cuatro en un coche portaequipajes que alguien del personal de pista se había dejado olvidado delante de la puerta del hangar, y Lobo Solitario se puso al volante. Las pistas del sector F estaban destinadas a los bonos privados, los jets de los ricachones y cosas por el estilo. Una larga hilera de naves les ofrecía cierta cobertura antes de llegar a la amplia explanada de asfalto y hierba reseca, interrumpida por líneas de pintura amarilla y focos luminosos que les indicaban el camino a los aviones.
Los hombres de negro se escondieron dentro del último hangar de la fila. Walter cogió los prismáticos y se asomó a echar un vistazo.le llamó la atención una camioneta roja de aspecto desvencijado que estaba entrando en la pista. A bordo iba un hombre de rostro delgado que llevaba en el asiento trasero a dos perros grandes como caballos.
-Gregory Nictapolus -mascullo Comadreja.
-Dido tenía razón. La cosa se está poniendo seguia -comentó Hurón.
Walter apuntó los prismáticos hacia arriba, en dirección al cielo. Se había esperado que el Fénix-1 fuese un elegante jet privado un helicóptero de lujo, pero se había equivocado de parte a parte. Lo que se disponía a aterrizar en aquella pista era un enorme avión militar de transporte de tropas con pintura de camuflaje.
-Mirad -murmuró.
-Un C-17 Globemaster -dijo Lobo Solitario, levantando la cabeza-. Ese bicharraco puede llevar hasta ciento y pico pasajeros y setenta y siete toneladas de carga. Magos se ha venido con todo su ejército.

lunes, 24 de octubre de 2011

Capítulo uno

                                                    1
                               EL TEMOR DE X.A.N.A.
La lluvia de los últimos días había disuelto la nieve, y los senderos trazados entre los  los árboles estaban recubiertos de un barro tan pegajoso como el engrudo. El cielo gris oscuro prometía aún más precipitaciones.
El parque de la academia Kadic se extendía alrededor de los tres muchachos, delimitado por la impotente tapia de piedra y la verja de hierro coronada por el escudo del instituto. A su derecha se erguían los edificios de la escuela: la residencia de estudiantes, la administración, los laboratorios de ciencias, el aulario, el comedor y el gimnasio. Estaban distribuidos como los dientes de un descomunal tenedor entre los que se abrían hueco tres pequeños patios.
Aelita Hopper caminaba en silencio al lado de sus dos amigos, Jeremy Belpois y Eva Skinner. Juntos formaban un grupo realmente variopinto. Aelita, menuda y con el pelo rojo fuego cortado a la garçon, llevaba un grueso anorak de plumas de ese color encendido. Eva, en cambio, era más alta y de una belleza más llamativa. Tenía el pelo rubio y corto, con los ojos claros como el cristal y unos labios de líneas perfectas. Y luego estaba Jeremy, con su típico jersey bien gordo y sus sempiternas gafas redondas de cerebrín ligeramente torcidas sobre la nariz.
-Brrrr -se estremeció el muchacho-. Tenía que haberme puesto el chaquetón.
-Yo no tengo frío -observó Eva.
-Pues yo tampoco -confirmó Aelita sin prestar demasiada atención. Estaba pensando que también su padre había estado en aquel lugar antes de encerrarse con ella en el mundo virtual. Después, Aelita se había quedado atrapada en Lyoko durante diez largos años, aunque sin envejecer ni un solo día. Tenía veintitrés años, y sin embargo tan sólo aparentaba unos trece. Cuanto más lo pensaba, más le parecía cosa de locos. Su padre, en cambio...
Jeremy la estaba observando fijamente, con los ojos llenos de preocupación.
-¿Tenías algo que contare, Aelita? -le preguntó.
La muchacha asintió con la cabeza. Lo que podía llegar a descubrir la asustaba, pero sentía que era el momento de poner las cosas en claro.
-Ya ha pasado un día desde que encontré la segunda habitación secreta de La Ermita y di con la réplica -recordó-. Y hasta ahora sólo he podido explorar el primer nivel del diario de papá.
Jeremy asintió en silencio, pensativo.
-Bueno, ¿y no va siendo hora ya de volver a ponernos con nuestra exploración? -concluyó la muchacha.
Aelita había entrado en el diario como una especie de fantasma, y había podido observar con sus propios ojos algunos fragmentos de la historia de su padre y su madre, Anthea. Y precisamente ahora, cuando le parecía que estaba a un paso de la solución, Jeremy se echaba atrás por algún motivo que ella no lograba entender.
-Aún no es el momento -replicó el muchacho-. Primero quiero estar seguro de...
-¡Se trata de MI PADRE, Jeremy! -estalló la muchacha-. ¡Y está MUERTO! ¡Y no tengo ni idea de dónde está mi madre!
-Vale, vale -se rindió Jeremy, escudándose con las manos-. Tienes razón -continuó acto seguido mientras le sonreía con dulzura-. Déjame solo que haga las últimas comprobaciones. Nos veos esta noche en mi cuarto, con todos los demás. Y te prometo que después entraremos en el segundo nivel de la réplica y descubriremos qué hay en esa última parte del diario de tu padre. Es que no es tan sencillo. Debes tener un poco más de paciencia...
Su amiga trató de contradecirlo, pero Jeremy ya había empezado a alejarse por el sendero para volver a la residencia, con las manos en los bolsillos y el cuello encajado entre los hombros para resguardarse del frío. Aelita suspiró. Jeremy era su mejor amigo, y tal vez algo más, pero cuando se ponía, era un auténtico cabezota.
-¿Te hace seguir paseando conmigo? -le preguntó entonces a Eva.
-Claro.
Eva Skinner parecía una chica como muchas otras, que en aquel momento, en lugar de estudiar, estaba echando la tarde con una amiga en el parque de la escuela.
Tras aquel rostro angelical, sin embargo, escondían un secreto del que sus amigos no sospechaban ni siquiera la existencia. Era un secreto peligroso que había anidado en Eva desde hacía ya tiempo y la obligaba a actuar y hablar en nombre de otra persona. O mejor, de otra cosa. De hecho, X.AN.A. se había apoderado de la muchacha, doblegándola a su voluntad. Pero en aquel preciso instante la inteligencia artificial que había dentro de ella estaba gritando.
¿Por qué había aceptado pasear con Aelita? ¿Y por qué no la había atacado todavía, dándole también a ella el negro beso que le habría permitido adueñarse de su cuerpo? Con Odd Della Robbia le había resultado de lo más sencillo...
La verdad era que X.AN.A. no quería hacerlo. No con Aelita. Y esa reticencia, que no era en absoluto racional, lo ponía furioso. Pero tampoco la rabia encajaba con la inteligencia de una inteligencia artificial. X.A.N.A. no tenía sentimientos. No estaba programada para tenerlos. Y, entonces, ¿por qué había sentido aquella extraña calidez cuando Aelita le había pedido a Eva, y por lo tanto él, que continuasen con el paseo?
<<Stop -se dijo X.A.N.A.-, 56.780 x 75.678 = 4.296.996.840>>.
Bien. Por lo menos su capacidad de cálculo funcionaba correctamente.
<<Seis por dos igual a doce>>.
X.A.N.A. reflexionó durante una fracción de segundo, como paralizado. <<Seis por dos igual a doce>>, se repitió después.
El resultado era correcto, claro, pero el problema era otro: no había calculado la multiplicación, sino que se había basado en la memoria. Aunque no en su memoria, sino en los recuerdos de Eva Skinner.
¿Qué podía querer decir aquello? ¿Qué le estaba pasando?
Cuando se apoderó de la mente y el cuerpo de Eva, X.A.N.A. no era mucho más que un fragmento digital navegando a la desesperada entre el desenfrenado oleaje de internet en busca de los pedazos que le faltaban, dispersos por el éter. Hopper y los muchachos le habían asestado un duro golpe, y aunque no lo hubiesen eliminado por completo, de todas formas había logrado destruir su núcleo.
Pero ¿y luego? ¿Qué había sucedido después, exactamente? Tal vez no había sido solo él el que se había adueñado de Eva, sino que Eva también estaba dominándolo a él.
Y eso era un problema.
-?Va todo bien? -le preguntó Aelita.
X.A.N.A. miró sorprendido a la muchacha pelirroja que caminaba a su vera. Probablemente se había distraído durante demasiado rato, y ella se había dado cuenta.
-Sí, sí... -falfulló Eva-. Estaba pensando en lo que ha dicho Jeremy.
-Sí, a veces a mí también me pone furiosa -suspiró Aelita, tomando de la mano a su amiga.
X.A.N.A. se percató de que los dedos de Eva estaban sudados y se sobresaltó. ¡Malditas emociones humanas! Hacía un tiempo que tenía dificultades para controlarlas. Y no tenía ni idea del porqué.
Lo único que podía hacer era mantenerse alerta y encontrar la forma de entrar en la réplica de La Ermita con aquellos estúpidos chiquillos. A lo mejor desde allí podría conseguir volver a Lyoko. Y entonces sí que iba a cambiarlo todo. Dejaría de ser un ridículo cruce entre un humano y una computadora, se libraría de aquella insignificante mocosa y volvería a ser X.A.N.A. y sólo X.A.N.A., señor indiscutible del mundo virtual y futuro amo real.

Más o menos a las seis de aquella misma tarde, la biblioteca de Kadic se había quedado vacía. Tan solo quedaban Ulrich y Yumi, sentados uno frente a la otra y con las cabezas inclinadas sobre los libros.
Yumi estaba concentrada en el estudio. Era un año mayor que sus amigos, así que iba a otro curso, y al día siguiente tenía un examen de Historia de lo más complicado. En cuanto a Ulrich... bueno, él no tenía ningún examen en el horizonte, pero no podía perderse la ocasión de estar un poco de tiempo a solas con ella. Yumi vivía con sus padres no muy lejos del instituto, y por las tardes se dejaba ver en muy pocas ocasiones por el Kadic. Había que aprovechar aquella oportunidad.
Ulrich levantó la cabeza de los libros y la miró. Yumi era alta y delgada, y tenía una larga cabellera corvina y dos ojos rasgados que parecían llenos de cosas intrigantes. Iba vestida de negro, como de costumbre, y tenía la frente fruncida. Era preciosa.
-¡Ey! ¿Se puede saber qué pasa, que me miras tan fijamente? -peguntó ella de pronto.
-Nada, nada -se sobresaltó Ulrich, empezando a toser-. Estaba pensando... o sea, pensaba en Odd. ¿No te parece que está un pelín raro últimamente?
Yumi apartó por un momento el libro de Historia.
-Lo único que le pasa es que está enamorado -sentenció-. Parece ser que Eva y él van en serio.
Ulrich no estaba para nada convencido, y sacudió la cabeza. No se trataba solo de la repentina pasión por la hermosa chica norteamericana que iba a su instituto desde hacía unas pocas semanas...
-¿Se puede saber qué pasa? -lo apremió Yumi-. Deberías alegrarte de que tu mejor amigo por fin haya dejado de hacerse el donjuán con la primera que pasaba y se haya echado novia.
-Pero ¿te has dado cuenta de cómo se miran? -insistió Ulrich-. Siempre parece como si compartiesen una especie de secreto misterioso. Y a veces Eva empieza una frase y la termina Odd, como si estuviesen pensando exactamente lo mismo.
-Bueno, debe de ser que están hechos el uno para el otro.
Ulrich soltó un resoplido. Yumi y él también estaban hechos el uno para el otro. No le cabía la menor duda. Y, sin embargo, ´rl no conseguía entender muchas nunca qué era lo que ella quería realmente. Muy al contrario, a pesar de que la conocía desde hacia mucho tiempo, esa muchacha era indescifrable para él.
-¡Ey, chicos! -los llamó una voz desde el fondo de la biblioteca.
Y ahí estaba Odd, con la sonrisa y la ropa de vivos colores de costumbre. Llevaba el pelo, tieso por encima de la coronilla, como una cresta peinada a golpe de dinamita.
-Y hablando del ruin de Roma... -masculló Ulrich mientras se apoyaba contra el respaldo de su silla.
-¿Qué ruin de qué Roma? -preguntó con curiosidad Odd, al tiempo que se sentaba a horcajadas en una silla y se ponía a observar con atención el libro de Yumi. Qué raro: Historia no había sido nunca su asignatura favorita... aunque, para ser sinceros, tampoco era que tuviese ninguna en especial-. ¿Os habéis enterado de la noticia? -exclamó acto seguido-. Jeremy quiere que vayamos todos a su habitación esta noche. ¡Zafarrancho de combate!
-¿En serio? -bufó Ulrich-. Pues a mí no e ha dicho nada.
-Ni a mí tampoco -dijo Odd al tiempo que le daba una palmada en el hombro-. Pero se lo ha comentado a Eva y a Aelita.
Ulrich le lanzó una mirada a Yumi, pero la muchacha ya estaba giarada hacia Odd.
-Pues me parece una idea realmente buena. La cosa se está poniendo cada vez más complicada...
-¡Ya! -soltó Odd mientras volvía a ponerse en pie, como si tuviese mucha prisa.
-¿Y se puede saber adónde vas ahora tan corriendo? -le preguntó Ulrich.
-¡Menuda pregunta! Pues a ver a Eva, por supuesto.
Ulrich alzó la vista al cielo mientras Yumi trataba de contener una risita.

La habitación de Jeremy en la residencia de estudiantes era una de las pocas individuales que estaban reservadas para los alumnos varones. Se trataba de un dormitorio de aspecto ordenado, con un póster de Einstein colgando sobre la cabecera de la cama y el pijama doblado bajo la almohada. Sin embargo, el escritorio, al contrario que todo lo demás, era la apoteosis del caos y el desorden, y parecía a punto de partirse bajo el peso de numerosos teclados, pantallas y aparatos informáticos de lo más variopinto.
Jeremy terminó de escribir algo y se volvió hacia sus amigos. Los miró uno por uno: Aelita, obviamente; Ulrich y Yumi; y luego, Odd y Eva. También estaba Richard Dupuis, el muchacho que diez años antes había sido compañero de clase de Aelita allí mismo, en Kadic. Solo que Aelita, encerrada dentro de Lyoko, no había seguido creciendo, y Richard, por el contrario, sí que lo había hecho, por lo que ahora tenía más de veinte años. Era el único adulto entre ellos, aunque miraba a su alrededor con el mismo aire perdido de un niño pequeño.
-Bueno, jefe -arrancó Ulrich-, ¿listo para empezar la función?
Jeremy abrió el armario empotrado que ocupaba toda una pared del cuarto y sacó de él el póster que había preparado por la tarde. Después le pidió a Aelita que lo ayudase a pegarlo con celo en la pared.
Mmm... parece más bien complicado -comentó Richard.
Jeremy lo miró con el gesto torcido. En realidad, el póster era más bien sencillito: había marcado cuatro puntos clave y los había conectado unos a otros con un algoritmo secuencial. ¡Se había esforzado tanto para que resultase claro!
-Vale, de acuerdo, paso a las explicaciones... -se apresuró a exclamar el muchacho cuando se percató de la mirada perpleja de Ulrich.
-Excelente idea -sonrió Yumi.
En el póster podían leerse varios textos:
1. EXPEDIENTE
2. PRIMERA CIUDAD
3. MIRROR
4. RICHARD DUPUIS
Jeremy agarró un rotulador y señaló el primer punto que había en el papel.
-He tratado de poner un poco de orden en todo lo que nos hemos encontrado hasta ahora. Estoy convencido de que estamos ante una serie de pistas dejadas por Hopper, y ahora las deberíamos juntar como las piezas de un rompecabezas. En primer lugar, el expediente de la profesora Hertz, que contiene una serie de Códigos Hoppix. El lenguaje de programación con el que el profesor Hopper construyó Lyoko es muy difícil, tanto que aún no he comprendido ni para qué servían esos códigos. De todas formas, dentro del expediente también había una dirección, que nos llevó... -Jeremy se detuvo, con el rotulador en el aire, buscando el segundo punto- al punto dos: una réplica que contenía un borrador de mundo virtual al que he llamado Primera Ciudad.
-¡Menudo derroche de imaginación, sí señor! -comentó Ulrich, provocando una risotada general.
Jeremy, sin embargo, se quedó de lo más serio.
-En realidad -prosiguió- es el nombre que también usaba Hopper en su diario. Sea como sea, Ulrich y Yumi entraron en la Primera Ciudad utilizando el escáner de virtualización que encontraron en Bruselas, pero no consiguieron descubrir nada...
-¡Aparecieron los hombres de negro! -protestó Yumi-. ¡Nos estaban persiguiendo!
Jeremy levantó las manos para pedir silencio.
-Si seguís interrumpiéndome, no vamos a terminar nunca. Dejemos los comentarios para después, ¿de acuerdo? -todos los muchachos asintieron, y Jeremy continuó con el discurso que se había preparado con tanto cuidado-. Bueno, entonces, vayamos por partes. Uno, el expediente. Dos, la Primera Ciudad. Luego viene el punto tres, es decir, la réplica que Aelita ha encontrado en La Ermita. Como se trata de un diario que refleja algunos momentos de la vida del profesor Hopper, lo he bautizado como Mirror. ¿Todos de acuerdo?
Sus amigos ni se inmutaron.
-Vale, todos de acuerdo. Y por fin llegamos al punto cuatro: los códigos que apareces en la PDA de Richard. Cada pantalla de datos comienza con la palabra AELITA, pero por lo demás se trata de códigos escritos en Hoppix. No sabemos para qué sirven... Demonios, a decir verdad ni siquiera he entendido si se trata de un programa completo o solo de un fragmento de algún software más complejo. Pero estoy dispuesto a jugarme lo que sea a que ese código tiene que ver con Lyoko -Jeremy se detuvo para recuperar el aliento, y después trazó con un rotulador una línea que iba del punto dos al punto tres, de la Primera Ciudad al Mirror-. Cuando Aelita me mostró la segunda habitación secreta de La Ermita -explicó- enseguida sospeché algo. Y ése es el motivo por el que ayer le impedí que entrase en el nuevo nivel del diario: quería corroborar mi idea. Para decirlo en pocas palabras, en el sótano de La Ermita hay un escáner que permite entrar en el Mirror, pero no hay ningún superordenador.
Aelita se levantó de un salto.
-Pero ¿qué dices? -protestó-. El diario es una realidad virtual generada por ordenador, ¡de modo que tiene que haber un ordenador!
-Exacto -confirmó Jeremy con toda tranquilidad-. Pero ese ordenador no se encuentra en La Ermita: lo único que hay allí es un mero terminal. Y eso no es todo. Basándome en las descripciones de Yumi y Ulrich, me ha parecido entender que tampoco en el apartamento de Bruselas hay ningún superordenador. En fin, chicos, estamos hablando de un aparato mucho más complicado... y mucho más grande. ¡Ocupa todo un piso de la fábrica! No es posible andar escondiendo uno de esos por aquí y otro por allá.
-¿Y entonces? -insistió Aelita.
-Pues que ahí está el gran descubrimiento: ¡la Primera Ciudad y el Mirror no son más que sandboxes! A veces los programadores introducen en lo ordenadores una especie de núcleo operativo completamente separado del resto. Se trata de un espacio protegido donde se pueden hacer experimentos de tal forma que los daños que éstos puedan causar no afecten al resto del sistema. Precisamente igual que una sandbox, uno de esos cajones de arena donde juegan los niños en los parques. Hablando en cristiano, es como construir primero un ordenador y meter luego dentro de él otro más pequeño...
Los demás intercambiaban miradas de perplejidad. Tal vez no hubiesen pillado todos y cada uno de los detalles, pero el concepto principal les había quedado claro. La teoría de las sandboxes explicaba muchas cosas que habían permanecido entre tinieblas durante todo aquel período.
-Hopper hizo precisamente eso -continuó Jeremy-. Dentro del superordenador de la fábrica creó dos sandboxes: la Primera Ciudad y el Mirror. Los escáneres de La Ermita y los primitivos equipos de Bruselas no hacen nada más que conectarse al superordenador de la fábrica mediante una red inalámbrica codificada de alta seguridad para luego acceder a esos dos núcleos...
-Frena, frena -suspiró Ulrich-, que me estás dando dolor de cabeza.
-Ya entiendo... -murmuró por el contrario Odd.
Los demás lo miraron fijamente, sorprendidos. Por lo general, el muchacho era un auténtico paquete en todo lo referente a la tecnología.
-¡Bueno, dejadle que acabe! -exclamó entonces Eva.
-Sí, claro. Esto... -se esforzó por retomar el hilo Jeremy-. Nosotros apagamos el superordenador convencidísimos de que lo habíamos desactivado para siempre. Pero en realidad no nos dimos cuenta de que había un sistema de protección oculto que seguía proporcionándole energía a dos sectores del ordenador, manteniéndolos en funcionamiento. Se trata de los núcleos de la Primera Ciudad y el Mirror. Y, en mi opinión, las sandboxes no estaban ahí por casualidad: son pistas que dejó Franz Hopper a propósito.
-Para decirnos... ¿el qué? -preguntó Yumi.
-No tengo ni la menor idea. Pero mañana por la tarde, después de clase, podríamos descubrir qué es lo que hay dentro del segundo nivel del Mirror. ¿Qué os parece?
Los demás sonrieron, y Jeremy se sintió aliviado.

jueves, 20 de octubre de 2011

Prólogo

                             CABALLOS EN EL DESIERTO
Las dunas del desierto brillaban como piedras preciosas bajo el implacable y constante martilleo del sol.
Sentado en una de las gradas de su hipódromo privado, Hannibal Mago se caló el elegante sombrero blanco y observó a sus invitados: un ruso de barriga redonda y voluminosa como un tonel que se había ido quitando la chaqueta y la camisa para quedarse tan solo con una camiseta blanca de tirantes, y un chino de expresión seria vestido con un traje oscuro y un abrigo ligero. Hannibal Mago sonrió, estiró una mano llena de anillos y cogió de una mesita plegable que tenía frente a él una botella de agua y tres vasos.
El ruso se apresuró a pedirle que le llenase uno de los vasos y acabó con el agua de un solo trago.
-No entiendo por qué habéis escogido Marruecos -prorrumpió-. Estamos casi a veinte grados, ¡y es enero!
-En mi humilde opinión -murmuró con frialdad el chino-, en esta estación Marruecos está bastante mejor que Rusia. Y, además, hemos venido aquí para hablar de negocios. No se trata de unas vacaciones.
Con un suspiro, el ruso volvió a dejarse caer contra el respaldo de su butaca.
En la pista del hipódromo, los jinetes conducían sus caballos hacia el interior de sus cajones de salida. Hannibal los observó con atención. Los tres eran purasangres árabes de altísimo nivel.
El animal de Mago era una potranca alazana de tres años llamada Faiza, que quiere decir <<la victoriosa>>. El caballo del ruso era un potro bayo de cuatro años, y el del chino, un lobuno oscuro, también de cuatro años. Iba a ser una buena carrera.
-¿Qué os parece si apostamos? -propuso el ruso-. Yo digo que va a ganar mi Liev.
-Apuesto un millón de dólares por Gang -replicó el chino al tiempo que señalaba hacia su caballo con un leve gesto de barbilla.
-Acepto el millón de dólares -concluyó Mago-. A favor de Faiza, obviamente.
Los tres criminales se estrecharon la mano y se giraron para mirar a sus animales, que bufaban y piafaban nerviosos, listos para salir disparados.
Hannibal Mago agarró un walkie.talkie que había sobre la mesita.
-Adelante.
Las jaulas de metal se abrieron con un chasquido seco, y los tres purasangres salieron a galope tendido mientras los sirvientes de Mago se apresuraban a apartar de la pista los cajones de salida para que no obstaculizasen la segunda de las cinco vueltas de las que constaría la carrera, de cuatro kilómetros en total.
Cuando pasaron por primera vez por la línea de meta, ya estaba claro que la lucha por la cabeza de carrera iba a ser sólo entre Fiaza y Liev: Gang no lograba seguirles el ritmo.
-Bueno, vamos a ver qué pasa ahora -comentó Hannibal.
Después llamó su atención una mujer que estaba subiendo por las gradas del hipódromo desierto.
Tendría entre cuarenta y cincuenta años, pero su piel clara era todavía tan tersa y perfecta como la de una muchacha. Una larga melena pelirroja le acariciaba los hombros, ondeando con el movimiento de sus pasos y la ligera brisa cálida procedente del desierto. Llevaba al cuello una sencilla cadena con un colgante de oro.
Hannibal sonrió.
-Buenos días, Memory.
-disculpe que lo moleste, señor -susurró la mujer-. Hay una llamada importante para usted.
-¿No puede esperar hasta el final de la carrera?
Me temo que no, señor. Es el agente Grigory. Muy urgente.
Hannibal Mago se levantó de la butaca y se despidió de sus invitados.
-Lo lamento, caballeros, pero mis obligaciones me van a impedir presenciar el final de la carrera.
En aquel momento  los caballos estaban pasando por delante de ellos para empezar la cuarta vuelta. Liev iba en cabeza con una sólida ventaja, y Faiza lo seguía tan de cerca como podía, aunque parecía el límite de sus fuerzas, mientras que Gang renqueaba muchos más atrás.
-De todas formas, ya sabemos quién va a ser el ganador -le respondió el ruso con una sonrisa de complacencia.
Hannibal también sonrió, aunque se trataba de una sonrisa bien distinta.
Con un gesto fulminante desenfundó una enorme pistola oculta bajo su chaqueta y disparó dos tiros, uno detrás de otro. Liev relinchó y perdió velocidad, balanceándose sobre sus patas mientras el jinete lo espoleaba en vano, sin entender qué era lo que estaba pasando. De una de las ancas del caballo sobresalía un penacho rojo. Detrás de él, Gang también se estaba deteniendo, y miraba confuso hacia las gradas.
Mientras tanto, Faiza había proseguido su velocisima carrera. Cuando empezó la quinta vuelta, sus dos oponentes ya avanzaban al paso, vacilando inseguros sobre sus patas. Después, Liev y Gang se dejaron caer sobre la psita, derribando a sus jinetes, que rodaron por la arena.
-¡Los has matado! -gritó el ruso a tiempo que se ponía en pie de un salto.
-Sólo los he dormido -rectificó Mago-. Una dosis tal vez un poco excesiva... pero cuando se despierten estarán más en forma que antes.
Después tomó a Memory del brazo.
-Me parece que he ganado nuestra pequeña apuesta, caballeros. Ahora me deben dos millones de dólares -sentenció-. Nunca está de más echarle una mueca burlona mientras se alejaba con la mujer.

 Hannibal siguió a Memory dentro de la enorme mansión que se levantaba justo detrás del hipódromo y se detuvo ante una habitación cerrada por una gran puerta de madera. El pomo, de oro de tíbar, tenía grabada la figura de un ave con dos esmeraldas engastadas en lugar de los ojos: un fénix verde, el símbolo de Green Phoenix.
Memory se hizo a un lado para dejar que Mago pasease, y entró él solo. Llegó hasta el escritorio que había en el centro de la habitación, sobre el que destacaba un gran monitor extraplano. La afilada cara de su agente, Grigory Nictapolus, llenaba la pantalla. Hannibal Mago rozó un botón que había bajo la tabla del escritorio para activar el programa que enmascararía su voz.
-Espero por tu bien que sea urgente de verdad.
Entrecruzó las manos ante su rostro, haciendo tintinear la gran cantidad de anillos que llevaba.
-Sí, señor, lo es -respondió Grigory-. Los mocosos han llevado a una amiga suya al lugar en el que está escondido el superordenador.
Hannibal se estiró hacia la pantalla. Grigory tenía ahora toda su atención.
-¿Y bien?
-Por desgracia, no había puesto bajo vigilancia el parque de la academia Kadic, así que tuve que hacer algunas averiguaciones, pero al final he acabado por descubrir lo que necesitábamos: el superordenador de Lyoko se encuentra en los subterráneos de una fábrica abandonada, en un islote en pleno centro del río. La fábrica está conectada con el Kadic por un pasadizo secreto que atraviesa las cloacas.
Grigory sonrió.
-Sobre la alcantarilla de hierro por la que se accede al pasadizo -continuó- y en los muros de la fábrica está el símbolo del fénix.
Hannibal descargó el puño sobre el escritorio y sus anillos centellearon por un instante.
-¡No tenía la menor duda! -tronó-. ¡El traidor de Walter la construyó con nuestro dinero! Pero dime, ese superordenador, ¿está encendido?
-No, señor. ¿Quiere que lo encienda yo?
Hannibal se levantó de su asiento y negó con la cabeza.
-Ni lo pienses siquiera. Mejor prepárame un recibimiento digno, Grigory.. Enseguida salgo para allá.
Hannibal apagó el ordenador con un gesto impaciente de la mano. Tenía que desembarazarse de sus invitados, y rápido. Ahora había cosas más urgentes que hacer.

domingo, 16 de octubre de 2011

Introducción

                                     INTRODUCCIÓN
1985. Francia. Un genio científico llamado Waldo Schaeffer y su mujer, Anthea, trabajan en un proyecto internacional de alto secreto conocido como Cartago. Cuando Waldo descubre el verdadero objetivo de Cartado no es el de proteger a los países del mundo, sino crear una nueva arma mortal, decide abandonar el proyecto. Esa decisión tendrá consecuencias irreversibles.
Unos misteriosos individuos secuestran a Anthea Schaeffer. Waldo, en cambio, logra ponerse a salvo junto con su hija de tres años, Aelita. Tras una larga huida, encuentra trabajo como profesor de ciencias en la academia Kadic, en Francia, y bajo el nombre falso de Franz Hopper continúa a escondidas con sus experimentos.
Allí, en los subterráneos de una vieja fábrica, no muy lejos del colegio, construye un superordenador e inventa un mundo virtual llamado Lyoko, ideado para servir de antídoto contra Cartago. Pero en tan sólo unos pocos años la organización para la que trabajaba consigue localizarlo.

En 1994, cuando Aelita tiene doce años, Waldo Schaeffer se refugia en el mundo virtual de Lyoko junto con su hija, que está gravemente herida, y apaga el superordenador que lo alimenta.

Muchos años después, Jeremy Belpois estudia en la academia Kadic. Tiene trece años, pocos amigos y un talento innato para la informática. Después de descubrir la existencia de la vieja fábrica, conectada con la escuela mediante unos túneles subterráneos, Jeremy encuentra el superordenador abandonado, y consigue volver a ponerlo en marcha.
De esta forma descubre a Aelita, que durante todos esos años ha permanecido prisionera en Lyoko, sin envejecer ni un solo día más. Junto con sus amigos Ulrich, Odd, y Yumi, Jeremy logra rematerializar a Aelita en el mundo real. A partir de ese momento, los cinco muchachos se enzarzan en una encarnizada lucha contra X.A.N.A., una despiadada inteligencia artificial que se a apoderado de Lyoko.
Con mucho esfuerzo, y después de una larga serie de increíbles aventuras virtuales, finalmente derrotan a X.A.N.A. gracias al sacrificio de Franz Hopper, que había sobrevivido durante todos esos años dentro de Lyoko en forma de esfera de energía.
Ya no hay ningún peligro. O, al menos, eso es lo que parece.

Unos cuantos meses después de la derrota de X.A.N.A. y la muerte de Hopper, Aelita pierde la memoria de improviso. A causa de ello, sus amigos deciden reunirse nada más terminar las vacaciones de Navidad en el chalé en el que antaño vivía para ayudarla a recuperar sus recuerdos perdidos.
Los cinco muchachos empiezan a investigar acerca de los secretos de La Ermita, y llegan a descubrir una habitación oculta. En su interior hallan un mensaje grabado por el profesor que cuenta parte de su historia, aunque todavía deja sin desentrañar muchos e intrincados misterios.
En su mensaje Hopper le confía a Aelita la tarea de encontrar a su madre, y le pide que custodie un colgante de oro que forma parte de una pareja, un regalo de Anthea y él se habían intercambiado como prenda de amor.
Mientras tanto X.A.N.A., al que los muchachos creen definitivamente derrotado, recupera poco a poco sus energías, volviendo a la vida y poseyendo a una chiquilla americana llamada Eva Skinner.
Poco después, Eva se presenta en la Ciudad de la Torre de Hierro, haciéndose pasar por una simple estudiante recién llegada a la academia Kadic.

Pero Eva no es la única forastera que acaba de llegar a la ciudad. Oculto entre las sombras de una noche de invierno, se instala en un siniestro chalé Grigory Nictapolus, un solitario y silencioso individuo que trabaja para una organización criminal conocida como Green Phoenix, liderada por un terrorista llamado Hannibal Mago. En compañía de sus dos fieles rottweilers, Grigory comienza a espiar a Aelita y sus amigos, y ataca al padre de Odd y al matrimonio Ishiyama empleando un extraño aparato.

Poco tiempo después, los muchachos se topan en La Ermita con Richard, un viejo amigo de Aelita que ha vuelto a la ciudad tras darse cuenta de que unos incomprensibles códigos han empezado a inundar su PDA. Siguiendo una serie de pistas que había dejado el profesor Hopper, descubren en Bruselas una réplica de Lyoko, es decir, una copia del mundo virtual, ¡y dentro de la réplica hay un fantasma clónico del profesor! Además, Aelita logra abrir una nueva habitación secreta, oculta tras una falsa pared de la primera, y descubre dentro de ella otra réplica que contiene el diario de su padre, tras lo cual avisa de inmediato a Jeremy, que la ayuda a explorar los recuerdos del profesor Hopper, aunque el agotamiento les hace abandonar antes de haber completado el diario.

Entre tanto, X.A.N.A. se ha apoderado también de la mente de Odd, y los usa Eva y a él como títeres para llevar a cabo un misterioso plan.
Jeremy, que no sospechaba nada, acompaña a Eva a visitar la antigua fábrica donde se encuentra el superordenador de Lyoko, que lleva apagado desde su batalla final con X.A.N.A. Y de ese modo le revela también a Grigory, que no ha dejado de espiarlos ni un segundo, dónde se encuentra el valioso equipo que permite entrar en el mundo virtual.

Ficha Técnica


Code Lyoko. El regreso del Fénix

Jeremy, Aelita, Ulrich, Odd y Yumi no saben que al llevar a Eva Skinner a la fábrica abandonada le han revelado a su peor enemigo cómo acceder a Lyoko. Y no sólo a él, pues el despiadado agente del grupo terrorista conocido como Green Phoenix les estaba siguiendo. Así, cuando Jeremy reúne los mundos de Lyoko y la Primera Ciudad, X.A.N.A. recupera su antiguo poder y decide aliarse con el Green Phoenix, activando la terrible arma oculta en el corazón del mundo virtual…
Los cinco amigos tendrán que proteger a toda costa el secreto que guarda la Primera Ciudad. Incluso cuando todo parezca definitivamente perdido.

Ficha técnica

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Código Lyoko 
Publicación:
 
22/09/2010

Género:
 
Novela 
Edad:
 
A partir de 10 años 
Precio:
 
14,95 €


ISBN:
 
9788420406343
Portada de Code Lyoko. El regreso del Fénix